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Diario de Sitges 2018 (VI): Dioses y monstruos

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Y los cielos se abrieron y sonó un trueno y después otros ochocientos, y una cortina de lluvia como nadie en Murcia ha visto nunca asoló la faz de la tierra catalana, convirtiendo sus plazas en lagos, sus calles en ríos, sus cuestas en torrentes y sus balcones en cascadas. Desde las seis de esta mañana hasta cerca de las diez, en este pequeño pueblo costero conocido por su turismo gay y su festival de frikis cayó el equivalente al Mar Menor con la densidad de alguien vaciando un barreño sobre nosotros. Pero lo peor no era lo que caía de arriba, sino lo circulaba por el suelo y se acumulaba en cada esquina, que en algunos puntos llegó a superar la altura de los tobillos. En los apenas 300 metros que hay entre mi apartamento y la estación de tren, donde tuve que coger un taxi para llegar a la primera proyección del día en un estado ligeramente distinto al de un perro callejero rescatado de un naufragio, me empapé tanto que podría haber escurrido mis pantalones, calcetines y zapatos y habría sacado media palangana de agua. Y no fue la única tormenta del siglo que tuve que aguantar hoy, porque por la tarde se unió un huracán a la fiesta. Realmente es increíble y habla muy bien de la gente que acude a este certamen que a las 8:30 de un martes de diluvio universal hubiese medio Auditori lleno de Noés dispuestos a ver una película italiana sobre labriegos y marqueses.



Pero no voy a hablar todavía de ella, porque primero hay que hablar de los maestros. DRAGGED ACROSS CONCRETE () es la tercera película de S. Craig Zahler en tres años, en los que nos ha dado Bone Tomahawk y Brawl in Cell Block 99. Si había alguna duda de que nos encontramos ante uno de los autores fundamentales del cine independiente actual, este policíaco debería ser suficiente para despejarla completamente como Heat hizo en su día con la obra de Michael Mann.

Reafirmando el estilo narrativo que ya había mostrado en sus anteriores films, Zahler imprime al relato un ritmo lento y pausado pero firme y en continuo movimiento. Una puesta en escena metódica, seca, de aroma clásico por su lenguaje contenido pero preciso, es la herramienta que guía al espectador por una historia plagada de los compases habituales del género (policías expeditivos, atracos al banco, emboscadas en lugares apartados, vigilancia desde el coche, persecuciones, etc.). Sin embargo, están formulados de forma posmoderna, desmitificando cada una de estos iconos: no hay nobleza en los ladrones, no hay heroicidad en los agentes, no se sigue a un vehículo a toda velocidad ni los tiroteos son limpios, solo hay víctimas y verdugos.

Cada una de las personas involucradas en la trama tiene una vida privada que los aleja de esas figuras impasibles, tan planas como carismáticas, que pueblan la acción hollywoodiense. A través de diálogos brillantes cargados de humor y reflexión, Zahler muestra lo mundano de estas personas y establece sus contextos y motivaciones sin que lleguemos a saber cuál de ellos, si es que alguno logra sobrevivir, conseguirá cerrar su arco argumental. El resto verán sus hilos del destino cortados sin compasión por las parcas de la brutal realidad. En especial destaca la pirueta narrativa que lleva a cabo con Jennifer Carpenter, una digresión que interrumpe la fluidez de la trama y es una película autocontenida en sí misma, un juego con las expectativas del espectador.

Hay que resaltar además que, si bien sus anteriores cintas tenían una estructura formulada como un progresivo descenso a los infiernos de la brutalidad absoluta, en esa ocasión el estallido final de violencia es más contenido y crudo. No se abandona a lo grotesco de un cartoon, ni se deleita en lo escabroso, incluso lo evita en muchas ocasiones, lo que le permite transmitir un aire más trágico sobre el destino de los personajes, entroncando así con el noir clásico. Toda una lección de cine.



LA NUIT A DÉVORÉ LE MONDE () también juega sobre esquemas argumentales familiares, en este caso el cine de zombies. En este caso, su acercamiento clásico está casi desprovisto de reinterpretación: el grueso del film se basa en explotar (de forma muy sólida, en especial en sus tramos inicial y final) las escenas de tensión inherentes a este apocalipsis desde el punto de vista de un único superviviente en un entorno limitado, un edificio en el que se ha despertado después de una fiesta.

Más allá de los ritmos habituales de este tipo de cine, se pueden destacar solo dos aportaciones. Por un lado, la dicotomía entre el silencio, necesario para pasar desapercibido entre los muertos vivientes, y el sonido, más en concreto la música, identificada con el trabajo del protagonista pero también ligada a la cordura del ser humano y a la supervivencia de la sociedad civilizada. Por el otro, la progresiva exploración sobre los efectos psicológicos que el aislamiento tiene sobre el personaje principal, tanto por su estabilidad emocional como por las distintas alucinaciones (auditivas y visuales) con las que el cerebro intenta llenar los huecos que la falta de estimulación provoca. Una suerte de huida de un tanque de supresión sensorial que hace que su final, en teoría esperanzador, sea bastante más abierto de lo que parece.



Siguiendo con los subgéneros concretos, la francesa KNIFE+HEART () quiere ser un giallo de nueva generación, pero el resultado, sin ser un desastre, es poco satisfactorio en casi todos los sentidos. Para empezar, porque tiene un estilo demasiado domesticado y carente de la locura estética que las mejores representantes del género supieron explotar como herramienta para crear suspense. De esto deriva una absoluta falta de tensión en las escenas cumbre de los asesinatos, que se suceden con una intención visual que está a kilómetros de distancia de los Argento o Bava.

Por otro lado, apenas aproveha el contexto en el que se sitúa la historia, el mundo del porno gay de los años 70. Este entorno podría ofrecer múltiples posibilidades no solo dentro de la provocación, sino también para construir algún tipo de discurso reivindicativo. De lo primero no hay: el film es bastante timorato al mostrar sexo y su uso de los rodajes es casi paródico, una especie de búsqueda de la simpatía del público por vía de la suecada que funciona como pastelito entretenido pero solo serviría como postre de un primer plato que no se encuentra por ninguna parte. Respecto al discurso del film, sí que intenta reflejar el ambiente de clandestinidad y rechazo de la comunidad gay de esa época entroncándolo argumentalmente con la intriga homicida, pero su profundidad temática no es suficiente para compensar las carencias de los otros apartados. Floja.



Y llegamos a la película por la que esos héroes anónimos se jugaron la vida. Bueno, puede que la vida no, pero al menos su sequedad. LAZZARO FELIZ () comienza como un drama costumbrista situado en un poblado de labriegos que trabajan para una marquesa y la tratan con una reverencia que podríamos pensar en Los Santos Inocentes. En este mundo de mentalidad primitiva, donde la tecnología apenas se está comenzando a hacer un hueco, Lazzaro es el más inocente de todos. Es una figura idílica, la pureza personificada, y como tal todos se aprovechan de él de distintas formas, en un comentario nada sutil sobre la corrupción inherente al ser humano, que se acentúa cuando se rodea de una sociedad que actúa de caja de reverberación de este comportamiento.

Este tramo, el más convencional pero sin embargo interesante gracias a la labor tras la cámara de Alice Rohrwacher, muy elegante y expresiva sin caer en la composición impostada, da un giro cuando, tras un accidente, Lazzaro 'resucita' 15 años después. La alegoría cristiana entra entonces en pleno efecto, mientras este ser iluminado y ahora casi divino visita a sus antiguos amigos y dueños y ve cómo ha cambiado su mundo después de que el chiringuito se le acabase a la señorona. De esta forma, Rohrwacher analiza las estructuras de la lucha de clases de una forma más psicosocial que económica, llegando a la conclusión de que el verdadero lastre para la igualdad es la mentalidad de clase, la deificación de unos referentes que deberían revelarse en su patetismo sin ningún problema, pero que mantienen su estatus por la herencia educativa de todo un grupo social. Así, Lazzaro sigue siendo un marciano en este mundo, un santo cuya bondad no tiene cabida mientras la dinámica de relaciones sea tan desigual que incite a la hipocresía, la picaresca, el engaño como forma de vida.

Es un film muy rico en matices, de esos que se disfrutan más fuera del estrés de un festival, con tiempo para reposar las sensaciones y los discursos que plantea. No es una película de satisfacción inmediata, sino a fuego lento.



Para terminar, cambiamos de registro a algo completamente opuesto en todos los aspectos posibles. Si alguien se pregunta por qué China, con todo su poderío económico y sus directores de talla internacional, no tiene blockbusters de acción tan sobrecargados, patrióticos y chabacanos como Hollywood, que no se preocupe más, que ahí está OPERATION RED SEA () para llenar ese vacío. Taquillazo descomunal en su país y dirigido por uno de los mitos del cine de acción hongkongués, Dante Lam, la mejor forma de definirla es que si los protagonistas fuesen americanos la produciría Jerry Bruckheimer y la dirigiría Michael Bay sin cambiar una sola coma narrativa o visual.

Aunque esa frase sea suficiente para explicar lo que uno puede encontrarse en el film, para bien y para mal, entraré en más detalle. La película es básicamente una escena de acción de 134 minutos, una sucesión interminable de tiroteos y persecuciones sin pausa para contar historia alguna. Y menos mal, porque cuando se detiene un ratito para explicar la situación geopolítica, es una vergüenza absoluta. Cuando intenta situar la acción narrativamente, entrando en las estrategias y eventos que suceden en torno al grupo de soldados desplegados en territorio enemigo, es un desastre caótico. Cuando intenta definir personajes y motivaciones, está al nivel de una función teatral de instituto. Y cuando habla del ejército, destila un patriotismo rancio de mitin de Vox. Cuanto más se aleja de todos los detalles que compondrían una película de verdad, como el guion, y más se acerca a un simple y puro espectáculo verbenero de fuegos artificiales, tiro al blanco, lucha libre, balas infinitas, muerte al moro y vamos a rescatar a la muñeca chochona, más se disfruta. Hay poco cine más allá de lo sensorial aquí, así que resultará insufrible o divertidísima en función de lo que uno pueda desconectar el cerebro y dejarse llevar por el ritmo frenético.


@DamnedMartian

 

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