Quizá sobran películas bélicas ambientadas en la II Guerra Mundial, la madre de todas las contiendas. Quizá sea una buena adaptación del larguísimo libro homónimo de James Jones, quien sabe... De lo que estoy seguro es que cada vez que sale este título a colación, automáticamente se vincula con el ataque japonés a la base norteamericana de Pearl Harbor, uno de los momentos clave en la historia del siglo XX. Pero la película no va de eso. Al contrario; el bombardeo nipón dura mucho menos de lo esperado, y Zinneman lo refleja con muchas, demasiadas, imágenes de archivo. Varapalo importante para aquellos que esperen (entre los que yo me incluía) un antecedente de Michael Bay, aunque rodado en B/N y con sentido de la dignidad
En su lugar, Zinneman ofrece un relato coral de la vida castrense hawaiana (términos a priori incompatibles) con resultados discretos. Los malos son muy malos; los buenos son muy buenos, por la sencilla razón de que los tímidos defectos con que se barniza a estos últimos apenas sirven para neutralizar sus enormes virtudes: abnegación, fortaleza, coraje en el caso de Monty Clift; fidelidad, deber para consigo mismo y para los demás por parte de Lancaster; y simpatía, optimismo, vitalidad por parte de Sinatra. El personaje de Deborah Kerr constituye la excepción que confirma la regla, pero el suyo resulta un rol demasiado secundario como para alterar el balance final. Huelga decir que los aspectos técnicos fotografía, vestuario, decorados... cumplen a la perfección con su cometido, nada raro viniendo de Fred Zinneman, aunque la historia narrada se encuentre en esta ocasión lejos de la brillantez de sus mejores trabajos. Véase la atípica e interesantísima Un hombre para la eternidad, o la emocionante, milimétrica y setentera Chacal.
Ocho oscars me parecen quizá excesivos, no sé, aunque se han cometido injusticias mayores en esta ceremonia. Lo que sí resulta fuera de toda duda es que la palabra "Eternidad" le viene pero que muy grande.