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Crítica - El Asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford

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'Obra maestra moderna'

26/11/2007 - Por Damned Martian

(5/5)

Hay una serie de elementos habituales que saltan a la mente automáticamente cuando se habla de western : tiroteos, indios, sheriffs, persecuciones a diligencias, peleas en saloons, etc. Y aunque el género ha pasado por muchas fases y existen muchos casos que lo contradicen, se suele asociar a películas de acción con un marco característico. Por eso es fundamental avisar desde el principio: El Asesinato de Jesse James por el Cobarde Robert Ford no es una película del oeste convencional. De hecho, el que esté situada en ese contexto es meramente incidental, porque nos encontramos ante un drama psicológico puro y duro.

Si hubiese que comparar el estilo de la película con algún otro autor, no sería con Sergio Leone ni con John Ford, sino con Terrence Malick o con Kubrick. Sin embargo, estas comparaciones no le hacen ningún favor a la excelente labor de Andrew Dominik, porque supone buscar en su trabajo determinados elementos que el nada prolífico director australiano no pretende incorporar. La dirección de Dominik es elegante, sobria, de ritmo pausado y metódico, como el de un hombre paseando tranquilamente por un parque y disfrutando del paisaje y las estampas que se le ofrecen. Sin embargo, también huye de una planificación demasiado elaborada o del uso de filigranas estéticas que distraigan de lo realmente importante de la película: los personajes. Así, nos encontramos con una composición de plano precisa, detallada y hermosa, pero que no llega a la saturación paroxística de, por ejemplo, Camino a la Perdición. Los amplios paisajes del Oeste están sabiamente aprovechados en toda su riqueza, en toda su pacífica serenidad, pero sin llegar a la exuberancia abusiva más propia de National Geographic que afecta a películas como La Delgada Línea Roja. Su narrativa es sencilla y fluida, recurriendo en ocasiones a la voz en off (escrita de manera apacible y armoniosa) para introducirnos más en los personajes y su contexto, sin emplear diatribas cargantes ni deconstruir la historia de manera efectista. Y a pesar de lo sosegado de su ritmo, tampoco recurre a intrincados planos secuencia o a planos sostenidos durante un periodo indecente de tiempo. En lugar de eso, Dominik prefiere dejar que sus personajes se expresen, interferir en el desarrollo del film lo justo para mantener la elegancia formal y hacer que el fotograma respire la tempestuosa calma del paisaje americano, que tanto se relaciona con la historia y quienes la habitan.

Esta sobriedad se refleja también en la sobrecogedora fotografía de Roger Deakins. A pesar de su indiscutible belleza estética (atención a la escena del asalto nocturno al tren, una auténtica maravilla visual), Deakins rehuye los excesos estilísticos como las vistosas saturaciones de colores, los complejos trucos de cámara (tan sólo en determinadas escenas se permite transformar la imagen, pero siempre permaneciendo dentro de los límites marcados por los personajes y la narrativa) o la utilización de una imagen excesivamente nítida y limpia que provoque en el espectador la desconexión con lo que se presenta en la historia, la clara impresión de que nos encontramos ante una postal retocada y no con la cruda, ligeramente turbia, sutilmente hermosa realidad. El trabajo visual de la película se dirige en todo momento a presentar los hechos de una manera cuasi-documental, sin forzar el feísmo o la lírica de lo que retrata. Y precisamente en esta naturalidad es donde reside la verdadera poesía pictórica del film, no en los artificios impostados. Ni que decir tiene que el resto de apartados técnicos, desde el preciso diseño de vestuario hasta la desgarradora y turbadora partitura de Nick Cave, están también sobradamente a la altura de las circunstancias.

Pero como ya he dicho, los verdaderos protagonistas del film son los personajes, y por extensión los actores que les dan vida. Y aunque el film tiene una apreciable caterva de secundarios, todos ellos con algo que aportar al film e interpretados de manera más que correcta, son obviamente dos los más destacados: Jesse James (Brad Pitt) y Robert Ford (Cassey Affleck). Ambos actores han conseguido tal nivel interpretativo en esta película, su trabajo está tan por encima de todo lo que habían logrado hasta el momento, que es imposible referirse a ellos: hay que hablar de James y Ford. Son personajes complejos, fascinantes, contradictorios en la superficie pero coherentes en su psicología. Sus tormentos internos traslucen en su leguaje corporal, en su forma de hablar, en sus silencios interesados, en lo que dicen, en lo que ocultan. Con una simple mirada son capaces de expresar sus deseos, sus complejos, sus paranoias, sus necesidades, sus odios, sus miedos. Y su nivel de complejidad es tal que lo más apabullante del trabajo actoral de la pareja protagonista es que consigan transmitirlo al espectador de manera tan sutil pero tan perfecta.

Tenemos a un Jesse James que es un maníaco depresivo que oscila entre la tristeza y la locura, un hombre perseguido por su imagen que vive en un estado de temor constante que sólo es capaz de afrontar mediante los arrebatos de violencia descontrolados, impulsos a los que se abandona y que su propia naturaleza sencilla rechaza, convirtiéndose en remordimientos que le atormentan y le persiguen pero de los que su miedo no le permite librarse. Su contrapartida, Robert Ford, es un chico inseguro, inteligente, introspectivo en un sentido desasosegante para los demás, que ha vivido siempre a la sombra de sus hermanos siendo un cero a la izquierda para los que le rodean, y que siente el irrefrenable impulso de rebelarse ante todo ello y demostrar que es mucho más de lo que nadie cree, que es alguien que merece la pena ser recordado e inmortalizado. Esta búsqueda de validación le lleva a intentar seguir los pasos de su ídolo de infancia, intentar convertirse en su igual, en su mano derecha, en su sucesor natural. Sin embargo su relación pronto toma un giro incuestionablemente edípico, convirtiéndose en una dinámica amor-odio entre una figura paterna agresiva e impenetrable, de estatus inalcanzable y motivaciones complejas más allá de la compresión "infantil", y una figura filial luchando entre la admiración, la envidia, el miedo, la frustración y la amistad, un "hijo" que necesita por un lado ser valorado por su "padre" y que se siente decepcionado al descubrir que la persona a quien tanto adora no es más que otro ser humano con defectos e inseguridades como todos los demás, una persona cuyo nivel intelectual quizá esté incluso por debajo del suyo pero que a pesar de todo posee la autoridad y la capacidad natural de liderazgo que él tanto ansía poseer.

Al hilo de esto, la película también introduce otro tema fundamental que es el que, para desarrollarse plenamente, prolonga el film hasta después de lo que anuncia el (extraño, delicioso, tremendamente acertado) título: la fama. Las diferencias entre la figura pública y la figura privada, entre el mito y el hombre, entre las concepciones del populacho y la siempre agria, desalentadora realidad son exploradas para desmitificar la figura de Jesse James (concebido por sus coetáneos como una suerte de Robin Hood moderno, cuando en realidad era un bandido más) y establecer la verdadera tragedia de Robert Ford, un hombre ni mejor ni peor que otros, que pagó su fama instantánea con el estigma de ser tratado en sucesivo por todo el mundo como un traidor y una comadreja despreciable tan sólo por hacer lo que cualquier otro en su situación hubiese hecho. Así, la película supone también un homenaje (nada complaciente: no hay aquí héroes ni villanos, sino personas con sus virtudes y defectos) a una figura tan maltratada por la historia, una víctima de la voraz maquinaria mediática de la sociedad moderna que comenzaba a despuntar en aquellos turbios y decadentes años. Un hombre que intentó convertirse en una figura adorada por todos, intentó buscar el amor y la aprobación de los demás, y acabó en el pozo de ignominia.

Nos encontramos pues ante una obra maestra moderna, un poema trágico y triste donde la belleza de sus versos no estriba en metáforas gratuitas, sino en la serena desolación, la suave melancolía y la sutil desesperanza que recorren sus estrofas. Una película que a buen seguro no será plato de buen agrado para una parte del público, inmune a determinados estilos alejados de la comercialidad, pero que deleitará a paladares más inquietos y que será recordada, cuanto menos, como el momento en que Brad Pitt y Casey Affleck se convirtieron definitivamente en ACTORES , con mayúsculas.

 

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