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Zinemaldia 2014. Día 2. Xavier Dolan eclipsa la SO

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En la mayoría de mis artículos durante el festival (y ya van muchos durante ocho años) escribo sobre sentimientos, algo difícil de explicar en la mayoría de los casos y más difícil de entender para todas aquellas personas que ven el cine sólo como un entretenimiento. Me gusta contar e intentar transmitir (aunque no sé si siempre se consigue) la experiencia que supone vivir el cine con gente que lo siente igual o más que tú, porque es en esa situación y bajo todos esos elementos (más o menos influenciables) que nos sentamos en la butaca y esperamos a que empiece la proyección, vemos, disfrutamos o sufrimos su metraje, y al acabar intentamos dar un veredicto lo más objetivo posible (dentro de la subjetividad que supone una crítica). Pero es ahí donde fallamos muchas veces: hacemos muy grandes algunas películas cuando se pasan en el festival y al releer los artículos meses más tarde lo único que te viene a la cabeza es “cómo pude ser capaz de escribir tantas barbaridades”.

Quizás todo lo que escriba a continuación sobre la última película de Xavier Dolan sea en unos meses pasto de ese comentario, pero es difícil escribir de otra forma cuando una película te toca tan dentro como lo ha hecho Mommy.


Año 2015, Canadá ha aprobado una ley que permite a los padres con hijos problemáticos dárselos al Estado para que los ingresen en centros para su cuidado y custodia. Con ese punto de partida, el jovencísimo (es para tenerle mucha envidia) director canadiense nos cuenta la historia de Diane, viuda, que intentará hacerse cargo de su hijo Steve para evitar que ingrese en uno de estos centros.

La película se presenta en un curioso e incómodo, por las sensaciones que transmite, formato vertical que puede parecer una pose del director (y que quizás la sea), pero que adquiere todo el sentido una vez vista la película y sobre todo tras ver la escena en la que música, dirección, actores y un gesto (que es mejor desconocer) se unen para crear el que será sin duda EL MOMENTO cinematográfico del año y que provocó aplausos durante la proyección de la película. Este formato antinatural obliga a Dolan a mostrarnos a los personajes de forma individual (no hay lugar suficiente en el plano para más). Cuando más de un personaje entra en plano, lo hace interfiriendo en el espacio vital del otro, logrando cierta incomodidad en el espectador.

Mommy es sin duda la mejor película de un director que crece con cada proyecto, que elimina imperfecciones, reduce sus excesos y que, aunque mantiene su pose de hacer películas visualmente 'molonas', no deja la historia al servicio de esos recursos, sino que los utiliza (muy inteligentemente) para dotarla de mayor profundidad y pegada. Además, al aspecto visual le acompaña una selección musical que por sí sola es maravillosa, pero que unida a lo que vemos en pantalla logran una simbiosis (qué recuerdos, Jorge Berrocal, qué recuerdos) perfecta.

Escribir más sobre la película sería arriesgarse a contar más de lo necesario y fastidiar una experiencia que podría ser única. En mi caso creo que es muy difícil que, en lo que queda de año, una película me haga sentir igual que Mommy, una cinta que no puedo sacarme de la cabeza y de la que me cuesta todavía mucho escribir o hablar sin emocionarme. Quizás sea la intensidad con la que se vive todo dentro del festival o simplemente es que realmente estamos ante una auténtica obra maestra.


Este año, tras anunciarse los títulos que compondrían la Sección Oficial, sabíamos que íbamos a tener unos horarios complicados y que las películas 'obligatorias' nos iban a condicionar mucho el poder disfrutar de otras obras. Hoy ha sido uno de esos días: cuatro películas vistas, las cuatro compiten por la Concha de Oro. Así que mañana tocará recuperar terreno con Perlas y Horizontes Latinos .

Había mucha expectación por ver La Isla Mínima y descubrir qué nos traía Alberto Rodríguez bajo el brazo, tras la notable Grupo 7, a pesar de no haber conseguido colarse entre las tres finalistas a representar a España en la carrera de los Oscar. La distribuidora ha traído a todo el reparto (a excepción de Javier Gutiérrez, que tenía compromisos de teatro) para apoyar la puesta de largo de la primera película a competición de este año y como anticipo al desembarco del film el próximo viernes en las pantallas de toda España.

Nos encontramos ante un sólido thriller situado en 1980 que gira en torno a la investigación que llevan a cabo dos policías de la desaparición y asesinato de dos hermanas en las marismas del Guadalquivir. Cimentado principalmente en la prodigiosa labor de Rodríguez tras la cámara, las interpretaciones (es difícil quedarse con una, porque hasta el papel más pequeño brilla a un nivel excelente), una cuidadísima fotografía y una ambientación que nos evocan a los pantanos de Luisiana o de Nueva Orleans. Todo eso y ciertos elementos de la trama han llevado a comparar la película con True Detective, aunque como bien ha comentado Alberto Rodríguez en rueda de prensa, la serie salió cuando ellos estaban en proceso de montaje y se enteró al recibir un mensaje de Raúl Arévalo: “Nos han copiao”.

Durante los títulos de créditos vemos diversos planos cenitales aéreos sobre las Marismas del Guadalquivir, bellísimas imágenes que se repetirán en momentos puntuales de la película y que esconden algo de perturbadoras. Esa sensación se encuentra también en un guión, que quizás sea el elemento menos potente del film por su estructura algo simple, donde destaca el sobresaliente tratamiento que hace de los personajes y la ausencia absoluta de posicionamiento o preferencias hacia uno u otro. En ese rompecabezas que crea el libreto, aunque no sorprende en exceso, se establece una atmósfera moralmente difusa donde a medida que las piezas del caso empiezan a encajar y salen a la luz los secretos, la línea entre el bien y el mal se hace cada vez más inexistente.

La isla mínima es, además de una notable película de género, un ejemplo más que demuestra la regeneración que está viviendo el cine español, que no tiene nada que envidiar al que se hace en otras latitudes (y longitudes) del planeta. La película ha recibido muchos aplausos y críticas positivas en todos sus pases, aunque es poco probable que llegue al palmarés final más allá de su fotografía; no porque no lo merezca, sino porque las cintas de género no suelen hacerse con los premios gordos.


El que ya sabe lo que es llevarse la Concha de Oro a casa es el francés François Ozon que vuelve a competir este año tras el éxito conseguido por En la Casa en 2012, esta vez con una película sencilla, luminosa y muy kitsch.

Une Nouvelle amie empieza con 10 minutos prodigiosos en donde se nos cuenta la historia de dos amigas desde la infancia hasta la muerte de una de ellas, un inicio que recuerda al visto en Up, emocionante, bello y que consigue conectar al espectador con los personajes. En ese prólogo las amigas crecen, se enamoran, una de ellas tiene un bebé y cae enferma, y entonces llegan a un pacto: si alguna de las dos fallece, cuidarán de la familia de la otra. Cuando su mejor amiga finalmente muere, Claire decide llevar a cabo su promesa y visitar al padre y al bebé, pero entonces descubrirá un secreto que le cambiará la vida.

Ya he leído algunas crónicas y críticas que desvelan ese secreto y creo que es un auténtico error, así que intentaré no escribir mucho sobre ello para no estropear la sorpresa. A Ozon le gusta mucho jugar con el espectador (En la Casa fue su obra cumbre en ese aspecto) y esta película es una muestra más: un divertimento ligero, pero cargado de significado y cierta reivindicación sociopolítica, con el que el director francés quería "hacer una película popular sobre el deseo y la identidad". Podemos decir sin miedo a equivocarnos, y escuchando los aplausos recibidos tras el pase de esta mañana, que lo ha conseguido.

Además de la dirección elegante marca de la casa, en la película destaca sobre todo la maravillosa actuación de Romain Duris, que se enfrenta a un personaje bastante complejo sin caer en estridencias, de un modo muy sutil y acorde con el tono de la película, cuando quizás lo más fácil era pasarse.

“Me gusta más dirigir que escribir”, confesaba François en la rueda de prensa. En esta película se nota: el guión flojea en ciertos puntos y recurre a subrayados innecesarios que restan algún punto a un conjunto notable que roza la excelencia en momentos puntuales de su metraje.


Como Une Nouvelle amie, otra película que está hecha para conectar con una gran cantidad de público es Silent heart, de Bille August, tercera película a competición del día, donde una familia se reúne un fin de semana para despedir a la abuela, a la que se le ha diagnosticado una enfermedad degenerativa y desea poner fin a su vida antes de que su estado empeore. Sí, si os lo estáis preguntando, podría ser la versión danesa de Agosto.

Se trata de una película teatral con una puesta en escena muy sencilla, donde el verdadero peso recae en el trabajo de los actores y sobre todo en el de las tres actrices principales, por el que no sería extraño verles recoger un premio el próximo sábado. Tiene un guión correcto en donde el debate de la eutanasia queda eclipsado por las relaciones (y secretos) entre los miembros de la familia, pero en determinado momento comete el error de tomar un rumbo en mi opinión equivocado, buscando quizás la lágrima del espectador, que en cierto modo rompe con lo que nos habían contado hasta entonces. Es una lástima que en ese camino más fácil se pierda la oportunidad de abrir el debate de la eutanasia, pero quizás el tono ligero y accesible del film no eran el lugar más apropiado para ello.

A pesar de esos puntos negativos, es una película disfrutable y que gustará a un amplio espectro de espectadores, como así se demostró con la ovación recibida tras finalizar la proyección.

En el próximo artículo volveremos a tener tres películas a competición que van desde la decepción más absoluta (Autómata) hasta agradables sorpresas (La Entrega). Además, recuperaremos The Tribe de la sección Perlas. Pero hasta entonces, ¡nos vemos en los cines!


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