Si alguna vez estuve cerca del derrame cerebral, ésa ha de ser por fuerza la vez que vi "La niña santa", la anterior película de Lucrecia Martel. La que probablemente es la mayor colección de escenas inanes del cine argentino te somete a semejante aburrimiento embotador que termina por tirarte de cabeza a un hastío tan desagradable que llega a escocer. Esta película, después de un arranque algo inquietante, parece que va a recorrer esos mismos derroteros y que vas a asistir otra vez a una concetanación de secuencias aborrecibles. Miras y no se comprende nada. No sabes porqué Vero, la protagonista, va dónde va, ni por qué se hace esa radiografía, ni que es lo que pinta en esa casa, que relación tiene con esa gente. Nada de nada. Entonces me di cuenta que de eso se trataba, pues esa confusión constante es la que ella está experimentando.
Después del incidente del inicio el remordimiento que se instala en su cabeza es tan grande que la anula y afecta a su percepción sensorial. Está continuamente ausente, no se puede concentrar en nada y no es capaz de interactuar de forma fluida con nadie, todo le resulta extraño... me costó encontrar en el juego que propone Martel, pero una vez se está dentro resulta altamente sugestivo.
Para reproducir esa atmósfera de confusión respecto al entorno se juega por ejemplo con el sonido. Ves a Vero que va caminando por ahí, a lo suyo, cuando de golpe y porrazo explota un sonido que resulta estruendoso y la sobresalta. No se facilita la información, no se dice porqué va a un sitio o a otro o qué relación guarda con la persona con la que está y así te sientes tan desorientado como ella. Esas son algunas de sus pequeñas herramientas que funcionan a la perfección y complementan a la principal, que es el encuadre. Minimalista, elegante, cuidado y casi siempre cerrado para remarcar el ensimismamiento. La cámara divaga en los escenarios y súbitamente se focaliza en escenas incoherentes para recrear la extrañeza. En ese sentido, la escena en la que la vieja está mirando el video de una boda y arranca a preguntar con insitencia machacona si una de las invitadas que ahí aparecen no estaba ya muerta me pareció directamente marciana.
Por otro lado, esa táctica de jugar con el encuadre cerrado y en teoría jugar con el fuera de campo, aunque veo que está bien utilizado, también me hace pensar que es un recurso que viene muy bien para hacer los rodajes mucho más ligeros. Está mucho mejor utilizado que en "La niña santa", pero aún y así da la sensación que camina por el filo de lo facilón. Dónde en cambio si la veo incuestionable es en la dirección de actores, ya que consigue que los actores se incorporen al tejido de la película sin desentonar una sola nota.
Así, el viaje por la culpa y la angustia de la incertidumbre de Vero hace que, a medida que las incógnitas se vayan resolviendo y su visión del mundo se aclare, acabe abandonando un estado de total displicencia e indiferencia y pase a otro mucho más activo y sensible (aunque con moderación, claro). Tampoco creo que la cosa vaya de crear otra niña santa
En ese sentido se observa en el trasfondo de la acción a una clase alta estancada, inmóvil e inútil, retrato que me parece correcto pero no particularmente punzante. Ha habido gente que ha observado en la película lecturas sobre la dictadura argentina (no sé si por las canciones que escuchan en el coche o qué), pero a mí eso se me escapa por completo. En todo caso, y aún y con sus inevitables desmanes hacia la insustancialidad dentro de bastantes escenas, la parte final me parece que tiene vigor y se comprende que retratar la nada vital no significa perderse en tiempos muertos y en diálogos banales. Que es justo lo que le sucede a Angela Schanelec en "Nachmittag". Un 7/10.