A buen seguro, esta secuela decepcionó a los puristas que disfrutaron de Mad Max, allá en el lejano 1979. Una película con la que George Miller conquistó a las masas ávidas de adrenalina, con apenas 4 chavos y una imaginación desbordante. ¿Quién no recuerda ese mitiquísimo final, en que el vengativo Max...
esposa a un hijoputa y le da a elegir entre cortarse el pie y morir abrasado?
Incluso Alan Moore flipó con esa escena, hasta el punto de homenajarla en su Watchmen.
El argumento de la segunda entrega no tiene mucho que ver, está repleta de personajes marcianos propios de los 80s y en ella se escuchan muchos, demasiados, diálogos macarrónicos. Anda que no hubiera molado ver un filme casi mudo, sin otro sonido que la música y el rugido de los motores. Por eso no le pongo mayor nota, por la simpleza de unos protagonistas que han envejecido demasiado mal, y que a cada rato se ven eclipsados por las acojonantes secuencias de acción.
Y es aquí, en esto último, donde Miller saca matrícula de honor: las persecuciones resultan sencillamente poderosísimas, míticas, alucinantes. Están tan jodidamente bien rodadas, que no quieres que acaben nunca. Al final, la chatarrería será lo único que recordemos de Mad Max 2, aunque eso ya es mucho más de lo que pueden decir otras películas, véase Transformers