por Villano » 20 Nov 2008 23:02
De Yasujiro Ozú no he visto todavía un sólo minuto de ninguna de sus películas, así que en lo referente al homenaje nada puedo comentar. Lo que sí puedo decir, hablando de la película en sí misma, es que lleva como nadie el costumbrismo hasta sus últimas consecuencias, narrando la cotidianedad de una família con una transparencia y una honestidad absolutas, sin ningún tipo de interferencia melodramática o de artificio para intentar darle más chicha, cosa que permite vivir de una manera muy auténtica y natural la intimidad de sus personajes y entender sus problemas, que gracias al aire veraz de la película consiguen crear interés.
Hsiao-hsien utiliza al personaje de Yoko, la hija de la família, para dar su visión del Japón actual, y lo ve más liberado de su estricta moral, pues el embarazo de ella se vive con bastante despreocuación, sin que alcance esa dimensión trágica que debería si eso hubiese ocurrido un par de décadas atrás, ella incluso se plantea tenerlo sin contar con el padre, cosa aún más increíble. Esa desactivación tan auténtica de la carga dramática también afecta a la relación entre Yoko y sus padres, que no se entienden entre ellos, pero tampoco se enfrentan, intentan convivir sin molestarse demasiado. Una relación incipiente que nunca acaba de surgir y la búsqueda de las raíces a través del pianista taiwanés completan el viaje que Hsiao-Hsien hace al núcleo de la família japonesa, tomando en todos los casos una distancia que le permite contemplar los detalles sin forzar nada, con una sutilidad totalmente exquisita.
Reconozco que por el sambenito de vanguardista que cuelga sobre Hsiao-Hsien me esperaba un director mucho más fardón, puramente autocomplaciente y en cambio lo que uno ve es un director minimalista que consigue retratar con tal precisión y tal veracidad las situaciones que hace su película muy accesible, sólo requiere un poco de paciencia (no mucha) y ser consciente que se trata de una película contemplativa. Rueda con pocos planos, sin inquietar demasiado la cámara, delegando la fuerza a la puesta en escena, pero con un gusto soberbio para componer los encuadres, que aunque sean bastante abiertos siempre contienen mucha vida, jugando sobretodo con la luz y la escenografía, cosas con las que siempre alcanza a extraer una belleza monumental de las cosas más mundanas en cada una de las escenas. Basta con fijarse en la secuencia en el que la família cena en un restaurante, el jugoso juego de luces que se realiza, la sensación de autenticidad que transmite y la vida que surge alrededor de los personajes para ver lo que es el talento aplicado. Hay que tener muchas tablas para conseguir expresar tanto con tan poco, casi pareciendo que no se quiere hacer notar, evitando las figuras poéticas recurrentes y recargadas y sin caer en arrogancia alguna (tipo Jaime Rosales, Dardennes y demás), logrando justificar plenamente la metodología y la propia visión de las historias.
Películas como ésta si deberían ser estandarte del cine oriental (al fin y al cabo representa su cultura con mucha finedignidad) y no las patochadas pomposas y cursis del Wong Qué Guay y el Kinki Duck, que tanto venden entre los fatuados que buscan espiritualidad de baratillo. 8/10.