Mientras la veía, una voz susurraba en mi cabeza: me suena. Pero no. Nunca la había visto. Curioso, aunque no tanto si tenemos en cuenta las toneladas de tópicos, tanto en las situaciones como en los personajes. Kelly McGillis pone cuerpo y rostro a la enésima abogada implacable cuya conciencia crece en tiempo récord. Hay sensacionalismo, malos muy malos, heroína vulnerable y desamparada, testigo sorpresa, picapleitos sin escrúpulos, etc. Por otra parte, Jonathan Kaplan, reconocido feminista (sólo un idem loco podría dirigir un esperpento semejante a
Cuatro mujeres y un destino ), pone todo su empeño en lograr una dirección lo más convencional posible, indistinguible de cualquier otra película de finales de los 80s. Puede que alguien valore la cinta como ejemplo de austeridad, pero para austeros ya tenemos telefilmes a cascoporro.
No obstante, a su favor destacaría algunas cualidades, que no por involuntarias, resultan menos loables: La constatación de que el proceso penal yanqui tiene más carácter contractual, de acuerdo entre partes, que carácter procesal propiamente dicho. Las repulsivas técnicas empleadas por algunos letrados, que interrogan a la testigo principal dirigiéndose al jurado, casi dándole la espalda. La música de Brad Fiedel, mítico compositor de
Terminator. Y la interpretación de Jodie Foster que, sin parecerme la panacea, ya denotaba buenas maneras para el drama.
En fin, por mi parte, un cinquillo pelao.