Ocurrió un 5 de junio...y ZAS! De la noche a la mañana, Japón pasó de ganar todas las batallas a sufrir la mayor derrota naval de su historia, frente a un enemigo inferior en número (ya nunca más volvería a serlo). Midway se convirtió así en el punto de inflexión de la guerra en el Pacífico. Como bien ha dicho morni, los japs, con el almirante Yamamoto a la cabeza, buscaban vengar la afrenta que supuso el bombardeo americano sobre Tokio, prácticamente ante las puertas del palacio del emperador. A bordo de su buque insignia, el colosal acorazado
Yamato, el alto mando nipón decidió tomar las Midway para usarlas como trampolín a Hawai y la costa oeste norteamericana. Sólo existía un pequeño problema: el estado mayor estadounidense, a las órdenes del almirante Nimitz (cuyo pelo se volvió blanco como la nieve después de Pearl Harbor), ya conocía el lugar donde se produciría el próximo ataque.
Apenas una cadena de atolones en la inmensidad del océano, Midway tenía, no obstante, una importancia estratégica vital. Al principio, el objetivo prioritario fue destruir la base americana y todos los aviones allí estacionados. En pocos minutos, la mayor parte de estos aparatos resultaron destruidos y la isla arrasada de costa a costa, pero este primer bombardeo fracasó: la pista de aterrizaje continuaba intacta, como un portaaviones imposible de hundir. En los preparativos del segundo bombardeo, las fuerzas del almirante Nagumo se vieron sorprendidas por escuadrillas de torpederos, barridas del cielo rápidamente. Pronto se demostró la ineficacia de estas naves en comparación con los bombarderos en picado, decisivos en el desarrollo de la batalla.
Los japoneses, no obstante, se encontraban pasmados; sus servicios de inteligencia habían informado que el grueso de la flota enemiga permanecía en Hawai. ¿De dónde habían salido, pues, tantos aparatos? ¿Existían otros portaaviones cerca de Midway?
La respuesta llegó en forma de bombardeo masivo y por sorpresa. Las fuerzas combinadas del
Hornet, el
Enterprise y un maltrecho
Yorktown barrieron las cubiertas de tres portaaviones nipones, incluyendo el del propio almirante Nagumo. Con una sola de sus lanzaderas flotantes, los japoneses pensaron erróneamente que la batalla seguía equilibrada, pues la búsqueda de más portaaviones por reconocimiento aéreo había fallado. Los pilotos del sol naciente continuaban buscando un solo buque, sin cejar en su empeño de hundir el
Yorktown, hasta finalmente hacerlo arder. En cualquier caso, la batalla se decidió en esos 15 minutos de confusión en que los japoneses se vieron incapaces de reaccionar y el
Hiryu, el último de sus portaaviones, acabó siendo alcanzado por cuatro bombas y destruido.
Junio de 1942: El viento cambia de dirección. América puede ganar. Los pilotos de los torpederos (cayeron un 90%), que fueron voluntariamente, sin fanatismos ni leches, hacia una muerte segura, no fallecieron en vano.
La película está bien, lo suficiente como para interesar a la gente por tan apasionante tema, aunque cierta subtrama con a priori bastante relevancia dramática, se queda un poco en nada. Los que la hayan visto sabrán a qué me refiero.