Que el Hollywood clásico intentaba negar o suavizar los aspectos más escabrosos de las películas es vox pópuli, ya fuese por no llegar al fondo de la cuestión que trataba o por medio de la conveniente intromisión de finales postizos impuestos por el estudio para atemperar la turbiedad de la cinta (e.g. Furia, Falso Culpable, etc…). Aún así, ha habido películas que con mayor o menos repercusión representaron (coherentemente, hasta sus últimas consecuencias y sin injerencias externas) lo ingrato y mezquino de las relaciones personales, convertidas, en el marco del mundo actual, en unas interacciones asépticas, ladinas y siempre subordinadas al bien personal, con el fin último de medrar. O sea, la filosofía yanki del éxito filtrada e incorporada perfectamente en el tejido social. Algunas de estas películas se han consolidado (justamente) como clásicos (e.g. El Crepúsculo de los Dioses), otras en su momento fueron tildadas de antiamericanas y aún todavía no ostentan el prestigio que se merecen (e.g. El Gran Carnaval) y, finalmente, otras han caído tristemente en el olvido. A este último grupo pertenece esta portentosa radiografía de la sociedad contemporánea, de malicioso título original.
Esta película no intenta venderte ninguna moto o que te pliegues a su discurso, ni pretende malear el recorrido natural y carácter de los personajes para embellecerlos y así dar un falso aire de redención. Son amorales, manipuladores y despóticos a poco que los dejen y no aprenden nada sobre el mundo en el que pululan, pues son producto directo del mismo y conocen sus entresijos. El resultado es un una película negra como el tizón, lo cual para mí multiplica su valía, porque no sólo vive de unas buenas intenciones, sino que los medios expresivos que usa para articular su discurso se mantienen frescos e interesantes a día de hoy. Sin ir más lejos, los diálogos de esta película, principal elemento para modelar a los personajes, 'fucks' a parte, podrían haber sido escritos por David Mamet, dado su cáracter punzante, arrollador y orgánico al relato. A través de ellos se nos muestra una fauna despreciable pero que está lo suficientemente bien matizada y contextualizada para que sus miembros no sean simples hijos de puta o malos unidimensionales, sino que se comportan como consecuencia lógica de vivir en una sociedad salvaje que premia el éxito por encima de todo, pero no el cómo se llega a él. Cada individuo de cada estrato social trata desdeñosamente al escalón inferior o manipula y abusa a sus subordinados para fines personales sin ningún remordimiento; hasta el personaje más vulnerable y frágil psicológicamente juega la carta del poder y la manipulación con un propósito personal. Es una de las películas más lúcidas y contundentes que he visto nunca, porque allá por el año 1957 sentó cátedra acerca de la deshumanización de las relaciones personales en el mundo moderno y del uso mercantil de los medios.
Pero es que además, formalmente es una joyita. Está sostenida por un ritmo magnífico, sincopado, al ritmo del jazz de la banda sonora, y su puesta en escena bebe clarísimamente del cine negro. De hecho, visualmente es un noir de pies a cabeza*.
Un reparto soberbio, sobrio y carismático hasta el último figurante, redondea una película memorable, que entra de lleno en ese grupo de cintas a las que el tiempo les ha resbalado, arrojando la que es, junto con El Gran Carnaval y La Heredera, la obra más amarga que parió el Hollywood clásico.
Nota: 8+/10.
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