Uy, qué claustrofóbico todo. Madre mía, si están en una cueva que debe medir por lo menos, por lo menos, 30 metros de largo, porque siempre están pasando por los mismos sitios hasta cuando dicen que no, porque hay un número limitado de ángulos desde los que puedes filmar la misma galería para que parezca que es otra. Madre mía, si es que se están convirtiendo en monstruos allí dentro con el tema de la supervivencia, en especial el que fuera era un gilipollas psicópata, la que fuera era una autista monguer, el que fuera era un flipado bloguero, la que fuera era una pija inaguantable y quejica, y el que fuera era un chuloputas traicionero. Dentro de la cueva, todos estos cretinos se magnifican y se convierten en Capullos Integrales. Si es que eso de meterse mucho en una cueva daña las neuronas que da gusto. Sobre todo si ya de entrada eráis subnormales y no funcionábais con un mínimo de lógica. Porque claro, después de dos horas andando, estaba clarísimo que os sabíais el camino de salida de memoria, y con esos antecedentes, pues lo de hallar la salida como que lo descartamos porque aunque estuviese enfrente creeríais que es un pedo de colores. Porque, de hecho, ocurre.
A ver si no cómo se explica que la autista huya al final por el mismo hueco por el que al principio la empujaron a la fuerza, y la salida esté a 10 metros que hasta se sigue oyendo al colega de José Mota, pero antes no la hubiese visto. Hay que ser cenutrio.
En fin, una película en la que no pasa nada interesante pero que todavía se podría ver si no fuese porque tiene unos personajes realmente inaguantables, dura 20 minutos más que las ideas que tiene para alargar la trama, y el sentido de la tensión brilla por su ausencia. La cueva en sí, muy chula.
4/10