John Baxter abre la biografía sobre Kubrick con una anéctoda que refleja bien la meticulosidad y el perfeccionismo casi enfermizo del neoyorquino: entre toma y toma de
Espartaco, Stanley, desde lo alto de un andamio, pronuncia órdenes a través de los megáfonos de sus ayudantes de producción. De pronto, un figurante del ejército de esclavos no hace lo que se le dice; menearse como un poseso. Stanley se queja a través del operario: "por favor, que el número 103 se agite salvajemente". Este continúa sin moverse. Otro de los operarios baja del andamio para ver qué ocurre. Al regresar, comunica a Kubrick: "Stanley, el 103 no se mueve... porque es un muñeco". Kubrick, imperturbable, sentencia: "que le coloquen unos hilos de alambre al 103 y los agiten con fuerza".
Por desgracia, al ser una super-producción 100% Hollywood con límites presupuestarios y de plazo, sin derecho al corte final para su director, y estando al servicio de una estrella tiránica como Kirk Douglas, gran parte de este perfeccionismo en la confección de planos se ha perdido. Hoy día, como mucho podemos intuirlo a través de escenas puntuales: El entrenamiento en la escuela de gladiadores, con algunos zooms muy dinámicos y sorprendentes para la época. El primer combate, narrado en off visual, en el que el sonido de las espadas suple los vistazos fugaces de Douglas. El masaje de Antonino a Craso, a un tiempo sobrio y provocador. Las arengas simultáneas ante ambos ejércitos declamadas por Espartaco y Craso, cada uno por su lado. Los movimientos de tropas romanas sobre el campo de batalla. Etc. Secuencias que si bien están lejos de otros títulos míticos del autor, ayudan a digerir el resto del metraje, bastante más convencional. Lo siento, pero si algo me chirría es la historia de amor entre Varinia y Espartaco, no porque esté mal hecha, sino porque no casa bien con el argumento.
Tampoco poseen demasiada gracia las conjuras del Senado (que recordaba como uno de los puntos fuertes); por más que hagan las delicias de un historiador, para el profano en la materia resultarán a ratos simplonas, a ratos confusas. Por el contrario, me ha parecido admirable como Kubrick narra el desarrollo de la acción con la menor acción posible, valga la redundancia. Cualquier otro director habría introducido batallas a tutiplén, pero el amigo Stanley se sirve del truco de la elipsis, sin mostrar más de lo debido y alcanzando un grado de sugerencia difícil de igualar. En lugar de atacar con cargas de infantería y caballería, observamos la maquinaria de abastecimiento y almacenaje esclava. En lugar de arrasar el campamento romano, se nos enseñan los despojos de las 6 cohortes masacradas. En definitiva, un conocimiento del lenguaje cinematográfico notable para sus contemporáneos.
En el apartado actoral, siempre termino decantándome por el mismo. Ni Tony Curtis, ni Peter Ustinov, ni Charles Laughton (aunque me encanta), ni Jean Simmons (aunque la respeto como actriz y adoro como mujer), ni por supuesto Kirk Douglas: Olivier, Olivier, Olivier... Siempre Olivier. Vaya carisma que se gastaba el hijoputa. Junto con Yul Brynner en
Los 10 mandamientos, el que mejor ha simbolizado el PODER Y LA GLORIA en la palma de la mano.
Por último, pese a la injusta fama de Kubrick como director frío y cerebral, no quisiera terminar mi soporífero comentario sin mencionar dos escenas de enorme impacto emocional:
1ª
¡YO SOY ESPARTACO! ¡NO! ¡YO SOY ESPARTACO! ¡NO, SOY YO! ¡YO SOY ESPARTACOOO!
2ª
El final en la cruz, con Simmons besando los pies de su amado. Obligatorio escucharla en versión original.
Ah, y la banda sonora de Alex North, tan bonita como típica.