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Crítica - Una Historia Verdadera

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'Una absoluta y rotunda obra maestra'

23/11/2006 - Por Corleone12

(5/5)

"-¿Qué te ha dicho el médico? -Me ha dicho, que viviré hasta los cien años"

Lynch le cerró la boca, más bien le cerró y cosió la boca, a cualquiera que dudase de su talento, estampando en el año 1999 y para la posteridad esta impresionante obra maestra, que se aleja por completo de todo lo que este inclasificable director ha hecho nunca. La turbiedad, el desquiciamiento, la sordidez y el cripticismo dejan paso al lirismo, a la ternura, a la simplicidad, a la llaneza, al más puro y conmovedor sentimiento, en pocas palabras, a la mejor película de David Lynch y una de las mejores cintas de los 90.

Esta impagable clase de cine sencillo, profundo, prosaico, enternecedor y sentido es una demostración perfecta de la personalidad de Lynch (guste más o menos) ya que pocos han hecho una película que se saliese tanto de sus cánones artísticos habituales, alejándose tantísimo de su filmografía precedente, diciendo un claro no al encasillamiento. Si hay algo que sorprende en esta película es el grado de sencillez que se apodera de ella, su bella y tranquila premisa, la del largo viaje de Alvin Straight en su cortadora de césped para ver a un hermano con el que no se ha hablado en una década, va enriqueciéndose paulatinamente por los sucesos que la jalonan y a cada connotación y episodio, introducidos sutil y parsimoniosamente, nos damos cuenta que una mirada, un gesto, un simple plano, unos tranquilas palabras pueden ser igual de espectaculares, sentidas, conmovedores, reveladoras e impresionantes que cualquier discurso o intento de espectacularidad. Esa es la infinita genialidad de este film: el hacernos ver lo apabullante de unos ojos, lo que transmite una mirada, lo atronador que puede llegar a ser un silencio, es el triunfo de la sencillez y del sentimiento. El sentir general del film lo condensa de manera impresionante un hombre: Alvin Straight. Sin exagerar ni muchísimo menos, una de las cuatro o cinco mejores interpretaciones de la Historia del Cine, Richard Farnsworth consigue transmitir con su entrañable apariencia un crisol de emociones inimaginables, desde su tranquila y sosegada interpretación, como ese cabezota y arrepentido hombre, probablemente el paradigma de lo que es una interpretación sentida.

Encima, Lynch se contagia de ese humano y emotivo espíritu que emana este film y se dedica a hacer una dirección sublime, con largos planos de los maizales de Iowa, de una belleza paisajística acongojante, dándole en todo momento un tono natural y tierno, apoyado en la soberbia fotografía de Freddie Francis, el habitual de Lynch. Otro colaborador suyo, Ángelo Badalamenti firma una de las mejores bandas sonoras que he escuchado nunca, arrebatadora, se funde con la imagen de una manera impresionante. Para más inri llegas al término de la película completamente extasiado y Lynch te estampa un impresionante final. No hacen falta palabras para saber que todo está perdonado y con lágrimas en los ojos eres testigo de cómo la cámara vuelve mirar a un cielo estrellado.

Una absoluta y rotunda obra maestra, un bellísimo canto a la vida, al perdón, a la sencillez, a la bondad, a olvidar el pasado, una de las mejores películas del cine norteamericano contemporáneo.

 

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