Después de un mes dando la vara, os tendríais que haber enterado, pero por si acaso ahí va: ayer comenzó la 55 Semana Internacional de Cine de Valladolid. Y en esta edición, un servidor ha conseguido tener tiempo y presupuesto suficiente para ir durante toda su duración (gracias en parte a que RyanAir tiene un servicio de aviones la mar de barato, si bien bastante incómodo). Lo cierto es que la llegada ha estado plagada de sorpresas poco agradables. Habitación más pequeña, vecinos ruidosos, precios más caros en la comida... ¿Los regalos para la prensa? El año pasado fue un libro sobre Carlos Saura, este una chapa. Y luego está la inauguración.


Aquí os podría hablar de la carta que leyó Pilar López de Ayala, de la Espiga de Honor que le entregaron a Antonio Banderas, de la película que irá a los Oscar y fue presentada en el acto, del cóctel de bienvenida… Pero no. Porque como llegué por la tarde, me quedé sin entrada. Eso sí, pude ver el jet privado de Banderas en el minúsculo pero resultón aeropuerto de la localidad, ya que gracias a él nos tuvieron esperando diez minutos dentro de nuestro avión. Para colmo, hoy me entero de que la prensa no puede ir a los pases de la tarde del Calderón, así que me toca reformar mi horario completo, con lo bien cuadrado que lo tenía.


El caso es que no hay mal que por bien no venga, ya que el no codearme con famosetes y gente de buen comer me permitió ver dos películas de la sección Punto de Encuentro que no habría cazado de haber acudido a la inauguración. La primera no fue nada del otro mundo: el drama rumano WebSiteStory. Se trata de una película irregular, ya que la trama, en principio interesante, nunca termina de funcionar. El filme cuenta la historia de una adolescente que planea vengarse del hombre que mató a su mejor amiga. Sin embargo, el director Dan Chisununca se mete a fondo en la psicología de los personajes, ni consigue que la persecución sea creíble, con un par de momentos bastante casposos, lo que hace que cuando la cinta se centra en ese aspecto flojee demasiado. Afortunadamente, también le da mucho por desviarse del argumento central, y es en esos momentos cuando el filme encuentra realmente su voz, con un puñado de escenas sinceras, creativas, inspiradas e incluso graciosas, que reflejan una adolescencia que busca su sitio y se siente cada vez más desapegada de la figura de la familia. Es esa parte la que hace pensar que si el director se olvida de ganchos argumentales y mensajes ‘importantes’, si deja rienda suelta a su labor con los momentos más cotidianos, puede ser un autor a tener en cuenta en el futuro.


La otra película fue sensiblemente mejor, y se perfila como una de las favoritas a llevarse el trofeo del público en esta sección. Se trata de la húngara Children of the Green Dragon, una comedia tierna con un planteamiento clásico: dos personajes contrapuestos que con el tiempo se hacen amigos al tener que pasar sus días en el mismo lugar, un almacén de artículos ‘de los chinos’, aunque comienzan a tener diferencias cuando una chica se mete por en medio. Es una fórmula que, bien hecha, es irresistible para el público de a pie, y en este caso el resultado es impecable. En cierto modo recuerda al cine de Michel Gondry, o al teatro de los mimos, por la forma en la que aprovecha el entorno y los innumerables objetos que se encuentran en él no sólo para conseguir gags memorables que arrancaron numerosas carcajadas, sino para acercarnos a los personajes y hacer que nos encariñemos con ellos. Se trata de una de esas películas que no surgen con nada profundo que decir de la sociedad, pero que a través de la sencillez de la propuesta, del humor inteligente y del cariño que se le coge a los personajes, consigue hablar de forma más efectiva sobre el ser humano y la amistad que muchos presuntos tratados psicológicos. Cierto es que el filme flojea algo hacia el final, ya que tira por derroteros muy trillados para plantear y resolver su conflicto, pero eso no quita el buen sabor de boca del producto.


Y si esta cinta húngara es una película para el público, justo lo contrario es mi primer acercamiento a la Sección Oficial: Copia Certificada, del iraní Abbas Kiarostami. Eso no quiere decir que sea mala, todo lo contrario. Se trata de una propuesta estimulante y compleja sobre la identidad, el arte y las relaciones de pareja, pero también es un filme difícil de tragar, que requiere un tiempo para masticarlo y para asimilarlo. Los que entren en su juego se encontrarán con una cinta de argumento difuso, que se podría intentar definir como un análisis de dos parejas en distintos puntos de su relación, con la particularidad de que son la misma y en el mismo momento. ¿Confusos? Normal, es un planteamiento arriesgado que descoloca profundamente por su violación de las reglas narrativas tradicionales. Pero al hacerlo, Kiarostami no sólo consigue poner en perspectiva la fragilidad y la naturaleza azarosa de las relaciones humanas, sino que lo emplea como paralelismo para plantearnos el valor que le damos a las obras de arte. ¿Carece de valor la copia por ser una reproducción del original? ¿Cuál de ellas es más real, más válida? ¿En qué medida afecta la subjetividad del espectador a aquello que ve, sea arte o una pareja que anda por la calle y discute? Y todo esto con un estilo frío y sosegado, que regala el trabajo emocional a unos actores soberbios y se distancia del relato para hacernos que nos preguntemos sobre la propia película como un ejemplo de su discurso. Si hay que ponerle un pero al filme es que se alarga quizás demasiado, pues llega un punto del relato en el que todo lo que tiene que aportar ya ha quedado claro.


La otra cinta de esta mañana no se ha quedado atrás en cuanto a calidad. Se trata de También la Lluvia, de Icíar Bollaín, que si bien no pude ver sentado junto a Juan Diego y compañía, sí que he podido disfrutar en su pase matinal. Comenzando por lo obvio: se trata de la mejor película que España podría haber enviado a los Oscar. No sólo se trata de un filme excelente, sino que su discurso está entroncado en temas tan universales que no importa que el espectador identifique el escenario en que se sitúa. Además, viendo la ovación que le ha dedicado el público, extraño sería que los votantes de la Academia americana le diesen totalmente la espalda. No es que sea una nominada segura, pero desde luego, hay que tomarla en cuenta.

La cinta cuenta la historia de un equipo cinematográfico que intenta rodar una película sobre Cristóbal Colón en Bolivia, mientras el país se ve sacudido por una revuelta por el control del agua. La posibilidad de comparar la historia de la colonización y esclavización del pueblo indígena con la actual situación de explotación comercial de los pueblos del Tercer Mundo por parte de las multinacionales es sólo uno de los aspectos de su discurso, rico en matices y vertebrado a través de un guión sobresaliente. De hecho, lejos de la complacencia progre que podría sugerir el argumento, la película es también una bofetada en la cara a este sector, que lanza discursos aleccionadores desde la comodidad de sus casas pero procura mantenerse lejos del conflicto, posicionándose en cambio del lado de aquellos que tienen que luchar incluso con su vida para defender no un ideal de justicia, sino su propia subsistencia. Destacable en todos sus apartados, desde la dirección hasta la impecable labor de los actores, la cinta sería una favorita clara a la Espiga de Oro si no fuese porque participa fuera de competición. Ahora bien, los Goyas le van a llover.

Y eso es todo por ahora en la primera jornada. Mañana más con cinco películas, tres de Punto de Encuentro y dos de la Sección Oficial.