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Crítica - Sunshine (2007)

Poster

'El señor Boyle que no es y nunca será Stanley Kubrick'

19/04/2007 - Por korben dallas

(2/5)

Sunshine (2007)
Director: Danny Boyle
Intérpretes: Cillian Murphy (Robert Capa) / Chris Evans (Mace) / Michelle Yeoh (Corazon) / Rose Byrne (Cassie) / Cliff Curtis (Doctor Searle) / Hiroyuki Sanada (Capitán Kaneda) / Troy Garity (Harvey) / Benedict Wong (Trey) / Mark Strong (Pinbacker) / Paloma Baeza (Hermana de Robert)
Duración: 107 minutos
Sinopsis: En el año 2050, el Sol empieza a apagarse y la Tierra sufre las consecuencias. Con la intención de revivirlo, un grupo de astronautas es enviado a intentar arreglar la situación lanzando en su núcleo una bomba que vuelva a alimentar [...]
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Estreno en España: 20 de Abril de 2007
Nota I.M.D.b: 7'2/10 (3810 votos)



CRÍTICA + RUEDA DE PRENSA


(Atención: contiene algunos spoilers)



El sol se apaga, la raza humana se extingue.
La última oportunidad de no sucumbir al invierno glacial de la Tierra es el viaje de la nave Icarus II, un proyecto consistente en lanzar una potente bomba que reactivaría el núcleo solar. Antes que ésta, la Icarus I ya lo intentó, pero fracasó y se perdió en el espacio sin dejar rastro. Los tripulantes de la Icarus II se enfrentarán a la aventura de salvar la Tierra, pero también conocerán los oscuros secretos que el espacio les tiene preparados…

Sunshine parte como la visión del director Danny Boyle del tan trajinado fin del mundo de este nuestro planeta. No es la primera vez incluso que los humanos nos hemos enfrentado a la muerte del sol (y seguro que no será la última), pero sí se presenta en nuestra cartelera como una interesante baza de visión de director estrella. Para realizarlo, cuenta con un guión escrito por Axel Garland (con quien ya ha trabajado en 28 días después y en La playa) y parte como un film típico de ciencia-ficción en estado puro que evoluciona hasta el terreno del terror psicotrónico.



El punto de partida del film es brillante, arranca con fuerza, sin escatimar en muy elaborados efectos especiales, y nos presenta a los personajes con decisión y concisión, casi encerrándolos en sus clichés, pero dándoles entidad y peso dramático (lo cual suele ser el talón de Aquiles del género). Los primeros conflictos entre los tripulantes no se demoran en aparecer, planteándonos en una primera instancia más un drama de relaciones en una nave espacial que un film de ciencia-ficción en sí. Cuando llega la aventura, sin embargo, el ritmo que se torna en pretendida angustia y suspense más bien llega a ser cansino. En, por citar un ejemplo, la escena en que tienen que arreglar el escudo protector, la secuenciación alargada hasta la saciedad de los movimientos lentos en gravedad cero saca de quicio al más pintado, no por intrigado, sino porque llega a hacerse interminable. A partir de este punto, el filme se convierte en una revisión de Alien, el octavo pasajero y el espectador se da cuenta de que su solidez inicial muta en pos de deshacerse de los personajes con una alegría vertiginosa. Es aquí donde el filme se estanca y pretende solventarlo con pastiches morales y filosóficos de librillo de primaria que justifiquen el buen nombre de la autoría, en una serie de escenas que demoran aún más el ritmo del film y personificadas todas en un personaje que no queda del todo claro, el de Searle, interpretado por Cliff Curtis, y su obsesión por el Sol. Será ya en el último giro del film, momento en el que un super-asesino del espacio entra en acción, cuando uno llega a la conclusión de que todo su inicio, sus grandes logros narrativos, estéticos y, por qué no, homenajes clarísimos a grandes obras magistrales de la ciencia-ficción, quedan relegadas a una película al uso de acción galáctica, un thriller con pretensiones sin mucho más que ofrecer que saber si definitivamente se llevará a cabo la misión.

Cierto es que entre los concurrentes a la rueda de prensa había un desconcierto general y se oían algunos que otros juicios e interpretaciones acerca del controvertido guión del filme, comentarios que, como es natural no vienen al caso, pero que sí dan una visión de la acogida que Sunshine ha tenido, de momento, entre la crítica. Al llegar Danny Boyle, puntual y visiblemente agotado –tras un día de entrevistas interminables-, aparentemente amable, algo desmañado y con un arsenal de tics y ademanes un tanto desconcertantes, las preguntas acerca de su cambio de género (en el terreno cinematográfico, se entiende) no han tardado en llegar. Para él, un director es un director y puede desenvolverse en cualquier proyecto, es más, debe intentar que sea así, para no encasillarse y centrarse en un único género. Para ello, se ha arriesgado con una propuesta formal distorsionada y poco corriente, movido por una ambición de dar un paso adelante en la ciencia ficción. Está muy orgulloso del guión de Axel Garland que le resulta lleno de imaginación e ingenio y con un ritmo trepidante.



Pero en realidad, en el terreno en que más se ha volcado y en el que más a gusto y agradecido se ha mostrado, es en el de los actores con quien ha llevado a cabo esta odisea espacial, explayándose en contar la satisfacción que supuso trabajar con el elenco y de reencontrarse con Cillian Murphy, a quien también dirigiera en 28 días después. De él ha remarcado su talento y sus, al parecer, inabarcables posibilidades.

Pero, volviendo al filme, resulta, cuando menos curioso, el origen en sí de una película como Sunshine, ese arriesgado planteamiento en cuanto a su forma del que habla, con respecto al guión y a su visión de la ciencia-ficción (con multitud de distorsiones tanto de imagen como de sonido, crecientes cuanto más se acercan al sol y que se consolidan, con mucho, como lo mejor y más original del filme); a su elenco interpretativo, no demasiado doblegado a atraer quinceañeros al cine (excepto por Chris Evans) y preocupado por presentar roles de calidad (Cillian Murphy y Michelle Yeoh defienden sus personajes con resultados muy encomiables); una visión, en principio, diferente de un trasiego galáctico con sus sempiternos puntos de referencia y recursos manidos. Todo ello para que, por desgracia se torne simple y llanamente en una aventurilla del montón sin nada que la diferencie de productos al uso como Even Horinzont o Sphera.

A colación de todo esto, el director nos contaba cómo es excelente el trabajo cuando estas rodeado más de amigos que de personas desconocidas y que contar con la producción de Andrew McDonald, con el que ha trabajado ya en siete ocasiones y que de este modo todo es infinitamente más fluido y sencillo, al tiempo que esquivaba magistralmente alguna que otra pregunta acerca de los giros “inesperados” de la última etapa del film, siempre dedicando elogios a su compañero en las labores de guión. Está claro que para él hacer películas es una fiesta y que adora a la gente que le rodea, muy particularmente a Cillian Murphy, con quien se deshizo en alabanzas y loas, como ya hemos mencionado anteriormente.

Quizá el problema de Sunshine sea precisamente Danny Boyle, cuya trayectoria ha dejado ya en la cuneta las expectativas de los que quedamos prendados con sus primeros trabajos, quien, al parecer, pretende convertirse en el genuino director universal, tocando todos los palos del arte cinematográfico. Hasta la fecha se ha curtido en los campos del suspense y la intriga con su gloriosa Tumba Abierta, con mucho, lo mejor de su carrera; los manifiestos generacionales con Trainspotting; la comedia, aquella malentendida A life less ordinary; los dramas imposibles con La playa, etcétera. Loable afán el suyo, no cabe duda, sin embargo, con todos mis respetos, habría que decirle al señor Boyle que no es y nunca será Stanley Kubrick.

 

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