Al señor Quentin Tarantino le salió un guión demasiado grande para su epopeya sobre la venganza que emprende la novia a base de mandoble de katana, con lo cual los que esperábamos con ansias ver al completo la cuarta película del genio de Knoxville tuvimos que esperar unos meses para ver el segundo volumen de Kill Bill.

No obstante y aunque las diferencias entre los dos volúmenes son obvias he de hacer un breve comentario del volumen uno para adentrarme a hablar sobre el volumen 2. En el volumen 1 Tarantino nos ofrecía un divertimento puro, excitante y vivo festín de coreografiada violencia que en algún momento llega a ser ciertamente cansina y una historia poco definida y un pelín excesiva aunque primorosamente narrada, en pocas palabras se echaba en falta la esencia tarantiniana por excelencia: es decir sus diálogos, su originalidad e incluso su sentido del humor y que los actores más que hostias nos dieran algo de calidad interpretativa.

Pero es que en este volumen 2 es donde más se nota como Kill Bill es un conjunto, un espíritu compacto, una maratoniana epopeya de 240 minutos que debió ser cortada para que no fuera masacrada por un montaje que eliminara mucho metraje.
El volumen 2 comienza con una amenazante Uma Thurman en blanco y negro: “Parecía muerta… pero no lo estaba” y retomando en hilo cronológico justo donde acaba el primer volumen, con la novia siguiendo su sangriento periplo hasta llegar a la cúspide: matar a Bill. El volumen 2 es, a mi parecer, superior a su predecesor. El volumen 1 era un espectáculo visual y tremendamente divertido pero a la postre ciertamente vacío. Tarantino consigue con el volumen 2 volver a su originalidad, a su diálogo fácil y tremendamente ingenioso, a su surrealismo tan personal y también aporta profundidad cosa de lo que carecía por completo el volumen 1. En el volumen 2 aparece una vena Leoniana (autor tremendamente admirado por Tarantino) que baña todo el film. Tarantino consigue hacernos creer por momentos que se trate de un spaghetti western, con polvorientos planos del desierto y la inconfundible música de Morricone, dándole siempre ese aire oriental que parece intrínseco a la película en todo momento.

No obstante y para aseverar y atestiguar aún más la genialidad y el brutal talento del genio de Knoxville, después de horas de vibrante y exacerbada acción solo a él se le ocurriría cerrar la película con un memorable diálogo final de cuarenta minutos, con momentos antológicos como el de la teoría de Superman de Bill y diálogos impresionantes: “I´m killer, I´m murderer bastard”, recitado de manera admirable por David Carradine. Y es al final cuando aparece lo mejor de la película: las emociones, los sentimientos; sería erróneo no resaltar ese aire crepuscular del final, entrañable y emotivo, con un momento hacía el final indescriptible, que pone los pelos de punta con inmejorable música.

Por ello el volumen 2 es una obra bastante más completa que su predecesora, es más entretenida, más madura, más original, más profunda, más espectacular sin necesidad de tanto artificio y es, aunque parezca chocante, emotiva y enternecedora.
Técnicamente si el volumen 1 era sublime este no lo es menos, con la fotografía de Richardson en plena exhuberancia y una de las mejores bandas sonoras de los últimos años con un par de temas de ese dios llamado Ennio Morricione y una de esas películas en las que es ejemplar como las notas musicales se mimetizan con la imagen, como si la una no pudiese vivir sin la otra.
Uma Thurman monopoliza la mayoría de las escenas, haciendo una soberbia interpretación. Aunque es increíble ver a David Carradine, complemente inenarrable la perfección de su interpretación, impasible, entrañable, encantadora, consigue humanizar y darle encanto a un personaje, el cual sabemos que en el fondo es un cabrón, como él mismo se define.
Grandísima película, tan magnética como espectacular e, inesperada e insólitamente, conmovedora.

9/10