Leyendo el comentario de Vil, parece (una vez más) que hemos visto obras distintas, porque yo no encuentro ni la mitad de virtudes que él aprecia, más allá de que la historia resultara fatalmente profética con respecto al asesinato de JFK. Muy probablemente, El mensajero del miedo sea, junto con
Ascensor para el cadalso, la película clásica que con más ganas y ahínco he buscado a lo largo de los años, hasta encontrar el momento perfecto para echarle un vistazo. Dos horas después, lo primero que acude a mi cabeza es una discusión sobre Spiderman 3, en la que NormanBates citaba ejemplos de filmes cuyo nefasto desarrollo echaba casi por completo a perder una buena idea. Pues bien, creo que Norman podría incluir con todo merecimiento a The Manchurian Candidate en su lista. OJO, SPOILERS A PARTIR DE YA.
Maniqueísmos aparte, se pueden identificar fácilmente al héroe y los villanos de la función: de una parte John Frankenheimer, y de otra el guionista y los actores, respectivamente. Frankenheimer consigue que el nefasto libreto no resulte del todo insoportable, primero introduciéndonos en faena muy rápidamente, con la captura del pelotón en Corea que da paso a los títulos de crédito, y más tarde con los alucinantes sueños de Marko y el soldado de color. La secuencia de la hipnosis con los altos mandos comunistas, a priori disparatada sobre el papel, se convierte en una de las mejores de toda la película, a excepción, claro, del final. Además, el director de
El Tren o
El hombre de Alcatraz se permite el lujo de sacrificar algo de espectacularidad, de la fisicidad que caracterizaba dichos títulos, en un loable intento de alcanzar una atmósfera más claustrofóbica y minimalista, abundante en interiores y espacios cerrados. Algo parecido haría Pakula 14 años después, en
Todos los hombres del presidente.
Sin embargo, una vez que los protagonistas de la historia empiezan a interactuar entre sí, el guión ya no hay por dónde cogerlo. Suceden uno detrás de otro momentos a cuál más absurdo: la aparición de Janet Leigh, tan forzada que rechina a kilómetros de distancia (en el remake de Demme, al menos tuvieron el ingenio de que este encuentro no fuera casual). La pelea de Marko/Sinatra con el intérprete que les vendió a los comunistas; por cierto, ¿qué coño pinta este personaje? ¿Cuál es su utilidad? Se supone que está ahí para vigilar a Shaw, pero luego ni informa, ni vuelve a aparecer, ni le dice a sus jefes que no sigan adelante con la operación, ni nothing at all. ¿Y que Sinatra se pegue a Shaw como una lapa, no despierta absolutamente ninguna sospecha en los agentes comunistas? ¿Después de lavarles el cerebro a un pelotón entero, sabiendo lo que está en juego, simplemente delegan en manos del mando americano y se van de juerga? Sin mencionar el largo flashback en que Shaw rememora su relación con la hija del senador Jordan, escena más propia de una película de Frank Capra ("
yo era amable; ella era amable; su padre era amable; todo el mundo era amable"
), o aquel momento en Angela Landsbury revela sus auténticas motivaciones. En resumen, una chapuza.
Quizá las cosas habrían mejorado con otro actor en el papel principal; hasta el mismo Burt Lancaster hubiera hecho algo más interesante, pero el tal Laurence Harvey está absolutamente nefasto, una nulidad. Sinatra y Leigh tampoco pintan gran cosa, aparte de vender mejor la cinta con su privilegiado status de estrellas. Cinta que apruebo únicamente por sus imágenes, hoy ya iconos del thriller político de manual, pero cuyo fondo resulta tan endeble como un castillo de naipes, reina de diamantes incluida.
Por mi parte 5/10, y uno de esos extraños, remotos casos en que el remake supera al original.