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Crítica - Soy Leyenda

Poster

'Bodrio de tamaño supino'

18/12/2007 - Por Korben Dallas

(1/5)

Soy Leyenda
Director: Francis Lawrence
Intérpretes: Will Smith (Dr. Robert Neville) / Alice Braga (Anna) / Dash Mihok (Alpha Male) / Charlie Tahan (Ethan) / Salli Richardson (Zoe) / Willow Smith (Marley) / April Grace (Personalidad TV) / Vince Cupone (Infectado) / James Michael McCauley (Hombre evacuado)
Duración: 101 minutos
Sinopsis: [i]Robert Neville[/i] es un brillante científico, pero ni siquiera él puede conseguir contener un terrible virus que se extiende por el mundo, un virus incurable, imparable, obra del propio ser humano. Inmune al virus por motivos desconocidos, [i]Neville[/i] se convierte en [...]
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Estreno en España: 19 de Diciembre de 2007
Nota I.M.D.B.: 8,3/10 (5543 votos)


CRÍTICA



Si eres de los que prefiere no saber ningún detalle del argumento, ¡ni siquiera sospecharlo!, te aconsejamos no leer la crítica. Que en ningún momento presenta Spoilers graves.

Hace la friolera de treinta y seis años que se estrenara la mítica versión cinematográfica de Boris Sagal sobre la novela de Richard Mateson, Soy Leyenda (1954!), aquella The Omega Man/El último hombre… vivo, interpretada por Charlton Heston y convertida en uno de los más interesantes ejemplos del cine catastrofista y profundamente pesimista americano de los años de la Guerra Fría.
Hoy, llega a nuestras pantallas esta nueva versión del mismo texto con el firme propósito de reventar la taquilla y convertirse en un éxito de público sin tener que contentar del todo a la crítica.

La ciencia ha encontrado una cura definitiva para el cáncer. Por medio de mutaciones artificiales sobre el virus del sarampión, los científicos dan con la clave para acabar con la fatal enfermedad. Sin embargo, no esperan que en menos de tres años, el nuevo virus se vuelva en contra suyo y acabe con más del noventa por ciento de la población mundial, convirtiendo a los restantes en una raza de seres infrahumanos con hipersensibilidad a la luz y sin ningún tipo de conducta social asumida, excepto la de atacar presos de una violencia desmesurada a cualquier otro ser que se precie. Sólo un hombre queda vivo, el científico militar Robert Neville (Will Smith), en la desolada ciudad de Nueva York, dedicando sus días a la búsqueda de una vacuna con la que poder sanar a los pocos supervivientes convertidos en depredadores nocturnos y escondiéndose cada noche hasta el amanecer en compañía de su perra Sam.



Pongamos las cosas en claro, Soy Leyenda es una película muy bien hecha, que sorprende y que supone un ejercicio más que considerable a la hora de valorar sus aspectos técnicos, según los cuales ensombrece y avergüenza al discreto film de de Sagal y que propicia un buen (mal) rato en el espectador ávido de acción e incluso algún que otro momento verdaderamente terrorífico (la expedición a la búsqueda canina bajo el puente es de órdago).
El gravísimo problema con el que tiene que lidiar esta revisitación del Soy Leyenda de Mateson no es otro que los treinta y seis años que han pasado desde aquel hombre Omega. El cambio en la concepción del cine, el incremento de capitales invertidos y la facturación de productos absolutamente impresionantes e impactantes como este que tenemos entre manos, pero que a la vez se convierten en un arma de doble filo y deben hacer concesiones a una audiencia que quizá no esté preparada para una historia tan tremenda y sobre todo tan pesimista como la que contaba en los 70 el señor Sagal y sobre todo un escenario político que, a pesar de contar con tantos o más conflictos que los EE.UU de los 70, parecen vivir en una especie de “estado feliz de inconsciencia” por el cual prefieren huir de lo demasiado complicado en lo que facturan y degluten, incluyendo esto, cómo no, sus filmes de auto ensalzamiento y loa.

El filme de Francis Lawrence –director de videos musicales como el I’m slave 4 u de Britney Spears- arranca con una fuerza y una impactante apuesta formal que atrapa al espectador y que le hace regocijarse en una representación de un Nueva York desolado y tomado por la naturaleza, con tanta solvencia narrativa como visual, haciendo alarde de decorados y de efectos especiales con maestría y calidad artística a la vez que narrativa. Pero un filme, por espectacular que sea la contemplación de los edificios abandonados, no puede sostenerse durante dos horas en las marquesinas de un Broadway desierto –con algunos guiños muy bien colocados como el cartel publicitario de Superman/Batman- y en breve empieza a notarse una falta de fuste en un guión que el señor Smith defiende con sangre sudor y lágrimas de un modo sorprendentemente convincente. Así, al igual que su anterior trabajo Constantine que parecía ahogarse en una imaginería que le costaba controlar y manipular solventemente, el proyecto se le queda grande y empieza a hacer aguas por todos esos elementos que no se arreglan fácilmente con parches virtuales ni con animación 3d.

Resulta casi imposible no volver la vista atrás a aquella primera visita de los seres pos guerra bacteriológica del filme de Sagal, si en aquella -con sus considerables faltas narrativas, argumentales, ni que decir en cuanto a lo formal, incomparable al despliegue de medios actual- los infrahombres sensibles a la luz habían organizado una sociedad pacifista, oscurantista que rechazaba todo lo que tenía que ver con el hombre y cuya única obsesión era acabar con Charlton Heston para que definitivamente se acabase la raza, por más que se contradijeran a sí mismos y a su religiosidad de no a la guerra… al asistir al triste espectáculo que es ver reducido el fuerte de una historia que se presenta fabulosa a “otra película de zombis”, que no son zombis, pero casi, corriendo detrás de Robert Neville como super hombres con cualidades hiper desarrolladas capaces de comerse un techo o de atravesar un cristal irrompible a cabezazos, pues resulta un poco descorazonador, y es que no puedo sino preguntarme cómo es posible que una raza de pobres entes no humanos que no tienen apenas qué comer y que ni siquiera pueden salir al sol, han llegado a desarrollar velocidades de vértigo y explosiones de ira capaces de arrancar miembros. Y es una lástima, más que nada por lo desaprovechado de un escenario tan genialmente ornamentado; poniendo en claro lo evidente: y al césar lo que es del césar, pues lo mejor de la puesta en escena de esta apocalíptica ciudad no es sino lo que ya vimos en la anterior, la utilización de los maniquíes y la inequívoca pulsión voyeurista de cualquiera que se precie a cotillear en una ciudad que abre sus puertas ocultas y sus secretos abandonados a un explorador; y aún así, con toda su ramplona y rudimentaria simplicidad, el filme de 1971 resultaba infinitamente más inquietante y atrayente.



Todo se pinta de dulce, incluso Will Smith huye de sus típicas gracietas a las que tan acostumbrados nos tiene en todas sus películas, lo que se agradece en sumo grado, y se planta una actuación sincera y fuerte, sostenido por un secundario de lujo, el perro, que debería estar nominado al oscar –y lo digo muy en serio- y conforme el metraje avanza los elementos se van cayendo como los témpanos de hielo se derriten en primavera. Hasta llegar a convertirse en un bodrio de tamaño supino hacia el final –que por desgracia no puedo contar aquí pero que resulta de un patetismo salvaje- que decae hasta el nivel de la peor de las ochentadas más cutres de un Chuck Norris en estado de gracia.
Queda el preguntarse el porqué de que el público de hoy en día parece incapaz de enfrentarse a un final infeliz, a la visión de un Charton Heston caduco muriendo agotado en las aguas de una fuente, con todo el patetismo y toda la grandeza que acarreaba aquella imagen, por no hablar de la carga política y de conciencia y que al menos no rezaba un catequismo preescolar absurdo como esta que nos ocupa.
Mi consejo, a quien no ha visto el filme de Sagal, que no lo haga antes de ver esta y a quien lo haya visto, que procure no tenerlo en cuenta y pase el buen (mal) rato que Lawrence propone.

 

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