CINeol

O utiliza la Búsqueda Avanzada




NOTICIAS de Cine

Diario de Sitges 2014, Día 5: Autores y cantamañanas

- Por

1 Comentarios

Tengo que empezar la crónica de este día con una confesión que me avergüenza profundamente: me he tenido que salir de una película a la mitad. Bueno, no ha sido una obligación ni una necesidad, ha sido una decisión plenamente consciente, así que toda la responsabilidad es mía, no del destino o la mala suerte. Es la primera vez que me pasa en un festival, pero es que realmente no merecía la pena quedarse: estaba cansado, me estaba durmiendo, la película no valía nada ni tenía pinta de mejorar y para malver una película y perder sueño, mejor tirar la toalla, que estamos solo en el ecuador del festival.

La cinta en cuestión era la hongkonguesa That Demon Within, un policíaco mediocre con todos los peores tics estéticos y argumentales del cine asiático, ese que quiere ser estilizado y se vuelve hortera y cutrón, que quiere ir de expeditivo y profundo psicológicamente pero es de trazo grueso y llamada a lo grotesco. No tenía nada que aportar, ni siquiera era lo suficientemente mala como para poder despotricar contra ella durante tres párrafos. Así que, qué más da.



¿Sabéis cuál es lo suficientemente tóxica como para despotricar contra ella tres párrafos y los que hagan falta? ¿La que ha hecho que tenga morrilla de enanos esnifapelotas? ¿La que me ha hecho esconder unas 17 veces la cara entre las manos de vergüenza ajena? La catalana LA OTRA FRONTERA (), de André Cruz Shiraiwa, una película tan rematadamente estúpida y a la vez pedante que dan ganas de llevarla al veterinario para que la sacrifiquen, no vaya a ser que contagie a alguien.

La cinta comienza razonablemente bien, mostrando a una madre (Ariadna Gil, correcta en su papel) y su hijo (pasapalabra) que recorren un país anónimo desolado por una guerra, haciendo todo lo posible por llegar a Tierra de Nadie, un campo de refugiados que es la única puerta para pasar la frontera hacia el país vecino, cerrado a cal y canto para evitar la oleada de inmigración. Con sus inconsistencias (¿qué demonios hace un niño jugando con la PSP si no tiene dónde recargar la batería?), funciona como una versión light de The Road (La Carretera) durante 20 minutos. Luego se mete en el campo de refugiados y se apuntan cosas que podrían servir para construir una distopía bélica sobre jerarquías y regímenes totalitarios poco original, pero consistente. Sin embargo, a los 35 minutos André Cruz Shiraiwa revela su mano completa, su giro de guion sorprendente, su jugada maestra, la razón de ser de la película. Y es la mayor soplapollez de la historia. La gente en el Auditori comenzaba a mirarse unos a otros diciendo “¿en serio? ¿este va a ser el rollo de la película?”. Pues sí, hijos. De ese rollo va. Mierda en estado puro.

Ah, qué coño, lo voy a contar porque la película es tan infumable que no se merece ni la oportunidad de conseguir público por la vía del morbo: el campo de acogida es un Gran Hermano gigante, un reality show donde la gente tiene que ganar puntos y hacerse con los votos del público para pasar de ronda y lograr un visado. Y todos los tópicos sobre este tema, todas las críticas gastadas que ya hemos visto en incontables sitios, todo eso es la película a partir de entonces. Si estáis pensando que no pega mucho la crítica a los excesos televisivos estilo El Show de Truman con el ambiente bélico y deprimente del cine de campos de concentración, os saco de dudas: no pega en absoluto. Es como intentar que una zarigüeya se aparee con un cóndor. Haría falta un milagro para que el tono de la película se mantuviese a raya y compusiese algo mínimamente coherente. André Cruz Shiraiwa no es ese milagro. Es todo lo opuesto a ese milagro. Su segundo nombre puede ser Damien de lo opuesto que está a una obra divina. Es imposible presentar la parte del reality como una crítica verbenera y grotesca y seguir pretendiendo que uno se tome en serio un drama social de barro y supervivencia. Imaginad la novela 1984, pero hablando de nominaciones y de favoritos del público y de vamos a simular un romance ante las cámaras. Al menos en Los Juegos del Hambre tienen la excusa del cine de acción y aventuras, que siempre le resta seriedad y trascendencia al conjunto. Aquí no, porque el director es un cenutrio que se cree que está escribiendo un evangelio o la obra heredera de Rousseau, está iluminando a la audiencia, cuando tiene la profundidad de Teo va al Parque. Es realmente lamentable ver cómo un director puede poner tanto en evidencia su falta de talento.

El filme ya es un completo desastre desde su guion, lleno de lugares comunes y simbología simplona, risible y energúmena (¡Oh! ¡El niño le ha tirado una piedra a una tele! ¡Mira, un dron amenazando como un helicóptero Apache! ¡Qué complejidad!). No hay más que diálogos de besugos, recursos de patio de colegio, personajes ramplones que se comportan a la buena de dios, inconsistencias en la trama (si se evalúa a cada grupo cada x días para ver si pasan de fase o se van, ¿por qué la madre y el hijo avanzan más rápido que nadie y hay otros que parece que están viviendo allí a perpetuidad?) y un mensaje construido con engrudo y brocha gorda, tan machacón que hasta planta porque sí a un personaje en medio de todo para que suelte un monólogo en el que recita con pelos y señales todo lo que el espectador tiene que sacar de la película, no vaya a ser que alguien no se haya dado cuenta. Y cuanto más seria y pretenciosa se pone, cuanto más quiere subrayar Shiraiwa lo trascendente que es su historia mientras mete ideas de Paolo Vasile para conducir la trama, más en evidencia queda que es lo más ridículo e involuntariamente tronchante que ha pasado por Sitges desde quién sabe cuándo.



En comparación con semejante bazofia inmunda, cualquier cosa sale ganando. Eso no quiere decir que A GIRL WALKS HOME ALONE AT NIGHT () sea nada del otro mundo, pero al menos alguna cosa buena sí que se puede sacar en claro de ella. Y vosotros diréis, ¿cómo no va a ser un peliculón si es una película de vampiros iraní rodada en blanco y negro por una muchacha (Ana Lily Amirpour, que fue a presentarla a saltitos) que está regular de la cabeza? Pues aunque os sorprenda, fíjate por donde que es regulera. De hecho, si hubiese comprimido la historia, eliminado recursos cansinos (tiene cámara lenta para alimentar a un país del primer mundo) y subtramas cargantes, le habría quedado un corto bastante majo. Pero son 100 minutos de chicle estirado.

El argumento gira en torno a una vampira que recorre por las noches las calles de una corrupta y deprimida ciudad iraní, acabando con aquellos que cree que no se merecen vivir. Un Charles Bronson con burka y colmillos, vamos. Todo cambia cuando conoce a un chico inocente y lleno de problemas y se enamoran locamente como solo pueden hacerlo los hipsters, con canciones pop sonando a toda mecha. La historia de amor en sí resulta bonita, bien llevada, con sus dosis de sensibilidad y tragedia, con sus miradas llenas de significado, con sus pequeños gestos que hacen evolucionar la relación de forma creíble y cercana. Es épica por su romance imposible, pero también intimista por la escala en la que esta filmado.

La pena es, por un lado, que todo lo accesorio a esa trama principal resulta cansino, vacío, machacón, pobre y superfluo. Se desvía de su núcleo argumental durante tramos que se antojan interminables, porque lo que cuenta carece de potencia o interés, y por el segundo motivo que lastra el filme: Amirpour se gusta demasiado a sí misma. No llega a los niveles de André Cruz Shiraiwa o Sergio Caballero, pero también cae en ese egocentrismo del novato que se cree artista absoluto y comienza a añadir cosas de su cosecha personal. Eso no es de por sí algo negativo... si eres alguien con talento y visión. Si estás todavía crudo o tienes un cerebro de alpargata, lo que te quedan son insertos simbólicos sin fuste, una repetición enervante de los mismos recursos narrativos y planos (aunque hay que reconocer que su composición visual es potente, también es limitada) y una tendencia a añadir referencias cool que chirrían con el tono o el contexto del relato (por mucho que meta algún tema musical atronador de spaghetti western, no hay nada que la emparente con el género) y que no aportan lecturas más profundas del material.



Para quitar el sabor de boca de escribir sobre estas dos cintas, lo mejor es presentar ahora uno de los peliculones absolutos de este festival: STARRED UP (), drama carcelario potente y sin concesiones del británico David Mackenzie. El filme cuenta la historia de un joven delincuente con problemas de agresividad, que es ingresado en prisión tras una temporada en el reformatorio por asesinato. Allí cruza su camino con su padre, que está cumpliendo cadena perpetua y es uno de los capos de la cárcel.

Mackenzie no deja un resquicio de respiro al espectador, llenando la pantalla con la crudeza y explosividad de su entorno, completamente alejado de la domesticación que viene siendo habitual en el cine a la hora de reflejar la vida entre rejas. No todas las obras del género son tan bonitas y fantasiosas como las de Frank Darabont, pero en mayor o menor medida, en todas suelen quedar inevitables resquicios de tranquilidad, paz, humanidad, complicidad, esperanza. Los personajes siempre tienen algún factor que ayuda al espectador a identificarse con ellos, a sentir que no son tan malos después de todo y que, aun siendo peligrosos, pueden funcionar como personas normales. En esta película no. Desde el momento en el que conocemos al protagonista (un soberbio Jack O'Connell que está a la altura del cada vez más fundamental Ben Mendelsohn), el guion deja claro que es un lobo entre lobos, una fiera enjaulada sin ningún escrúpulo para verter la sangre que haga falta, pero que está rodeado de gente igual que él. Cada momento es tenso, es un posible estallido de brutalidad. Ni siquiera la relación paterno-filial se desarrolla en el marco de la ternura: son criaturas con piel de cuero y púas de acero que solo saben relacionarse mediante la violencia.

Solo la acción de un trabajador social que cree en la reinserción, único personaje externo a la prisión en donde se desarrolla íntegramente el filme (que no tiene ni siquiera un plano del exterior del edificio), consigue hallar un punto de equilibrio precario en la dinámica de unos personajes que, pese a aprender nuevas habilidades sociales, siguen poseyendo una vida interior turbia imposible de limpiar de una pasada. Este elemento le permite al director establecer un sólido discurso sobre la posibilidad de una segunda oportunidad, criticando el actual sistema penitenciario inglés centrado en el castigo y el apartar a los criminales de las calles en lugar de intentar llenar las carencias de su educación y crecimiento, convertirles en ciudadanos con unos conocimientos y un futuro, con la capacidad de desenvolverse en la sociedad lejos del conflicto constante en el que se mueven sus vidas. De esta forma, sin renunciar a la mugre y la furia, sin traicionar con paños calientes el dibujo de la brutalidad de los presos, sin olvidar nunca la fragilidad del statu quo de los centros de reclusión ni el origen de estos problemas (siempre la corrupción: moral, social, psicológica, estructural), su mirada se convierte en pura y honesta, sus avances emocionales se sienten auténticos y sensibles, y su mensaje es una carga de profundidad. Una joya imprescindible.



También raya a gran nivel una de las películas más esperadas y de perfil alto del festival, la comedia negra (o drama cargado de humor, según se mire) MAPS TO THE STARS (), nueva travesura del siempre interesante (aunque cada vez menos cárnico) David Cronenberg. En este caso echa su mirada cínica al fecundo mundo de Hollywood, con una actriz veterana que quiere hacer el papel que hizo famosa a su madre en el remake de aquella obra, un niño estrella drogadicto, una joven loca que vuelve a casa tras casi matarlos a toda su familia, un gurú de la autoayuda que practica el incesto y otra serie de personajes despreciables y despreciados, pero que se mueven en el mundo del lujo y la fama como si estuviesen en casa (que lo están).

La película no ofrece realmente nada nuevo a las mil y una críticas de Hollywood que se han hecho desde el inicio de los tiempos fotográmicos. El mensaje, al fin y al cabo, es el mismo en todas: la Meca del Cine es también la tierra de la corrupción, donde la moral se ha ido de vacaciones y los ricos se abandonan a los excesos de drogas, sexo, violencia, falsas religiones o cualquier cosa que les salga del órgano y se puedan permitir, que básicamente es todo. Pese a esta falta de originalidad, que de frescura solo tiene el hecho de que las perversiones que muestra son distintas de las de otras obras (son jodidas, pero no cualitativamente peores que algunas de ellas), la historia funciona y Cronenberg la dirige con mucho tino, ya que no se detiene en cada referencia o gracia sobre el mundillo como si hubiese lanzado el dardo definitivo, sino que los integra dentro de conversaciones fluidas y eventos que funcionan dentro de su trama de tragedia familiar, confiando en que el espectador es lo suficientemente inteligente y despierta para ir pillando y absorbiendo estas estocadas.

Entonces, si solo es un ataque a Hollywood rodado con solvencia, ¿dónde está la genialidad? Pues en que su historia generacional sirve para ampliar el discurso antes referido, haciendo que abarque no solo al mundo del cine en la actualidad, sino situando nuestra realidad en un contexto histórico. Los que hoy en día se comportan así son hijos de los que a su vez, en su día, ya llevaban la corrupción en las venas. Los pecados de los padres, sus carencias afectivas y secretos, sus traumas y prejuicios, sus excesos y perversidades, se han ido filtrando a sus descendientes como ellos los recibieron de sus padres. Y de esa mecánica perturbada, de esa escalada de nihilismo onanista, de esa incapacidad de frenar el discurrir de un torrente de lodo, surgen los engendros de hoy en día. Un sistema retroalimentado que solo tiene un posible destino: la autodestrucción.



Y terminamos con una película que tenía todas las papeletas para ser floja, ya que el subgénero young adult se ha agotado a una velocidad sorprendente. De hecho, desde que la saga de Harry Potter más o menos inauguró la tendencia (vale que cine juvenil ya había desde hace décadas, pero no con unas pautas y esquemas a seguir tan marcados), se pueden contar con los dedos de las manos las películas de este tipo que tienen algún valor cinematográfico… y la mayoría de ellas son de la saga del niño mago. Por eso resulta refrescante ver que, en el páramo de la falta de creatividad y la convencionalidad estilística del YA, todavía puede surgir una obra de fuerte carácter como MI VIDA AHORA ().

Dirigida, dato muy importante, por el británico Kevin Macdonald, la cinta narra la historia de un grupo de jóvenes y niños que deben sobrevivir por su cuenta en un mundo al borde del apocalipsis, donde las guerras y los conflictos se van extendiendo hasta afectarles directamente. Por supuesto hay lugar para el romance juvenil, que por cierto es la parte más floja del filme por apresurado y excesivamente épico: todos sabemos lo que es el amor a esas edades y no tiene nada que ver con un vínculo emocional para toda la eternidad y para escribirlo en los anales de la historia, y cuanto más intenta la película tensar esa cuerda, más inverosímil resulta. Puede que sea necesario, pero también es contraproducente.

Sin embargo, la película ofrece mucho más que eso. Macdonald vincula la historia mucho más al cine bélico que a la ciencia ficción, desplegando una visión realista y en primera persona de la experiencia de una joven (excelente, como siempre, Saoirse Ronan) atrapada en medio de la tragedia más cruda, rodeada de muerte y pobreza, de actos inmorales y canibalismo emocional, sin posibilidad de comunicación con sus seres queridos ni de saber si el mundo está a punto de estallar o existe alguna esperanza. Su puesta en escena busca ante todo el intimismo de la historia y el valor expresivo de las imágenes, combinando distintos estilos para transmitir las emociones y sensaciones de sus personajes: cámara en mano bucólica para los momentos de paz y amistad, fluidez mecánica para el mundo militar, planos de altas revoluciones para los estallidos de tensión, montaje solapado para las escenas en una civilización tecnológica… Por el camino, además, nos deja unas cuantas escenas impactantes (por lo bello, como el bombardeo nocturno, o por lo crudo, como la fosa común) que hacen de esta película un ejemplo a seguir por todos los que quieran aportar algo de vida a un género moribundo pero con esperanzas de salvación.


Eso es todo por hoy, aunque aún quedan algunas películas en la recámara. Mañana tocan fantasmas, niños cabrones, apocalipsis e historias de amor, perversas, eso sí. Que esto es Sitges, hombre.


Sigue a José Hernández en Twitter

 

Fuente: CINeol | Visitada: 1755 veces


Comenta esta Noticia

Comentarios (1)

09:25 - 08/10/2014

quber

Gracias Damned, me acabas de salvar de otro truño.


Ver el resto de comentarios sobre esta noticia