A mí me ha atrapado de principio a fin. Bueno, el final quizás menos, porque el clímax para mí es demasiado 'climático' y no me pega con el tono que tiene todo el relato, parece un pegado postizo comercial cuando lo que pedía era algo más austero. Pero quitado eso, es que no le puedo poner muchas pegas, porque la película es soberbia. Jeff Nichols sabe narrar con un pulso pausado y tranquilo, pero firme y honesto, que hace que sus personajes cobren vida y que sus escenarios salten de la pantalla e inunden como una sensación de pertenencia la sala de cine. Y claro, así por muy clasicona que sea la historia, juega a caballo ganador. Y es que por mucho que uno sepa más o menos cómo se va a desarrollar la historia (no en vano una de sus mayores influencias es Mark Twain, de quien Hemingway ya dijo que "no hubo literatura antes de Huckleberry Finn y no la ha habido después", así que se entiende que las bases están casi marcadas en nuestro ADN), la multitud de matices que proporciona a sus personajes y al desarrollo de la historia la convierten en una experiencia completamente nueva.
Y es que, al fin y al cabo, no nos encontramos solamente con una historia de amistad y con un relato de iniciación, sino con una película que analiza el amor con la profundidad con que Take Shelter abordaba el tema de la fe (curioso paralelismo con la trilogía de Ulrich Seidl). Nichols va tocando poco a poco las distintas aristas del amor, desde el paterno-filial hasta el romántico, pasando por el platónico, el autodestructivo, el deseo... Y se detiene en la admiración, el dolor, la distancia, la necesidad, la alegría, la bondad, la ira, las heridas y cicatrices, los sueños, las esperanzas, los juguetes rotos, la incomprensión del otro, la sorpresa, el heroísmo, el reproche, y todas esas cosas que hacen que las relaciones personales sean fundamentales para el ser humano, fruto de su mayor desdicha y de su mayor júbilo. Al final, la conclusión está clara:
todos necesitamos amar a otra persona, a un semejante, pero la distancia que separa a dos personas hace que esas relaciones sean siempre difíciles y descompensadas, por mucho que nos definan como personas. El verdadero amor, el que es capaz de perdonar y de mostrar su cara en los momentos difíciles, el que siempre está ahí por mucho que uno intente combatirlo o que las heridas vayan ajándolo, es el amor entre un padre y un hijo.
Y como guinda, el reparto. Los adultos excelentes, todos ellos, pero es que los niños también. Tye Sheridan es la hostia. Y capítulo aparte merece Matthew McConaughey. Yo no sé lo que se ha tomado o lo que le ha pasado, pero este tío no es el mismo que hace tres años. Este tío se merece un puto Oscar. Y lo digo yo, que quizá sea la persona que más le haya odiado en el levante español. Ojito.
8/10