Aunque lo publiqué originalmente en mi Blog (
http://barracadeferia.blogspot.com), lo copypasteo aquí para compartirlo con vosotros y conocer vuestras impresiones:
John Ford: ética y épica.Muchos de los seres que habitan el cine de John Ford tienen un algo de Alonso Quijano. Se mueven mínimos, reducidos al tamaño de hormigas en planos generales de vastos escenarios. Arrastran sus demonios y sus sueños por paisajes polvorientos, como Don Quijote a través de los escasamente épicos parajes manchegos.
A menudo, estos hombres pierden cosas: sobrinas, guerras, mujeres o movilidad. Pero, curiosamente, la galería de losers que pueblan el cine de Ford (la doctora Andrews, Tom Doniphon, Frank Skeffington, Ethan Edwards, Frank `Spig´, los bandidos de Tres Padrinos o la soldadesca de No eran imprescindibles) despiertan la fascinación del héroe mítico. A veces, Ford se porta bien con ellos, y les regala crepúculos generosos, como al capitán Brittles de La legión invencible o al atormentado boxeador Sean Thorton en El hombre tranquilo.
Para Ford, como para Cervantes, la épica y la ética son conceptos indisolubles. Es fácil asumir la victoria; encajar la derrota, sin embargo, presenta complicaciones: nos obliga a ponernos frente al espejo, a redefinir nuestros esquemas vitales y nuestra moralidad. El concepto se lo robo a Peter Bogdanovich: "la victoria en la derrota". Ganar perdiendo: como Don Quijote, golpeado, vilipendiado, defenestrado, cuya última audacia es asimilar su propia cordura, negar la balsámica ficción. Muchos personajes de Ford fatigan los caminos (del desierto y del alma) desesperadamente; lo que buscan, en verdad, es apaciguar los volcanes interiores. En medio de una guerra perdida o de la negación de un futuro acogedor, el auténtico triunfo pasa por una redención ética. Por saber que se ha hecho lo que había de hacerse, aunque eso te condene al exilio de ruinas solitarias que hubieras querido compartir con una mujer que, ahora, se pasea del brazo de otro. La épica reside en el corazón de la ética: la victoria reside en el compromiso moral. Un compromiso que no entiende de leyes, reglas o normas; más bien, su búsqueda es la consecución de unos principios personales y, a veces, incomprensibles para los demás. Tantas veces han aceptado que ya no tienen cabida en la Historia, que el tiempo, peligroso depredador, se ha cebado con sus huesos; entonces, entienden que la labranza del futuro depende de otros, y se entregan a su destino de sombras errantes.
Quizás, tras encontrar el tesoro de los áridos paisajes de su alma, no les quede sino la tristeza. Pero al menos siempre sabrán que hicieron lo que debían hacer. Lo correcto.
No es el único nexo entre Cervantes y Ford. Para muchos, el primero inventó (o al menos concretó con la suficiente fuerza como para tener posterior relevancia) la novela poliédrica. En El Quijote se puede leer uno de los más apasionantes alegatos feministas que se recuerden; pero también, el monólogo de una mujer que halla la ansiada felicidad en el encierro y la sumisión.
Cuando hablamos del discurso de una película de Ford, debemos hacerlo en plural: ninguna de sus películas es el recital de una sola voz. Un ejemplo sería el final de Fort Apache: un picado exalta la marcha del Séptimo de Caballería; van a la batalla. Incluso -nos susurra Ford con elegíaca veneración- quizás perezcan estúpidamente, por culpa de la megalomanía o el orgullo de algún general sanguinario o majara. Pero precisamente ahí reside el respeto que inspiran: hombres abnegados, a menudo tratados injustamente, que dan la vida por proteger a su comunidad. Un plano basta para comprender sus principios, su viril exaltación del compañerismo, su deber para con el grupo que los acoge. Su destino es a la par titánico y trágico, glorioso e imbécil.
Entonces, la cámara nos deja con esas mujeres de porvenir enlutado, que ven marchar a sus maridos e hijos. Y compartimos su tristeza, apoyamos su rebelión contra la muerte, su frustración ante un futuro abandonado y sombrío, entregadas para siempre a honrar a sus muertos; observamos la marcha casi fúnebre de sus compañeros hacia el hosco desierto, y entendemos que esos hombres se dirigen al matadero.