Debo haberme perdido algo, porque me ha parecido de una ranciedad colosal. Lawrence Kasdan demuestra tener el tacto dramático de un elefante en una cacharrería, y la sutileza de un pintor de brocha gorda para enlazar unas historias con otras (con todos mis respetos a paquidermos y pintores). Realmente, no se sabe como hay que tomarse determinados acontecimientos, si en broma o en serio.
Me has salvado el pellejo, hermano. Espera, te lo voy a compensar: arreglaré tu miserable vida y la de tu familia chasqueando los dedos. Así, porque yo lo valgo. Por cierto, ¿ya he mencionado que moi ser blanco; tú negro, tú inferior? ¿Y que de no ser por tu aparición in extremis, jamás habría reparado en tí? ¡Uga-uga-uga-uga! Hasta American Beauty, en la que ningún protagonista es afroamericano, tiene más honestidad que esta patraña abrillantadora de conciencias.
Tampoco entiendo el empeño de prolongar el asunto hasta el límite de lo razonable, sobre todo si no hay nada que contar. Lo lógico sería comprender mejor a los personajes a medida que pasa el tiempo, pero no; unos y otros no hablan, recitan. Los diálogos suenan tan antinaturales e impostados en sus planteamientos, que quizá habría que explorarles la nuca para encontrar el botón de encendido/apagado. Llegas al final, y conoces tanto de estos androides como al empezar los títulos de crédito. Mala cosa si para describir comportamientos humanos hay que tirar de manidos clichés peliculeros, en el peor sentido del término.
Para colmo, incluso sale la típica escena odiosa con dos adorables adolescentes haciendo manitas. Lo dicho; una memez con pocos o ningún aliciente. Sólo salvaría de la quema a Danny Glover, aunque a su personaje le sostengan mil estereotipos, y a la cachonda Mary-Louise Parker, secretaria salida cual burra en celo. En cualquier caso, prefiero conceder a Kasdan el beneficio de la duda, que momentáneamente perdió el Norte, a considerar Grand Canyon su película de madurez. Por momentos resulta tan inmadura como el personaje de Kevin Kline.
Ah, y la banda sonora de Newton Howard da repelús