Me parece valiente la apuesta de Fred Zinneman en esta película. Su retrato es sobrio, seguro y elegante, visualmente epatante y casi coreografiado en sus liturgias, de ritmo pausado pero firme. Pero llena el filme de matices discursivos que le hacen no glorificar en absoluto ni a su protagonista ni a la iglesia, sin necesidad de hacer una crítica feroz y abierta. Esa moral opresiva llena de prohibiciones y pecados, muchos de ellos completamente delirantes y antihumanos, que se sostienen en la fe ciega y en las determinadas ocasiones en los que son útiles (y lo son por ser reglas de sentido común, como el caso de la loca), crean un ambiente opresivo y claustrofóbico pese a que los espacios que retrata la cámara de Zinneman son amplios, apacibles, llenos de silencio o música tranquila. Y de esta forma, se evidencia la vacuidad de las liturgias y la irracionalidad de las creencias, pese a que tengan un atractivo hipnótico y unos motivos elevados de sacrificio y altruismo que son al fin y al cabo encomiables.
Cuando la historia se traslada a África la cosa decae un poco, porque aunque la tensión sexual con el doctor y sus choques morales e ideológicos mantengan el interés y sigan evolucionando la historia y el personaje, toda la trama que tiene lugar allí pierde bastante fuerza. Además, el contraste entre la apertura y el caos del Congo y el orden y la cerrazón del convento no acaba de cuajar a nivel de discurso, porque la historia se desgasta y parece más pendiente de elevar a la protagonista por sus obras que en continuar con su retrato de las monjas. Eso sí, todo el tramo final es brillante, y la última imagen es un colofón inmejorable, poderoso y lleno de ambigüedad:
cómo la protagonista se va despojando poco a poco de todo lo que la hizo monja y recuperando objetos de su vida pasada que ya están alienados, y esa cámara fija en el interior de la habitación observándola como se marcha en silencio, sin ruido, sin que nadie la vea, es una metáfora perfecta de los sentimientos conflictivos que vive en ese momento, abrazando por un lado la libertad pero al mismo tiempo sintiendo que ha dejado en el convento todo lo que ella en realidad es, que ha perdido todo aquello por lo que ha luchado y que está más cerca de su alma a cambio de una libertad más claustrofóbica e irreal que la que tenía. Por un lado, parece un final que ensalza la labor de las monjas y cuestiona su decisión, pero por otro es un retrato crudísimo del lavado de cerebro y el chantaje emocional basado en la culpa que se emplea en la iglesia.
7/10