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Diario de Sitges 2014, Día 8: Ochenteros y orgullosos

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Lo bueno de acudir a un festival de cine es que uno se mueve entre cinéfilos. Aunque estés solo en ese momento haciendo cola, los que están a tu alrededor también han ido allí por amor al séptimo arte. Así, seas tú el que estás teniendo una conversación o tu vecino, la intrusión de un extraño para opinar también sobre la película que estáis comentando siempre es bienvenida. Se suele esperar a que la otra persona lance un comentario al aire, una pregunta retórica, una frase que no espere intervención directa de su interlocutor. Y entonces se puede meter baza. Lo más normal es la pregunta “¿esa está bien? Es que me he pillado entradas para luego/mañana”. Se recaba la opinión y sigue la conversación. Vamos, que el que no hace amigos en estos eventos es porque es muy tímido.

Sin ir más lejos, esta mañana el inclasificable Carlos Pumares me ha hecho una 13:14 del estilo. Estaba yo comentando con un compañero la recién vista The Rover y estaba dándome cuenta de que el bueno de Carlos estaba al lado y poniendo la oreja. Dicho y hecho, ha aprovechado una pausa para meter baza y dar su opinión, como siempre destacando algún hecho anecdótico dentro del filme para pinchar en algún factor que flojee (en este caso, como usan dólares americanos en Australia, es de suponer que el colapso de la civilización no ha llegado a EE UU). Al final la conversación ha devenido en hablar sobre el socialismo y que Varsovia tuvo clubes de striptease antes que España. Me he quedado con las ganas de preguntarle cómo está tan enterado de ello, pero he preferido dejar el misterio en el aire. Me gusta aumentar su figura mítica y campechana.

Mientras esperamos al palmarés, he aquí algunas cintas que se deberían ir con premio de Sitges si hubiese justicia en el jurado y de unos cuantos homenajes ochenteros de calidad.



El primero y más sorprendente, porque sobre el papel parecía la típica cinta de terror adolescente manida y sin interés, es IT FOLLOWS (). El argumento no anuncia nada más que un refrito de la idea de The Ring: una joven se acuesta con un chico y descubre que éste le ha pasado una maldición. A partir de ese momento, una criatura invisible para todo el mundo excepto para ella la perseguirá allá a donde vaya, buscando hacerse con su alma si llega alguna vez a tocarla. La única forma de acabar con ella es pasarle la maldición a otra persona. Es decir, como la película de Hideo Nakata, pero con sexo en lugar de cintas de VHS. Nada nuevo bajo el sol, ¿no?

La diferencia tiene dos nombres y un apellido: David Robert Mitchell. Suyo es el guion y suya es la dirección, y en ambos aspectos, la película supera con creces casi todo el cine de terror producido en la última década. La puesta en escena es de auténtico maestro en el género, cosa que se hace patente desde la primera escena, con un plano secuencia intenso y misterioso que deja claro que la capacidad expresiva del filme no tiene nada que ver con las películas hechas por encargo que tan frecuentes son en el cine comercial. Desde ahí, Mitchell crece y crece. Su capacidad para transmitir tensión con escasos elementos, principalmente con un uso opresivo del sonido y la música de sintetizador (puro 80s) que nada tiene que ver con el típico subidón de ruido para provocar un sobresalto vacío, y para seguir unas reglas muy limitadas hasta sus últimas consecuencias (incluso proporcionando varias sorpresas en el desarrollo de la historia) logra crear una atmósfera de peligro constante, de imprevisibilidad, de inquietud que supura lenta pero constantemente por cada fotograma del filme, igual que su monstruo acosa a sus víctimas con parsimonia pero sin freno. En esta utilización novedosa y muchas veces rupturista de las constantes del género (el asesino que se acerca lentamente, la scream queen que debe hacerle frente, los amigos empleados de carnaza para el slasher...), además de su contextualización inconcreta en una época a caballo entre los 70 y la actualidad, se encuentra uno de los puntos fuertes del filme: sirve de homenaje al cine de terror post-Matanza de Texas, pero también crea una fuerte identidad propia capaz de crear escuela.

A la elegancia y la riqueza de recursos expresivos de Mitchell, a su excelente manejo de la elipsis y el tempo narrativo, a escenas memorables como el duelo en la piscina o el ataque en la playa, hay que sumarle un guion que refuerza diversos aspectos clásicos del slasher para darles forma discursiva. Su construcción de la historia alrededor del sexo y sus referencias a la clase social conforman una especie de metáfora del miedo fundamental que definió a los años 80: el sida, esa maldición que la protagonista burguesa adquiere al follar con un chico de los arrabales y que desde entonces la persigue y atormenta, contamina a todo el que quiere acostarse con ella, avanza lenta pero inevitablemente hacia la muerte. En este sentido, la analogía de la enfermedad con el ente extraño que fagocita no solo a la persona sino a su entorno tiene mucho que ver con la plasmación que hacía de esta paranoia un clásico de la década, Cielo Líquido, aunque adaptado al lenguaje de La Noche de Halloween.

De esta forma, It Follows supone una demostración envolvente y estimulante de que el cine de terror no solo puede adoptar un aspecto formal complejo, sino que también puede servir para reflejar y analizar la realidad. Además, junto a The Guest, confirma que la nueva reina del terror de la última hornada se llama Maika Monroe.



En una escuela ochentera de similar contenido referencial, aunque con una intención mucho más lúdica y de serie B, se sitúa la divertidísima LATE PHASES (), dirigida por el argentino nacido en España Adrián García Bogliano. En la vena de Bubba Ho-tep, el filme sigue a un veterano de guerra ciego que entra a vivir a un complejo residencial para ancianos, donde se tendrá que enfrentar él solo al ataque de unos hombres lobo.

La película nunca esconde sus influencias con el cine trash de los 80, ese que ocupaba los estantes de los videoclubs y atraía a incautos con sus portadas geniales, que luego se reproducían de forma bastante más cutre y artesanal en pantalla. Bogliano nunca esconde a sus monstruos ni intenta crear la tensión de lo desconocido: esta no es una de esas películas donde sea necesario dar sustos o descubrir lo que sucede. Es un filme directo, sin complejos, que se aprovecha de lo delirante de su premisa para lanzarse a la comedia negra y el ataque de animatronics y trajes baboseantes de toda la vida, el de películas producidas por Roger Corman, el de C.H.U.D. o El Terror llama a su puerta, con el añadido de que los héroes, atacantes y víctimas no son adolescentes de buen ver, sino vejestorios con achaques y poco aguante. Pese a todos estos referentes, no debe pensarse que la película está mal rodada. Todo lo contrario: Bogliano sabe sacar provecho de sus limitados recursos y componer una cinta vibrante en la acción, cachonda en la comedia y tierna en el drama, que también hay lugar para ponerse serio y plantearse el papel de los mayores en nuestra sociedad. La escena de la transformación, rodada en un falso plano secuencia la mar de creativo, es buena prueba del ojo del director para conseguir mucho a partir de muy poco.

Además, la cinta se beneficia de la carismática actuación de Nick Damici, con un personaje-caramelo a lo Sargento de Hierro al que da carácter y encanto. Él tiene las mejores frases y escenas, pero interpreta el papel con humildad y sencillez, sin grandes gestos ni sobreactuaciones, lo que refuerza la cercanía con el espectador. Es como nuestro abuelo gruñón y pragmático, que si toca cargarse hombres lobo, va a armarse hasta los dientes y aquí no ha pasado nada.



La que podría haber sido una gran película a caballo entre la comedia del patetismo y el drama inquietante, pero que se queda a medio gas, es FAULTS (), ópera prima de Riley Stearns, director hasta ahora más conocido por ser el marido de su protagonista en esta cinta, Mary Elizabeth Winstead. La actriz interpreta a una joven miembro de una secta desconocida, a quien un experto en este tipo de cultos (Leland Orser) intenta desprogramar para que regrese a casa con sus padres. Para ello, obviamente, se vale de secuestrarla y encerrarla con él en una habitación de motel.

El filme está rodado con personalidad y una sólida utilización de recursos narrativos, que logran que una historia compuesta básicamente por dos personajes y una habitación resulte interesante, entretenida y provoque a debate. Su manejo del tempo cómico en lo que al personaje de Orser se refiere es especialmente destacable: su aura de perdedor eterno, de patético personajillo al que le pasa de todo y que todo se merece, pese a ser un tipo preparado, nunca parece fuera de lugar en medio de una trama a priori más seria de lo que sus acciones podrían contar. El guion también sabe salpicar la trama de cantidad de elementos que la hacen más variada y que saben eliminar el estatismo que podría afectar a la historia. Los diálogos en especial resultan fluidos e inteligentes.

Y sin embargo, conforme avanza el filme empieza a perderse. La propuesta sigue dispersándose en subtramas que en nada complementan el hilo argumental principal. Pese a que debería recorrer un camino progresivo para focalizar su discurso y construir una escalada de sucesos que deriven en su giro final, todo esto se comprime en apenas una escena climática al final, que intenta suplir ella sola las carencias del resto del filme a la hora de definir los pormenores de la secta del título y de establecer un juego de influencias mutuas entre ambos personajes. Si en otras películas del festival se podía decir que sobraban minutos para lo que contaban, a esta le habrían hecho falta al menos 20 más repartidos por toda su segunda mitad para poner unos cimientos sólidos a dicho clímax. De otra forma, pasa lo que pasa: que la desconexión del espectador con los eventos finales es casi total.



Al menos se puede decir que la propuesta es estimulante aunque fallida, cosa que no ocurre con LAS ÚLTIMAS HORAS (), cinta de ciencia ficción australiana en la que el fin del mundo está a solo unas horas de distancia, y una sociedad descompuesta intenta afrontar su extinción. En este mundo, el protagonista intenta llegar a donde está su novia mientras se ve obligado a hacerse cargo de una niña que ha perdido a su padre.

Si este argumento os suena a ya visto, la película también. Todo es una colección de tópicos y de escenas ya vistas en otras cintas apocalípticas. ¿El episodio piloto de The Walking Dead? Le quitas los zombis y ya tienes la mitad de la concepción psicológica y social de este evento, con algunas escenas prácticamente iguales (la típica de entrar a una casa y encontrar que sus habitantes se han suicidado, por ejemplo). Añades otros filmes que tratan este tema, y las únicas gotas de originalidad que podría añadir son precisamente los momentos más ridículos y fuera de tiesto, como la rave del fin del mundo, la loca drogata que quiere secuestrar a la niña o la pinta de modelo de Calvin Klein del protagonista (que, todo hay que decirlo, actúa bastante mejor de lo que su aspecto musculado y ególatra haría pensar). La película es hasta perezosa para cosas fundamentales: si planteas un colapso de fuego y destrucción a tamaño planetario que va avanzando por toda la corteza terrestre, qué menos que Australia note algún efecto medioambiental previo al mismísimo instante en el que llegan las llamas. Hasta entonces, hasta parece un jardín del edén si te vas al monte.

Lo que sí se puede decir a favor del trabajo de Zak Hilditch es que rueda la película con corrección y con el sentido del ritmo necesario para que el trayecto se haga entretenido. Por mucho que emplee lugares comunes para su vehículo, al menos su mano al volante es firme y solvente. Una cinta que en casa no sirve de mucho, pero en un festival donde ves montones de películas al día, un producto fácil de consumir y olvidar como este se agradece para desengrasar.



Aunque claro, más se agradece que una película sea una genialidad del humor y la diversión, como ocurre con WHAT WE DO IN THE SHADOWS (), falso documental sobre vampiros que comparten piso en Nueva Zelanda que ha provocado la reacción más entusiasta del festival entre los espectadores del Auditori. Huele a premio del público a kilómetros, si es que no se lleva también algún premio más. Que se fuese de vacío una de las películas que mejor definen por qué adoramos el Festival de Sitges sería un auténtico crimen (mientras escribo estas líneas, el palmarés está a punto de anunciarse; cuando se publique, seguramente ya conoceremos sus galardones, si los tiene).

Escrita, dirigida y protagonizada por Jemaine Clement y Taika Waititi, que ya colaboraron en Eagle vs Shark y Los Conchords, la película es un hilarante homenaje al cine de terror que hace un recorrido paródico por todos los tópicos y personajes del cine de chupasangres, desde la propia definición de sus protagonistas: el guerrero seductor de los Cárpatos, el afeminado vampiro del Romanticismo, la criatura milenaria y casi animal, el nómada de baja estofa del siglo XIX y el gilipollas engreído de la actualidad. Podría correr el riesgo de convertirse en un gag alargado hasta la extenuación, un conjunto de chistes con mayor o menor gracia, pero cuya estructura se agota en 10 minutos. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Clement y Waititi toman buena nota de los aciertos del cine de Christopher Guest e introducen los momentos cómicos en una trama sólida y bien engarzada, utilizan a sus personajes para algo más que el humor puntual, haciéndolos evolucionar a lo largo del documental y enfrentarse a conflictos que precisan resolución y que alteran su dinámica. Podría ser perfectamente una comedia vampírica sin el formato documental, directa y clásica, porque su guion le permite serlo. Sin embargo, la opción de filmarla como si fuese real le proporciona un componente de cercanía y refuerza el patetismo del humor, lo que lo hace si cabe más tronchante.

De esta forma, más allá de la sucesión de escenas antológicas y de frases brutales, de momentos delirantes y humor a carcajada limpia, la película también es una historia con corazoncito sobre un grupo de amigos muy distintos que sin embargo están ahí los unos para los otros, apoyándose para encontrar su lugar en el mundo. Y esto se puede hallar molestando a los olorosos licántropos, haciendo las paces con una exnovia de hace unos siglos, cenando vírgenes de 35 años que han follado un montón pero le caen mal a tu sirviente, repartiéndose las tareas del hogar (imperativo poner periódicos y toallas para no manchar de sangre el sofá), jugando a Pacman en el espejo o aprendiendo a utilizar internet y sorprendiéndose con la belleza de un amanecer por Youtube. Esto es solo una ínfima selección de los mil y un gags descojonantes que ofrece la película, una de las experiencias más geniales de este festival.



Muchísimo más floja es la segunda película como director de William Eubank, que tras la fallida Love vuelve a reincidir en el género de la ciencia ficción con THE SIGNAL (). La película sigue a tres jóvenes que buscan a un hacker informático que está jugando con ellos. Cuando llegan al lugar donde lo han localizado, tienen un encuentro con un ente alienígena y se despiertan en un laboratorio donde son examinados por un grupo de científicos para averiguar la naturaleza de este encuentro y cómo han podido modificarles.

Como ya ocurría con su anterior filme, Eubank maneja a la perfección el aspecto visual para resultar espectacular y asombroso con pocos medios. La composición de algunas imágenes es de una belleza abrumadora y su uso de la cámara superlenta refuerza la poesía de los momentos climáticos. Es un esteta poderoso y sus imágenes son indelebles. Lamentablemente, con eso te llega para hacer un trailer atractivo o para los anuncios con los que comenzó su carrera, pero no para contar una historia, y ahí Eubank sigue mostrando signos de bastante flaqueza. El argumento es un refrito de ideas procedentes de otros filmes mejores, desde Chronicle hasta Dark City, pasando por Nivel 13 o El Vuelo del Navegante. Esto no sería tan grave si narrativamente encontrase una fluidez y coherencia que permitiese convertir al filme en un ente propio, pero no es el caso. Se establecen las piezas del misterio de forma desperdigada, se van desarrollando de forma bastante descompensada, aparecen y desaparecen subtramas que nunca parecen tener mucho sentido para el conjunto y se apuntan ideas que se quedan sueltas y posteriormente hasta se niegan.

El resultado es una trama llevada con buen ritmo, pero caótica y a trompicones. Conforme avanza el filme, el interés inicial se va tornando en la sensación clara que que Eubank no sabía qué película quería hacer, qué historia quería contar, qué elementos quería combinar y cómo para montar su propio filme. Es un muñeco remendado con costuras visibles que intenta atrapar con el poder de sus imágenes, pero cuya narrativa está compuesta de grumos.



En comparación con Eubank, y sin necesidad de compararle también, el australiano David Michôd es un pedazo de director con un dominio de la puesta en escena realmente potente. Su última película, THE ROVER (), es una nueva muestra de su solidez como narrador clásico y de su capacidad para respetar y renovar los géneros clásicos del cine de testosterona. El filme está situado en un mundo postapocalíptico, 10 años después de un colapso que nunca se especifica, y se centra en un personaje sin nombre que persigue a una banda de criminales que le han robado el coche. Para ello secuestra al hermano de uno de los ladrones, que ha sido abandonado por ellos creyendo que había muerto en su último golpe.

Michod despliega su historia de forma pausada, oxigenando los planos en el tiempo y el espacio, empleando los silencios tanto como los espacios abiertos para transmitir con mayor firmeza la soledad y desesperación de un mundo en plena extinción, que aún se agarra a los remanentes de la sociedad de forma a veces violenta y otras ingenua, cuando todo a su alrededor está desapareciendo. Su narrativa es heredera del western puro, el de los personajes nómadas y rechazados que buscan restablecer el equilibrio con su particular sentido de la moral y la justicia, el de los vaqueros que no se detienen ante nada y economizan gestos y palabras para lograr su objetivo. Su toque épico y a la vez intimista, que al mismo tiempo es capaz de definir una sociedad en decadencia con unos pocos bosquejos de historias personales (a veces con cuadros intensos, otras veces con simples brochazos accesorios), que acercarse a las emociones y dramas personales de unos personajes que han perdido lo que querían y que se aferran a la vida sin tener muy claro si realmente merece la pena vivirla.

La historia de venganza y amistad improbable que Michôd construye, soberbiamente interpretada por Guy Pearce y Robert Pattinson en sus mejores actuaciones en años (la mejor del segundo, punto), con el paisaje natural y social de este nuevo mundo convertido en un personaje más de la aventura, tiene muchos puntos en común con el cine de John Ford. Sin embargo, su tono pausado y reflexivo roto por explosiones de violencia cruda y expeditiva tiene mucho de Sergio Leone y del western moderno, el que asumió la sangre y el polvo como factores inescapables de la narrativa del oeste tras la desmitificación de Sam Peckinpah. Emotiva, brutal y descorazonadora, es una crónica de la pérdida absoluta rodada con un compromiso y una personalidad que convierten al australiano, si no lo era ya con la magnífica Animal Kingdom, en un autor a seguir.



Por último está Ruairi Robinson, nominado al Oscar por el corto animado Fifty Percent Grey, que para su ópera prima quiso contar con actores de demostrada solvencia que no soliesen aparecer en películas de ciencia ficción. “Si ellos se toman en serio su trabajo, entonces el espectador también les tomará a ellos en serio”, declaró. Es una lástima que ese enfoque tan acertado lo haya empleado para rodar algo tan convencional y carente de originalidad como THE LAST DAYS ON MARS ().

La película se centra en una misión tripulada a Marte que, a punto de dejar el planeta rojo, hace un gran descubrimiento: una bacteria viva. Obviamente, el hallazgo se volverá en su contra. Todo lo que tiene que ver con la vertiente terrorífica de la película es tan previsible y machacado como lo que se da a entender de esa escueta sinopsis: los típicos pasadizos oscuros, las típicas decisiones incomprensibles de los líderes, el mismo esquema de supervivientes que van cayendo uno a uno ante la amenaza exterior que hay que destruir antes de que llegue la nave que le llevará a la Tierra… Ni la trama ni las situaciones a las que se enfrentan ni el inexistente subtexto aportan nada nuevo; por tanto, su capacidad para entretener y mantener la tensión es más bien escasa.

Donde destaca la película es, paradójicamente, en sus momentos de transición. Porque es cierto lo que decía el director: el reparto cumple con creces su labor, construyendo personajes veraces y matizados cuyas emociones y reacciones parecen honestas, incluso cuando el guion traiciona toda lógica. Esta convicción hace que las escenas donde se detiene el tiempo y los personajes interactúan entre sí aporten todo lo que la trama se empeña en oscurecer. Es como si una buena película sobre científicos que muestran su humanidad en una situación adversa se hubiese metido en una tormenta de arena de película de serie B sin mucho fuste. Hasta el director se muestra más cómodo al plasmar estas escenas que al dirigir la acción o crear una atmósfera parecida a la de Alien. Así que, para la próxima vez que el señor Robinson desvele su ‘monstruo’, esperemos que no nos haga lanzar un suspiro de desánimo (“¿en serio es una peli de estas con lo bien que ibas hasta ahora?”) seguido por progresivos bostezos.


Eso es todo en esta penúltima jornada del festival. Dentro de unas horas se conocerá el palmarés y mañana hablaré de las últimas películas vistas en este certamen que está teniendo un tramo final realmente brillante.


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Fuente: CINeol | Visitada: 2191 veces