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Crítica - Elizabeth. La Edad de Oro

Poster

'Se defiende pero no convence'

08/11/2007 - Por Korben Dallas

(3/5)

Elizabeth. La Edad de Oro
Director: Shekhar Kapur
Intérpretes: Cate Blanchett (Reina Elizabeth I) / Christian Brassington (Charles) / Abbie Cornish (Elizabeth Throckmorton) / Adam Godley (William Walsingham) / Tom Hollander (Sir Amyas Paulet) / Jordi Mollà (Rey Felipe II de España) / Samantha Morton (Mary) / Clive Owen (Sir Walter Raleigh) / Geoffrey Rush (Sir Francis Walsingham) / John Shrapnel (Lord Howard) / Susan Lynch (Annette) / Rhys Ifans (Robert Reston) / Jonathan Bailey (Cortesano) / Sam Spruell (Torturador) / David Threlfall (Doctor John Dee)
Duración: 114 minutos
Sinopsis: La reina Isabel I debe enfrentarse a la traición en el seno de su familia y a sangrientas tentativas de apoderarse de su trono. Isabel es consciente del cambio religioso iniciado en el siglo XVI en Europa, y el poderoso rey [...]
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Estreno en España: 9 de Noviembre de 2007
Nota I.M.D.B.: 7,2/10 (2525 votos)


CRÍTICA



Casi una década ha pasado desde que se estrenara la primera película de habla inglesa del director indio Shekhar Kapur. Aquella Elizabeth que narraba las peripecias de la joven que llegaría a ser reina de Inglaterra con notable destreza y sobre todo un punto de vista moderno y audaz en lo que al cine histórico se refiere. Pero cuyo mayor valor fue el de dar al gran público el placer de conocer a una joya australiana: Cate Blanchett. Esta entrada de oro en el cine le valió una nominación al oscar (probablemente uno de los mayores patinazos de la academia, el premiar a la inefable Gwyneth en su lugar) y la absoluta reverencia de público y crítica.

Ahora regresamos a la Inglaterra coetánea del gran imperio español, bajo el mandato de Felipe II (Jordi Mollá), cuando Isabel I ya ha asentado su poder y empieza a notar la amenaza de un conflicto religioso entre España e Inglaterra. Mientras, María Estuardo (Samantha Morthon) vive prisionera en Escocia tramando un atentado en contra de la Reina Virgen para poder acceder al trono.
Pero el conflicto político se ve acuciado por la peculiar vida íntima de la reina, puesto que al conocer a Sir Walter Raleigh (explorador del nuevo mundo, conocido por sus no demasiado nobles artes) (Clive Owen) se enamorará de él y vivirá recelosa la relación que mantiene éste con su dama de confianza Bess Throckmorton Abbie Cornish).

En una época en la que parece que todos los productos que se exhiben en cine son secuelas no es de extrañar que aparezca una segunda parte más para sumar a la lista. Sin embargo, éste que nos ocupa no es un proyecto corriente en lo que la explotación de historias ya filmadas se refiere. De antemano, Shekhar Kapur tenía pensado realizar una trilogía, dada la complejidad del personaje de Elizabeth y la larga duración de su reinado, pero, a la hora de enfrentarse a este segundo episodio, recibió la negativa de Cate Blanchett. Tras las vicisitudes pertinentes hasta lograr ponerse detrás de la cámara con la australiana reembarcada en el proyecto (previa mediación del también protagonista Geoffrey Rush) hoy se estrena un film que adolece de considerables desventajas –ya desde su planteamiento- con respecto al anterior.



Para empezar, el acercamiento al personaje de una Isabel joven e inestable resultaba infinitamente más interesante, puesto que ahora nos enfrentamos a una reina entronada y deshumanizada, por voluntad propia, atada por los corsés de la Historia y de los prejuicios del espectador que ya ha visto la parquedad en palabras de la reina y su rotundidad hasta la saciedad. De este modo, por más que Cate pretenda matizar al personaje y darle múltiples dimensiones, le cuesta sacar todo el jugo que obtuvo de su primer acercamiento, más humano y desgarrador.
Cate Blanchett cuenta con muchas sombras sobre ella para enfrentarse de nuevo a Elizabeth, y no solo los fantasma de Bette Davis o de Glenda Jackson son los que han de preocuparle, el peor y más terrible de los obstáculos a los que se expone es a ella misma y su glorioso trabajo de años atrás. Por supuesto que su interpretación es brillante (raro sería lo contrario), sin embargo parece obligada a enfatizar todos y cada uno de sus gestos de un modo poco natural y reiterativamente grave, otorgando un personaje tan contundente que no da lugar a reposo en el espectador, lo cual llega a agotar y a perder credulidad. En contraposición, en los crecientes ademanes de humanidad -su miedo hacia la vejez, la soledad y una especie de amor histérico-pueril por Raleight- será donde pueda lucir todo su talento y llevarlo al terreno de lo humano, dando un punto de vista algo tópico, pero que sin duda no es culpa suya, sino resultado de un guión deficiente.

Tampoco pasa desapercibida una carencia en lo que a estilo y eficacia formal se refiere. Si la primera se caracterizaba por encima de todo por una planificación puntera y arriesgada; ésta arranca con un enfoque notablemente más clásico, lo cual le acerca al temido terreno de la falta de personalidad; salpicado de planos a priori peculiares pero que solo dificultan su visionado: un abuso desmesurado de los reflejos, los desenfoques, los cristales traslúcidos y detalles a través de entramados por todo tipo de orificios, dan como resultado un aspecto voyeurista que no cuaja y que contrasta con un planteamiento general nada complicado. Así, el producto final se compone de una miscelánea de planos mezclados, que alterna las vistas monumentales (desprovistas del genio y la intencionalidad que ostentaba en Elizabeth), con planos imposibles a la búsqueda de un savoir faire que queda en entredicho (atención al de la bañera en contrapicado que es uno de los más feos que se ha visto en la historia del cine), los agradecidos -para Cate, que sale bellísima- planos de video musical (que son pródigos y muy resultones: el momento acantilado, camisón al viento y mar abrupto parece directamente sacado de alguna fantasía de cómic hortera) y finalmente una serie de imágenes sensibles y de bellaza extrema (de entre las cuales particularmente yo me quedo con la conversación en el apabullante vestidor, rodeadas de todos los maniquíes con los vestidos de la soberana).

Con el visionado de este film se viene a mi cabeza la representación de Juana de Arco que llevó a cabo Luc Besson en 1999, un film que la crítica destrozó y que a mi juicio no era tan terrible, pero que si adolecía de unos males muy similares a los de éste, de entre los cuales el más acuciante era el de temer por encima de todas las cosas el que se dijera de él que era “normalito”, con lo que tuvo que edulcorarse con una serie de planos fuera de lugar para dejarlo más “peculiar” y esto no hizo sino emborronar el producto final. Por cierto, que hablando de la Doncella de Orleáns, cabe decir que la imagen de una Reina Isabel ataviada con armadura de alta costura melena roja al viento y enfervorecido speech guerrero, puede resultar un poco increíble y arriesgado.

Se puede decir de esta Edad de Oro que se defiende a capa y espada y se hace un hueco entre los productos aceptables de la cartelera, enarbolando su brillante fotografía y un puñado de actuaciones muy solventes (Samantha Morthon defiende su corto personaje con integridad y potencia abrumadoras) que conoce cuáles son sus puntos fuertes y que en su grandilocuencia de tráiler se explaya para arrancar un aplauso emocional del espectador que asiste a la historia como un espectáculo estético más que considerable, pero que a pesar de todo sabe –y demasiado bien- que no es digna sucesora y parece estar temiendo constantemente el momento en que alguien diga de ella que parece un “gran relato” filmado por la BBC. Eso sí, no puedo acabar esta crítica sin mencionar que el trabajo de Jordi Mollá hace mucho (pero mucho) en contra del film y que cada vez que se presenta en pantalla el espectador no tiene más remedio que reírse con una interpretación patética y absurda, fuera de lugar, por más que todos conozcamos los males tan explotados y maniqueos del rey de España.

 

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