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Crítica - Tirante el Blanco

Poster

'Facilona y pretenciosa'

06/04/2006 - Por Korben Dallas

(1/5)

Tirante el Blanco
Director: Vicente Aranda
Intérpretes: Caspar Zafer (Tirante) / Esther Nubiola (Carmesina) / Leonor Watling (Placerdemivida) / Ingrid Rubio (Estefanía) / Charlie Cox (Diafebus) / Victoria Abril (Viuda Reposada) / Giancarlo Giannini (Emperador) / Jane Asher (Emperatriz) / Sid Mitchell (Hipólito) / Rafael Amargo (Sultán)
Duración: 120 minutos
Sinopsis: Tirante el Blanco cuenta la historia de cómo el afamado caballero Tirante recibe el encargo del Emperador de Bizancio para que le libere del asedio que los turcos están infligiendo a la ciudad de Constantinopla. Tirante no defrauda las esperanzas que sobre [...]
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Estreno en España: 7 de Abril de 2006


CRÍTICA + RUEDA DE PRENSA



...Y heme aquí, sentado ante la hoja en blanco sumido ante la nada despreciable cuita de escribir acerca del último film de maese Aranda. Encomiéndome al mismísimo Fernando de Rojas para que me ampare en la labor y sea digno de defender mis ideales con las letras castellanas que el aragonés ilícito ha mancillado con su torpe parecer.

No puedo, simple y llanamente, enfrentarme a esta crítica sin expresar de antemano mi indignación ante este film que no solo llega a nuestras carteleras, sino que puebla impávidamente toda la palestra de información española estos días. Quizá uno de los acontecimientos cinematográficos del año, vendido con la carta de presentación de ser el film más caro de la historia del cine español (14 millones de € sin incluir copias ni publicidad). Perfecto, pero desde aquí me gustaría disuadir a cualquier curioso que haya pensado ir al cine tan solo por este dato, no por maldad y traición a la corona del “crítico cine español”, sino como profeta del buen gusto y simple velador ante el aburrimiento ajeno.



Pero vayamos por partes. Para explicar el argumento del film citaremos las palabras del mismo Aranda: "he cogido un capítulo de la obra homónima –que está compuesta de 5 tomos- y a partir de aquí, realicé una investigación y desarrollé la historia de Tirante en Constantinopla". Cierto, Tiranteel blando, como le reapodaron en la rueda de prensa- llega colmado de honores a la ciudad de Constantinopla, donde el anciano Emperador le pide que les libre del asedio de los turcos. Durante su estancia en la corte, la hija del emperador, Carmesina, se enamora de él, embaucada por sus damas de compañía Estefanía y Placerdemivida, que la empujan a desflorarse con el caballero para que se erija como su esposo y futuro emperador. Por otro lado, la Viuda Reposada, ama y matrona de la niña hará lo posible para que esto no ocurra, pues sus esfuerzos están destinados a que se despose con el Gran Soldán de los Turcos. Para terminar con el plantel, la emperatriz también sufre de picazón postmenopáusica y decide echarse de amante a Hipólito, un joven de la corte que asiste a Tirante durante su enfermedad.

Así, durante dos largas horas, los personajes deambulan por palacio rumoreando y susurrando en oídos ajenos si Tirante desflora o no desflora a la bella prenda, las damas se recriminan sus impías actividades y uno se pregunta en la butaca que porqué no se levanta y se va. Para colmo, el amenísimo desarrollo narrativo se adereza con alguna que otra secuencia de batalla entre moros y cristianos de las que da vergüenza mirar a la pantalla: rodadas frame to frame, con barridos y desenfoques jacksonianos y con la fotografía virada sorprendentemente hacia todos más fríos, aquí el que suscribe no dejaba de preguntarse en qué momento se extraviaron esos fragmentos del metraje sobrante de El Señor de los Anillos. Pero es que encima siendo generoso uno puede llegar a contar como mucho a cuarenta personas en plena batalla, con lo que... tanto capital no se a donde ha ido a parar. Gracias a Dios que solo hay dos. Pero da igual, porque, en el campo, en las habitaciones, en los patios o en el retrete, la película sabe ser tediosa y sin gracia con magistral efectividad. Parece como si Aranda hubiese deseado hacer un film a la Ivory, y presentarnos una colección de cuadros pictóricos en movimiento, y podría haberlo logrado, puesto que contaba con la excepcional Yvonne Blake en el diseño de vestuario, que ha creado un despliegue de belleza y opulencia inusitado en nuestro cine, y que, en palabras de Victoria Abril "trabaja como Visconti, llenaba los aparadores de cuberterías de plata para que destilaran autenticidad (...) en la película no se nota, pero llevábamos tres vestidos por debajo del que se veía, que bien podrían haber sido de farfolla, pero no, con Yvonne era todo auténtico". Y qué razón lleva, la pena es que la única que se empeñaba en que las cosas parecieran auténticas o bellas, debía de ser la Blake, porque en lo que a la secuenciación, a la planificación y a la fotografía (y eso que está firmada por José Luis Alcaine, gran profesional donde los haya) el interés por lograr ese arte en movimiento que podemos difrutar en filmes como La joven de la perla -con la magistral fotografía de Eduardo Serra- se desvanece en el tropel de planos con las cabezas cortadas, con los tocados mutilados, con la iluminación plana y anodina o demasiado inclinada hacia el claroscuro, de modo que la sutileza y la destreza estética quedan desplazadas. No nos extraña por tanto que el mismo Aranda, en la rueda de prensa, comenzara a justificar su film amparado en un fenómeno cuya naturaleza desconocíamos, esto es: Aranda dice que hay una serie de películas consideradas “malas” por la crítica y la prensa, por poner un ejemplo él ha citado a Airbag (aquí no vamos a desprestigiar su opinión y suscribimos -y subrayamos- este juicio, además de mencionar el hecho de que el film haya pasado sin pena ni gloria a los anales del cine); el caso es que el director nos ha contado cómo el vivió la experiencia de ver el film en el cine con público “normal” y que se creaba una empatía entre espectador y espectáculo que él pretendía conseguir con su film. Es muy triste defenderse reconociendo la dudable calidad de un film de catorce millones de €, pero es que además es muy inocente (o muy cínico, depende de donde se mire) al pensar que su film pueda causar entropía, puesto que, encima de la barrera emocional que supone que el film sea de época, existe el de la vergüenza ajena que da ver escenas como en la que finalmente Tirante (a la hora y cincuenta del film, cuando ya el pobre espectador quiere cortarse las venas) se tira a la doncella, bueno, más bien le tiran a la doncella. Y es más triste pensar que nadie que no sea un adolescente pajero de quince años pueda sentir compadreo con semejante tostón y llegue al señalado clímax del polvo dirigido, cumbre rimbombante y obscena de la cinta.



También puede ser que yo me equivoque y malinterpretara las palabras de Aranda, o que no se busque ese reflejo del barroquismo y la plasticidad de las imágenes del que hablábamos supra, en cuyo caso cabe preguntarse cuál es el interés de un film, cuyo guión, con permiso de Aranda y con mis disculpas de antemano, no difiere en mucho del de Cristóbal Colón de oficio descubridor o del de cualquier petardazo de la España del destape solo que sin los chistes y con vestuario digno de Oscar. Y encima, realizada treinta años después de que ver tetas en la gran pantalla pudiese ser cuando menos curioso, claro que en el film que nos ocupa más da vergüenza ajena que excitación la caterva de escenas sexuales cuya explicitud aburre por su inexistencia y su pomposidad angustia por repetitiva (amén de susurrada,porque mira que susurran todos a lo largo del film)

Aranda ha hablado de su Tirante como un post-héroe, que ha logrado grandes victorias y ya es casi una leyenda, para mostrárnoslo a nosotros en su época baja, no sabemos si es por eso que ha escogido como protagonista al inglés Caspar Zafer, y yo no puedo evitar pensar en su más que notable parecido con Viggo Mortensen (el incomparable y algo inexpresivo Aragorn de la Trilogía de los Anillos, que curiosamente ya menciono por segunda vez). Sea por lo que fuere, el joven desconocido ha sabido demostrar su falta de talento con creces, deberían inventar una palabra nueva para explicar la insipidez interpretativa del muchacho. Cierto es que el actor ha tenido que enfrentarse con una etapa de la vida del personaje en que ya no queda heroísmo, está aquejado y doliente, enfermo, luego le rompen las piernas, pero el pipiolo no hace más que languidecer y dar penica. Yo, que soy muy malo, quiero pensar que a lo mejor es que le daban miedo las leonas de su alrededor y, tal vez, al verse solito, inglesito, poca cosa ante la carnalidad de sus compañeras de rodaje, se fue apocando y apocando hasta desvanecerse en la pantalla.

Y en lo que se refiere al resto de protagonistas, a riesgo de ganarme más enemigos ( si es que todavía queda alguien que no me odie) mi integridad me obliga a decir que Victoria Abril lleva su excesivo modo de actuar hasta unas cotas inusitadas de histrionismo y tensión, al igual que provocar las rojeces en el espectador gracias a algunos de sus desnudos metidos con calzador; Leonor Watling no se moja demasiado con el papel y por ello se salva de la quema, algo así le ocurre a su partenaire Ingrid Rubio, ambas, se mantienen en una pulsión de susurro y porno soft con toques de simpatía naïf que no pegan mucho ni dan credibilidad a sendos personajes pero que no chirrían como el protagonista. Los emperadores Giancarlo Giannini y Jane Asher están, sin lucir más que sus joyas, aceptables y doblados, con lo que parte su interpretación se ha ido por el desagüe. Doblado también está Rafael Amargo, momento en el que sí hay que agradecer a Aranda que no lo haya sacado demasiado. Su papel no es mucho más que un cameo, pero qué cameo... mejor no decir nada. Y finalmente el plato fuerte del film, la joven Esther Nubiola, que ya conocimos en Krampac de Cesc Gay, nos regala en sus ademanes un sinfín de insipidez y de sobreactuación raramente vistas tan bien coordinadas. Sabe ser tan anodina como su antagonista y a la vez avergonzarnos con sus chillidos made in Penélope. De ella se decía en la rueda de prensa que destila un algo de la joven Sara Montiel, no sé muy bien si eso es un halago o un insulto, pero está claro que talento no tiene y que su dicción es dudosa, más le valdría a Aranda haber cogido a una joven inglesa como fuera su primera idea. A bote pronto se me viene a la cabeza la joven Kelly Reilly, pero no es más que una licencia que me tomo.

Sinceramente, recomiendo a todo aquel que tenga aprecio a su tiempo que no la vea y que, en caso de hacerlo, tenga muy en cuenta que no es mejor que Juana la Loca ni Carmen (a pesar de cerrar tríptico de época, según el director), es más, es peor, mucho peor, puesto que las anteriores aunque aburridas al menos eran arriesgadas y algo sinceras, esta es facilona y pretenciosa, y que un film se permita el lujo de ser peor que Carmen es mucho decir.

 

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