La verdad es que viendo uno esta película, te parece que los nazis hayan resucitado y caminan entre nosotros; hasta ese punto cabrean las imágenes mostradas. Y sin embargo, hay algo que falla o que no me acaba de cuajar. No ya porque la peripecia de los tres protagonistas, que en sí mismos resumen los daños colaterales de todas las guerras, tenga argumentalmente un recorrido muy corto. También porque Winterbottom no corre el menor riesgo a la hora de presentar esta historia que, ideologías al margen, señala, rotulador rojo en mano, quiénes son los malos malísimos y quiénes las víctimas. Y lo hace sirviéndose, para que la identificación con estas últimas resulte óptima, de jovenzuelos con cara de no haber roto un plato y perfectamente occidentalizados. Me parece una actitud un tanto maniquea, como el que encarcela en Guantanamo Bay a una abuela de Lepe, obligándola a escuchar Marilyn Manson hasta reventar. Obviamente nos pondremos de su parte, eso sin contar que la señora no ha ido por su propio pie a meterse en un avispero, cosa que sí hacen estos zagales vete tú a saber porqué (y aquí contesto a katxan; la boda era en Pakistán, en Afghanistan no se les había perdido nada).
Ya sé, resulta extraño que un fanboy de Michael Moore venga aquí a hablar de maniqueísmo, pero puestos a denunciar horrores en un documental de alto contenido político, yo lo haría con una visión de objetivo un poquito más amplia. Winterbottom, majo, incluso a una verdad a medias también se la conoce como manipulación.