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Diario de Sitges 2017 (VII): Asesinos y violadores

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En la introducción del anterior artículo comentaba que, en un festival de cine, lo que ocurre en el mundo exterior se vive como si fuese irreal. Lo contrario también sucede, sobre todo cuando atañe a tu vida personal. Cuando sucede algo importante o fuera de lo normal en casa, sea dramático o alegre, de repente te invade una sensación de alienación absoluta. Como en esas películas donde todo es un sueño y la realidad comienza a abrirse paso. O esos sueños donde eres consciente de estar dormido e incluso eres capaz de incorporar a voluntad algunos elementos que suceden a tu alrededor. De pronto, te sientes ajeno a lo que estás viviendo. Todo sabe de forma distinta, todo tiene una cualidad frívola e irrelevante, todo se convierte en un “¿qué hago aquí, tan lejos del hogar física y emocionalmente?”. Todo es disonancia, descontrol, incluso impotencia. Pero aún faltan los últimos días, cada vez más escasos.



Algo parecido a esta sensación de enajenación sobre la propia vida es la que experimenta el protagonista de THE ERLPRINCE (), cinta polaca sobre un adolescente incapaz de encontrar su sitio en el mundo, por lo que se fuga continuamente de la realidad. Esto que parece clásico y sencillo se transforma en un tour de force narrativo, ya que el film adopta el punto de vista del chaval y fusiona sin rupturas la vertiente real y la imaginada, de forma que casi nunca podemos estar seguros de si asistimos a eventos reales o a su interpretación particular de ellos. La puesta en escena no carga las tintas con símbolos elaborados y metáforas poéticas, más bien al contrario: las fantasías utilizan elementos corrientes de formas irreales y absurdas, pero en muchas ocasiones dentro de los límites del sentido del humor surrealista, por lo que al principio no queda claro si juega a ser loca o a romper la realidad.

Huelga decir que este montaje radical es difícil de asimilar, y de hecho a la historia le cuesta media película encontrar su definición, pasando por una serie de eventos cotidianos más o menos inconexos antes de enhebrar un hilo discursivo que facilite la conexión emocional con lo que cuenta. Lo más señalado de su primer tramo es la relación edípica del joven con su madre, que llega a tener momentos donde coquetea de verdad con la línea del incesto. Aunque esto de ‘de verdad’ ya digo que es relativo, porque al estar filtrado por la mirada del joven, en realidad asistimos a sus sentimientos conflictivos sin por ello estar viendo un romance sexualizado. Más allá de esto, la historia no sigue ningún patrón y aleja por completo al espectador de lo que cuenta.

Una vez entra en escena el padre ausente, el film despega definitivamente y logra componer un hermoso y emocionante relato sobre la incapacidad para hacer frente a las expectativas sobre uno mismo y sobre los demás, lo que conduce a la soledad y a la desesperación. El amor a veces no es suficiente para llenar los vacíos que deja la vida. Ni siquiera basta la capacidad para crear mundos ideales en nuestra mente, porque la insatisfacción siempre acaba abriéndose camino. No podemos escapar de nuestras emociones ni siquiera cuando intentamos huir de la realidad. La única salida es enfrentarse a ellas.



También es joven el protagonista de MY FRIEND DAHMER (), biopic que sigue los años de instituto de uno de los asesinos en serie más famosos de Estados Unidos, Jeffrey Dahmer, basándose en el cómic escrito y dibujado por uno de sus compañeros de clase. Todo film que aspire a seguir de forma realista a un psicópata, y más si es un personaje real, debe caminar una línea muy fina y delicada: buscar un origen o una explicación a sus actos podría llegar a disculparlos o quitarles importancia; pero, al mismo tiempo, convertirlo en un monstruo solo eternizaría la imagen estigmatizada que se tiene sobre la patología mental.

El mayor acierto de la película es el de conseguir mantenerse en una línea respetuosa con todos estos aspectos. En Dahmer vemos a una persona, a un joven casi como los otros, pero también vemos su progresivo deterioro mental, sus obsesiones enfermizas, su extraña forma de acercarse al sexo, su falta de habilidades sociales (que no es timidez, como en otras cintas, sino mera incapacidad para entender las interacciones personales), su narcisismo. Vemos su grupo de amigos hipócritas, su hogar desestructurado, la falta de afecto que rodea su vida, y se apunta a que su patología puede venir hasta cierto punto heredada de su madre. Todo está presentado con solidez y oficio.

El problema viene de que, por la propia naturaleza de la historia que adapta, vemos a Dahmer desde fuera, desde el punto de vista de un observador que no acaba de entender todos estos factores ni construir con ellos un cuadro cohesionado. La capacidad analítica del film se reduce a presentar los hechos externos, pero poco tiene de exploración psicológica profunda, por lo que siempre hay una barrera que nos aleja de material y nos impide implicarnos. Así, cualquier posibilidad de impacto se queda en nada.



Otro psicópata de manual es el personaje interpretado por Guy Pearce en BRIMSTONE (), western coproducido por varios países europeos pero situado en Estados Unidos, como manda la tradición. Narrada en cuatro episodios, cada uno situado en un tiempo y lugar distintos, la historia nos presenta a una joven muda que debe enfrentarse a un malvado predicador que tiene cuentas pendientes con ella. Durante dos horas y media excesivas pero nunca aburridas, la historia se despliega con elegancia y contundencia, utilizando sabiamente la estructura en saltos temporales para dosificar la información y añadir nuevas capas de complejidad a su mensaje en contra de la mentalidad misógina y la violencia contra las mujeres.

Sería un alegato mucho más efectivo si no acabase convertido en una especie de cómic a base de excesos. En especial afecta al personaje de Pearce, que al comienzo de la historia parece tener una especie de cualidad sobrenatural maligna, pero que se va tornando maldad humana para finalizar como supervillano de tebeo incapaz de morir y siempre inventando nuevos planes para matar a Wonder Woman. Esto solo lastra su último tramo, y no se puede achacar ni al buen trabajo de los actores ni a una dirección solvente y cuidada, sino a un guion que se va de las manos en su intento por añadir una nueva vuelta de tuerca de epicidad a una historia que con una mirada más cercana y humilde habría sido más potente.



También es un western (o, mejor dicho, un eastern, por situarse en los páramos de Indonesia) la que por el momento es la sorpresa más agradable de esta edición: MARLINA, THE MURDERER IN FOUR ACTS (). Es un film que invita a las comparaciones con el anterior: ambos tienen el mismo género, están estructurados en cuatro segmentos y tienen una clara vocación feminista, con mujeres heroínas enfrentándose a violadores y maltratadores. Sin embargo, no podrían ser más distintas en todo lo que importa, todo lo que convierte a una simple historia en gran cine. Y siempre sale ganando Marlina.

Con un soberbio manejo de la puesta en escena que recuerda a tanto a Sergio Leone (su sentido estético para el paisaje y los contraplanos intensos, su música morriconiana, su épica casi muda) como a Akira Kurosawa (su composición geométrica de los personajes dentro del plano, los cambios de tono e intensidad dramática dentro de la misma unidad escénica, su mirada humana), el film de Mouly Surya es apasionante de ver, oír, sentir y masticar. Desde la simple experiencia estética hasta la pasión contenida con la que explora la situación de las mujeres en su país, desde su uso del humor negro y los toques surrealistas hasta el catálogo de personajes carismáticos que parecen salidos de una película de los Coen, todo en la cinta funciona como un tiro. Es bella, inteligente, divertida, certera. Es brutal a la vez que sensible. Es seca y al mismo tiempo poética.

Es la obra de alguien que ha bebido mucho cine y ha aprendido las lecciones de los mejores para componer un estilo propio de una fuerza inusitada, una voz poderosa en el cine femenino que nos ha dado a uno de los protagonistas femeninos más míticos del cine oriental, y que merece por méritos propios irse del festival con una lluvia de premios para que el film no se pierda en el olvido y adquiera el estatus de clásico contemporáneo que merece.



Y si creéis que lo escrito antes es un orgasmo pajillero, esperad a ver lo que escribo sobre LET THE CORPSES TAN (), porque me doy miedo a mí mismo. Si hace unos años ya glosé sobre las virtudes de la anterior película de Hélène Cattet y Bruno Forzani, El Extraño color de las lágrimas de tu cuerpo, aquí ya se han pasado el juego. Solo esta pareja de franceses podrían haber cogido el policíaco italiano de los 70, haberlo pasado por el filtro del spaghetti western y haberlo metido en una licuadora con todas las drogas conocidas por el hombre para convertir a su nueva película en un tiroteo de 90 minutos a modo de asalto sensorial absoluto.

Cada segundo del film, cada plano, cada imagen, cada sonido, cada uso de la música o la luz, cada idea narrativa, habría sido en cualquier otra película ese segundo, plano, imagen, sonido, música, luz o idea que pasa a la historia como icono del séptimo arte. Rabiosa, frenética, explosiva, capaz de saturar cada poro del cuerpo con juegos simbólicos y viñetas de novela gráfica de colores y sabores especiados y arenosos, el film avanza a ritmo de metralleta de repetición y uno solo puede recibir el impacto de bala y esperar no morir en el intento de asimilar cada fotograma. Es una experiencia de cine total que agota y noquea, que escupe violencia gráfica y sexo sudoroso, que convierte un juego del gato y el ratón en un infierno perverso de plomo y oro capaz de convertir a una mujer en una diosa de la muerte.

No es una película para explicarla. Es una película para sentirla, para dejarse llevar, para paladear, siempre y cuando uno esté dispuesto a ser un saco de boxeo que los realizadores están dispuestos a masacrar con cine en estado puro.



Y para finalizar, volvamos a caer a la mierda y a explorar los mundos imaginados. Como el de THE CRESCENT (), una película de suspense sobre una mujer y su hijo en una solitaria casa de la playa donde suceden cosas extrañas. Me parece muy bien que el director se vaya de vacaciones con su familia y decidan utilizar sus vídeos caseros, rodar cuatro cosillas más y montar una película para mostrarla a los colegas. Incluso para presentársela a productores para ver si les dan dinero para rodarla de verdad. Pero otra cosa es considerar que el cine amateur tiene nivel para ser seleccionado en un festival.

No todo es malo en este film. Hay escenas bien rodadas, algunos recursos interesantes (el uso del sonido, por ejemplo) y un par de ideas decentes. Pero la mayor parte del producto está compuesto de retazos que parecen improvisados en una tarde con un equipo doméstico y sin nadie profesional que indique cómo colocar la cámara, cómo montar una secuencia o cómo estructurar un guion. Hay partes de la trama demenciales y cutres (te estoy mirando a ti, hombre cangrejo pederasta), la idea de base para el gran giro está más gastada que las suelas de Forrest Gump después de recorrerse tres veces de punta a punta los Estados Unidos, y tiene más finales que El Retorno del Rey si mostrasen sus últimos 45 minutos durante tres días seguidos en el Sonar. Así no.


Para el próximo artículo reservo un par de películas potentes, porque parece que Sitges está acelerando un poco en su tramo final. A lo mejor todavía podemos subir el nivel medio del festival.

@DamnedMartian

 

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