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ZINEMALDIA 2021 (IV). Con Titane llegó la revolución

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Hablaba, en el artículo anterior, de dos películas que contribuyen a elevar la media de calidad de una Sección Oficial hasta el momento bastante notable con películas destacables en varios aspectos, pero lamentablemente, y como en todas las ediciones, han empezado a aparecer títulos mediocres y carentes de ese valor cinematográfico exigible para competir por un premio en el palmarés final.


En el primer caso se podría hasta perdonar por tratarse de una ópera prima, la de la directora rumana Alina Grigore quien en Blue moon () nos sitúa en una familia disfuncional controlada por un patriarca dominante, quien maneja a los suyos como si de una empresa se tratase, y del que dos hermanas lucharán por escaparse.

Los gritos, las escenas inconexas y las decisiones sin sentido aparecen en pantalla desde el inicio y el espectador se pregunta bien pronto cómo ha acabado, un título como este, compitiendo por la Concha de Oro esta película, ya que ni la posible denuncia al poder opresivo que el patriarcado ejerce sobre las mujeres ni la violencia que lo acompaña está lo suficientemente bien aplicada ni narrada y ese es el mayor problema de la película, su confusión a la hora de explicar lo que sucede en pantalla y las relaciones e interacciones entre unos personajes tan pasados de vueltas que es imposible sentir empatía o algún tipo de afinidad hacia ellos. Antes de empezar el festival y viendo las propuestas rumanas que nos habían llegado en los últimos años parecía que nos encontraríamos ante una cinta interesante pero una vez vista es difícil extraer elementos positivos de una obra caótica y desesperante más allá de que, por suerte, solo dura 85 minutos.

Hay algo pero que te toque en un día una de esas películas de preguntarse “¿Por qué esto va a competición?", que te toquen dos y si la primera podría tener la excusa de tratarse de una ópera prima en el caso de la veterana Claire Simon no hay explicación posible.


I want to talk about Duras () recrea la conversación real, palabra por palabra, entre Yann Andréa y la periodista Michèle Manceaux. La directora francesa decide adaptar esta conversación en la que se indaga en la relación de Yann, 30 años más joven que Marguerite Duras por la cual se siente atraído hacia una relación tóxica cargada de dependencia y desprecio, y lo hace sin añadir casi ningún valor cinematográfico a la propuesta; una habitación, dos personajes, una cámara que va de uno a otro mientras se suceden los breves diálogos y los largos monólogos. Únicamente se recrean ciertos momentos tan inocuos y poco interesantes que casi producen más molestia que beneficios al ritmo e interés de la película. Sensaciones parecidas a las que provoca la utilización de imágenes de archivo de Duras utilizadas como subrayado a las palabras que salen de la boca del personaje de Yann.

El trabajo actoral, al menos el de Swann Arlaud (el personaje que interpreta Emmanuelle Devos es tan secundario y está tan desdibujado que no permite su lucimiento), es uno de los pocos elementos destacables de una cinta en la que el aparente interés generado por la intensidad creciente de la conversación, al descubrirse los sentimientos y situaciones más íntimas de la relación amorosa entre el joven y la famosa escritora, acaba derivando en un discurso reiterativo, plomizo y sobre explicado. Por lo que queda una sensación de que lo que cuenta no es tan interesante ni la forma de hacerla es atractiva por lo que el espectador únicamente desea que pasen lo más rápido posible los 95 minutos de duración.

Desde hace unos años los festivales denominados “serios” han empezado a abrirse en sus secciones oficiales a películas consideradas “de género”, tenemos ejemplos como Encontré al diablo aquí en San Sebastián o Parásitos en Cannes. Además, este año, ya hemos visto varias propuestas que coquetean con el terror o el fantástico en algunos momentos de su metraje, como el caso de As in heaven, o que lo abrazan directamente, Earwig. Dentro de los primeros nos hemos encontrado un ejemplo más en la cuarta película de Claudia Llosa que compite por primera en el Zinemaldia.


Distancia de rescate () es habla sobre la pérdida y las relaciones maternofiliales adaptando una novela de Samanta Schweblin. Amanda y su hija llegan a una bucólica finca en el campo que va a convertirse en su nuevo hogar. Allí entablaran relación con Carola y su hijo David, sus vecinos. A pesar de lo idílico del paisaje una sombra acecha poniendo en peligro el futuro de las recién llegadas. Llosa realiza un acertado retrato de la maternidad, el terror a la pérdida y esa tensión constante por los peligros que rodean a los hijos. Una tensión que potencia con la introducción de elementos sobrenaturales de una manera sobresaliente y fluida consiguiendo que no desentonen en ningún momento con el resto del relato. El juego de elementos fantásticos con la realidad recuerda a la literatura de la escritora argentina Mariana Enríquez con sus particular mezcla orgánica y natural entre el mundo de los muertos y de los vivos, aunque con una visión, eso sí, mucho más oscura que mostrada en Distancia de rescate donde, incluso cuando la oscuridad es más dueña de la narración, se apuesta por una fotografía preciosista, cálida y luminosa.

El mayor error de la película es apostar demasiado por un misterio, del que iremos descubriendo las piezas a través de un entretenido montaje que juega con bucles temporales cambiando ligeramente el foco de atención, y al cual no consigue dar una resolución acorde a las expectativas generadas durante todo el metraje de la película. A pesar de ello es una cinta que mantiene el interés del espectador y consigue no aburrir en ningún momento, lo que a ciertas horas de la mañana ya son varios puntos a favor.

Si hablamos de películas de género en festivales “serios” hay que comentar el título que, desde julio, ha reventado todas las clasificaciones posibles haciendo historia al convertir a su directora, Julia Ducournau, en la primera mujer en ganar la Palma de Oro del Festival de Cannes en solitario.


Titane () ha sido catalogada de clásico instantáneo afirmación a la que el tiempo dará o quitará la razón, pero lo que sí está claro es que, la segunda película de la directora francesa ha revolucionado el panorama cinematográfico actual con una obra tan excesiva, impactante e hipnótica como imperfecta. En una imperfección buscada a propósito pues dentro de las muchas capas que tiene la película se encuentra la búsqueda y aceptación de la propia identidad personal sin hacer caso a lo establecido como normal en la sociedad.

La aparición de un espectacular (en todos los sentidos) Vincent Lindon, el contrapunto humano a la alienación que sufre el personaje de Alexia (magnífico debut de Agathe Rousselle), sirve de ruptura a una primera parte totalmente arrolladora y excesiva en donde el sexo, la violencia, el humor negro, el aceite de los coches, las situaciones surrealistas y la sangre aparecen en los momentos más inesperados llenado toda la pantalla, para dar paso a un segundo tramo más calmado pero igualmente sorprendente donde toma el control del discurso la importancia de las relaciones e interacciones humanas para salir adelante.

Es posible que ningún texto haga justicia a la experiencia que supone ver Titane, y si lo hay seguro que será de alguien con más talento que un servidor, así que no dudéis en ir a verla y sobre todo no cuestionéis nada, simplemente dejaros llevar pues el viaje que propone es una montaña rusa de sensaciones que merece ser vivida sabiendo que no os va a dejar indiferentes. Una vez termine la película podréis decidir si merece la pena o no volverse a montar en ella.

Ahora toca bajar las revoluciones del motor y volver a la Sección Oficial donde, en el próximo artículo os comentaré entre otras la nueva película de un viejo conocido del Festival, el francés Laurent Cantet. Hasta entonces nos vemos en los cines.

Twitter Carlos Fernández

 

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