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Zinemaldia 2014. Día 1. Vida y cine

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¿Sabéis esa sensación, mezcla de alegría, impaciencia y curiosidad, que se instala en nuestro cuerpo la noche antes de un día importante (la noche de Reyes, la vuelta al cole o el día antes de tu cumpleaños)? Esa sensación es, seguramente, la que más se acerca a lo que se vive (o al menos yo) la noche antes de que empiece el Festival de Cine de San Sebastián. Es curioso que esas sensaciones (casi) siempre las asocio a la infancia; luego perdemos (o nos quitan) la inocencia y todos esos días pasan de estar marcados en rojo a ser poco más que un día más.

Después de un año toca volver al Zinemaldia y volver a sentirse un poco (o bastante) niño, a no poder dormir del tirón por miedo a quedarte dormido (cuando el resto del año nos pasamos robándole “5 minutos más al despertador”), a cuadrar y estudiar horarios con la misma perseverancia que lo haríamos si nos presentásemos al examen más importante de nuestras vidas, y todo ello por vivir nueve días en los que lo único que importa es vivir a través del cine. Aunque viendo dos de las películas que se han proyectado durante estas primeras horas del festival, quizás sería más correcto hablar de cintas donde la vida se hace cine.


Todo aquel que no haya visto Boyhood todavía debería dejar de leer este artículo y salir corriendo (podéis arreglaros un poco antes y quitaros el pijama) al cine más cercano donde la proyecten y no intentar leer ni conocer nada más de la película.

El film va mucho más allá del propio experimento (que vendría a ser una versión 2.0 de lo que ya se había realizado con su trilogía sobre las relaciones de pareja) que plantea Richard Linklater, rodando durante 12 años con los mismos actores para que sean ellos mismos los que envejezcan en pantalla. No busca emotividad, ni grandes momentos, ni diálogos profundos, ni lecciones de vida. Boyhood se instala en la sencillez, la banalidad de lo cotidiano, y es ahí donde radica su grandeza. En que el público se identifique con momentos de una vida que ellos mismos pueden haber vivido: la escuela, las mudanzas, los divorcios, la edad del pavo, los primeros amores, las primeras borracheras... Justo en ese momento en que te encuentras recordando momentos de tu vida es cuando estás perdido. Sin buscar la emotividad, emociona y conmueve más que films que tienen como único objetivo sacar la lagrima al espectador; sin buscar grandes momentos, consigue que cada escena que pasa a nuestros ojos vaya creciendo en el recuerdo hasta hacerse enorme.

No voy a escribir sobre los aciertos en la dirección, lo bien que están los actores (con sus sorprendentes cambios de aspecto a lo largo de los años), lo bonita que es la fotografía o qué bien escogido está el diseño de vestuario, todo eso son cosas triviales y casi sin importancia pues forman un conjunto tan bien ensamblado que se me hace imposible verlo por separado. Es sin duda el evento cinematográfico del año, una película concebida no para verla sino para VIVIRLA. Y parece que la crítica cinematográfica internacional también lo ha sentido así y le ha otorgado el Premio Gran FIPRESCI que se otorga anualmente a la mejor película que ha competido en alguno de los festivales clase A del último año.


Si Boyhood se centra en la infancia y adolescencia, No todo es vigilia retrata la vejez. Las miradas se llenan de melancolía, las palabras nos describen recuerdos interrumpidos y la sensación de soledad se filtra por cada uno de los fotogramas de una película documental (los protagonistas son los abuelos del director) que se ha encargado de inaugurar la sección NUEV@S DIRECTORES.

La película, dividida en dos partes claramente diferenciadas, nos cuenta la historia de Antonio y Felisa, casados desde hace más de 60 años, que viven solos y enfermos en un pequeño pueblo de Zaragoza y deberán enfrentarse juntos a la incertidumbre de abandonar la vida que conocen, ante la posibilidad de irse a vivir a una residencia.

En la primera parte los protagonistas acuden al hospital, donde son sometidos a pruebas y chequeos, abandonados en los pasillos, olvidados a la salida de los ascensores y donde el tiempo no pasa más rápido por mucho que se mire el reloj. Los diálogos son escasos y el tiempo parece que no avanza tampoco para el espectador, un punto buscado quizás intencionadamente para que la empatía con los protagonistas sea mayor.

"Nosotros nos 'casemos' para poder dormir juntos (…) así que por mucho que te enfades, tú vas a dormir conmigo, vas a dormir con tu Felisa", le dice su esposa a Antonio momentos antes de volver al pueblo, a su hogar. Y con ese diálogo descubrimos que, a pesar de los años y de las manías que cada uno de nosotros tenemos (y que cuanto más viejos más acumulamos), hay personas que están hechas para encajar. Personas a las que les desaparece la sordera cuando su mujer les pide ayuda, pero que serían incapaces de escuchar el sonido de una banda de tambores aunque los tuviesen en la misma habitación. En esa sutileza de los detalles se construye la segunda mitad de la película, donde sobre todo se construye un momento que pasa de ser autentico terror (por lo angustioso de la situación) a la escena romántica más bonita vista en mucho tiempo, mucho más equilibrada que la primera y con situaciones que, a pesar de la soledad que se desprende de las situaciones y los sentimientos negativos o tristes que puede generar en el espectador, están tratados con una naturalidad y un humor que nace de la propia vida y hacen muy disfrutable el film.

Aplausos y buenos comentarios en el pase de prensa, donde las únicas criticas se centraban en ciertas decisiones de dirección más enfocada al cine 'de autor' que rompían el ritmo de la película en ciertos momentos.


Si las dos películas anteriores son trocitos de vida que nos proyectan en pantalla grande y donde la verdad (ya lo decía Jean-Luc Godard, "el cine es verdad a 24 fotogramas por segundo"), los sentimientos y las emociones se pueden (casi) tocar, la inauguración de la Sección Oficial va en dirección totalmente contraria. Aunque también es verdad que mantiene una línea muy coherente con el tipo de películas que han abierto el certamen en los últimos cuatro o cinco años. Además, si el film te permite contar con Denzel Washington en la gala de inauguración, la calidad de la película pasa a un segundo plano... o pasaría si no fuese porque somos serios y nos gusta escribir de lo que vemos aunque lo que vemos sea The Equalizer. El Protector.

Antes de empezar, y para que todas las cartas estén sobre la mesa, diré que en mi humilde opinión la carrera de Antoine Fuqua lleva de capa caída desde hace años y cada vez tengo más claro que Training Day: Día de Entrenamiento se la hizo un cuñado. Esta última película no va a hacer que cambie mi opinión. “No se puede empezar a construir la casa por el tejado”, con esta frase tan de padre se podría definir el mayor problema del cine de Fuqua: no puedes intentar hacer siempre películas dotándolas de trascendencia y profundidad filosófica si lo que vas a contar es poco más que un capitulo alargado de McGiver o un remake de una película de Charles Bronson. Este podría ser un diálogo (basado en hechos reales escuchado durante el día de hoy en las calles de San Sebastián):

- ¿Qué tal la de Denzel?
- Pss, bueeeeeeeno… Es mala.
- Pero… ¿Entretiene?
- Sí.
- ¿Es atractiva visualmente?
- Sí.
- ¿Hay violencia sin censura?
- Eeeh, sí, no mucha, pero hay.
- ¿Hay tiros?
- Sí.
- Entonces, ¿dónde está el problema?
- Que la he visto hace cinco minutos y ya no me acuerdo de ella."


Es tan típica esta historia de venganza (incluso el propio Denzel ya había protagonizado una con mucha más fortuna), que se cumplen TODOS los estereotipos: los malos son rusos (por fin vuelven los rusos a dominar los antagonistas del cine Hollywood), van en todoterrenos negros con los cristales tintados, el protagonista tiene que volver a hacer algo que prometió que nunca más volvería a hacer, hay mujeres florero y secundarios para hacer chistes con/sobre ellos y sale Denzel Washington haciendo una vez más de… Denzel Washington. El tipo sigue insistiendo en ese papel, aunque sea curioso que las pocas veces que no ha interpretado el personaje que le ha dado la fama, le ha caído premio. Hoy ha sido una excepción y ha subido a recoger el Premio Donostia (que podéis leer en el artículo de Inés Barreda). Quizás haya que ir haciéndose a la idea de que la película que abre la Sección Oficial es un mero trámite para traer a la estrella de turno, y que lo bueno de la competición empieza en la segunda jornada.

Escribo esto a las 5 de la mañana y en 3 horas tocará levantarse para enfrentarse a un nuevo día (cinco películas más) en el que veremos la primera candidata española a la Concha de Oro, La Isla Mínima, la última película de François Ozon, Une Nouvelle amie, y el Agosto de Bille August, Silent heart. En los próximos artículos prometo hablar de Mommy, de Xavier Dolan, vista hace poco más de dos horas y que va a ser sin duda una de las películas del Zinemaldia. Pero eso será en unas horas, hasta entonces, ¡nos vemos en los cines!


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Fuente: CINeol | Visitada: 1388 veces


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Comentarios (2)

13:22 - 20/09/2014

Damned Martian

Lo de Denzel se veía venir. Todas sus películas de acción son iguales, y Antoine Fuqua es como F. Gary Gray, les sale una peli cojonuda (Training Day, Negociador) y parece que van a petarlo, pero luego nada.

14:28 - 20/09/2014

charlyr2d2

Damned Martian escribió:Lo de Denzel se veía venir. Todas sus películas de acción son iguales, y Antoine Fuqua es como F. Gary Gray, les sale una peli cojonuda (Training Day, Negociador) y parece que van a petarlo, pero luego nada.


Nada más que añadir, su señoría!


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