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Crítica - Capturing the Friedmans

Poster

'Necesaria'

13/11/2006 - Por Hattie Carroll

(4/5)

Está claro que la realidad supera a la ficción. La historia de Capturing the Friedmans es de lo más inquietante y bizarro que he visto jamás. Me río de Solondz. Pero lo que convierte el documental de Jarecki en una obra maestra es su lucidez y su honestidad. Si algo parece guiar la mano del director, que no titubea en ningún momento, es el deseo de desentrañar una madeja muy enmarañada. Andrew Jarecki se convierte en juez de la familia Friedman, pero un juez dispuesto a comprender, no a condenar. Lleva a cabo una investigación sólida y cabal y la presenta con un montaje magistral que parece convertirla en una historia de ficción con sus momentos de suspense, sus giros inesperados y un desarrollo de la trama envidiable.

La objetividad de Jarecki a la hora de presentar los hechos, que son como mazazos para el espectador, contrasta con la calidez con la que trata a sus personajes. Aunque sea realidad el filtro del cine ofrece múltiples posibilidades y el director opta por dejarles hablar y actuar sin juzgarlos en ningún momento, dejando puertas abiertas para poder empatizar con todos ellos. El nivel de desasosiego y dolor emocional que supone ver Capturing the Friedmans no es comparable a ninguna película de ficción. Tiene picos de auténtico desgarro en los que se contempla impotente el grado de demencia que puede alcanzar el mundo real.

Lo más chocante es como empezó todo. Andrew Jarecki quería hacer un documental sobre payasos, de los que dan fiestas para niños. David Friedman era el payaso más famoso de Nueva York. Pero el director pronto comprende que esconde un secreto familiar, que sale a relucir de manera recurrente pero que se niega a revelar. Jarecki empieza a tirar del hilo. Y así comienza Capturing the Friedmans, un viaje por un pasadizo oscuro donde el espectador tiene que recomponer las piezas a cada paso. Y resulta inverosímil lo bien que acaban encajando las piezas como si se tratara de una tragedia griega. Parece una burla macabra del destino, un escupitajo a nuestro mundo civilizado y a la falsa moral. El miedo a nuestros tabús nos impide querer ver la verdad, los prejuicios están tan arraigados en el subconsciente colectivo que los habrá que tras su visionado sigan murmurando aquello de "cuando el río suena...". El río suena tanto en Capturing the Friedmans que a ratos corre desbocado y nos arrastra. Pero la frialdad de los hechos, que tan minuciosamente y con tanto mimo y respeto presenta Jarecki, debe prevalecer sobre el valor emocional que la sola mención de la pederastia nos provoca.

Los hechos. Sabemos que Arnold Friedman poseía pornografía infantil, sabemos que es un pedófilo e inmediatamente despierta nuestro recelo. Es inevitable sospechar, como sospechó la policía, que tal vez haya abusado de los estudiantes que recibían clases de informática en su propia casa de Great Neck, Long Island. Pero no tenemos pruebas, ni una sola evidencia física, ni una sola queja de ningún niño. La policía empieza a interrogar a esos niños, no ya en base a una sospecha, sino con una firme convicción y con la clara intención de meter a Arnold Friedman en la cárcel. Sabemos que su hijo Jesse lo ayudaba en las clases. Y se desata el caos y la histeria en la acomodada comunidad de Great Neck y en el propio seno de la familia, que se desintegra y descompone ante la cámara de David Friedman. Asistir a las continuas discusiones familiares provoca una fisura emocional que nos sacude con fuerza. Arnold y Jesse Friedman ya no son esos dos monstruos directamente salidos del averno que la sociedad norteamericana contempla en las noticias durante la cena unos escasos minutos. Minutos que no dan tiempo a reflexionar y contrastar pruebas, que dan por ciertas unas sospechas que no están probadas, que se sostienen como un castillo de naipes a punto de derrumbarse. La película quiere reflexionar y dar tiempo al espectador para contrastar todas las pruebas y contemplar aterrorizado como se puede encarcelar a un muchacho de dieciocho años sin ninguna evidencia. Capturing the Friedmans huye de la histeria y pone delante de nuestros ojos un espejo en el que contemplamos la pobreza moral de los supuestos dueños de la moral.

Más allá de lo que pueda significar para el propio Jesse Friedman, el juicio que nunca tuvo y su última oportunidad de no cargar con la etiqueta de pedófilo durante el resto de su vida, Capturing the Friedmans se convierte en una película necesaria, en una parábola sobre el miedo y la paranoia y las pocas ganas que tiene la sociedad de reflexionar de manera cabal sobre ciertos temas. Porque siempre es más fácil cerrar puertas y no buscar la verdad.

 

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