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Crítica - Manderlay

Poster

'Dogma con matices'

09/02/2006 - Por Veerleen + Irulan

(4/5)

Manderlay
Director: Lars von Trier
Intérpretes: Bryce Dallas Howard (Grace) / Isaach De Bankolé (Timothy) / Willem Dafoe (Padre de Grace) / Danny Glover (Wilhelm) / Michaël Abiteboul (Thomas) / Lauren Bacall (Mam) / Jean-Marc Barr (Sr. Robinsson) / Jeremy Davies (Niels) / Chloë Sevigny (Philomena)
Duración: 139 minutos
Sinopsis: La historia sigue. Grace acaba de dejar Dogville. Ella y su padre atraviesan Alabama cuando, al pararse casualmente cerca de la plantación Manderlay, son testigos de los horrores y la injusticia de la esclavitud. Grace se ve obligada a intervenir. [...]
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Estreno en España: 10 de Febrero de 2006
Nota I.M.D.B.: 7’8/10 (1450 votos)


Lars Von Trier sí, Lars Von Trier no... es muy probable que alguna vez os hayáis encontrado ante este problema, discutiendo con algún amigo o incluso con vosotros mismos, y es que si hoy en día hay un director polémico, ése es Lars. Con motivo del estreno de Manderlay, segunda parte de la trilogía que comenzó con Dogville, y como nosotros tampoco nos ponemos de acuerdo, os ofrecemos dos críticas con puntos de vista totalmente opuestos. ¿Odio? ¿Admiración? Vosotros elegís.


CRÍTICA POSITIVA (Veerleen)



¿Crees que serías capaz de decidir por otra persona? ¿Crees que sabes lo que le conviene a la gente incluso mejor que ella? ¿De verdad te crees tan listo?

Lars Von Trier vuelve a hacernos revolver en la butaca, a hacernos sentir mal, a agredirnos y desconcertarnos. Y es que esa es la principal arma del director, eso es lo que hace que sus películas, positiva o negativamente, sean las más discutidas. Lars sabe cómo arañar al espectador y cómo colarse en su cabeza. Sabe cómo usar ese realismo tan poco realista suyo para impactar y dejarnos grabadas sus imágenes.

Si el telón de fondo de Dogville era la América profunda, el de Manderlay es la América de la esclavitud. Pero no esperéis ver un alegato anti o pro esclavista, puesto que para Lars estos grandes temas son sólo un pretexto hiriente sobre el que construir su verdadera historia, sobre el que desarrollar sus teorías sobre el comportamiento humano. No tratéis de sacar conclusiones, Lars filosofa por filosofar, no trata de mostrar la verdad absoluta, su objetivo es que dejemos de ver las cosas blancas o negras y nos demos cuenta de que el ser humano es gris. Eliminar una injusticia puede traer una mayor -o no-, liberar a alguien puede llevarle a someterse a una esclavitud mayor -o no-, la solución de un problema puede crear otro peor -o no-. Ése es el espíritu de Manderlay.

Dos cosas conseguían que Dogville se tambaleara en algunos momentos. La primera, su escenografía. El uso de un espacio diáfano para la realización de la película, en lugar de los decorados es una de esas cosas con las que Lars consigue dejar atónito al espectador. ¿Nos gusta?, ¿no nos gusta? El planteamiento es inmensamente original pero en ocasiones saca al espectador de la historia y le lleva a no decidirse entre si se le está tomando el pelo o si está ante una nueva teoría de la dirección artística. De cualquier forma, nos guste más o menos, Lars ha matizado esta escenografía novedosa. Sigue estando presente, pero, como ya la conocemos, puede pasar a ocupar un segundo plano. La acción se convierte en más teatral, en interactuación de los actores, entre sí y no con el espacio, lo que mejora la inmersión del espectador en la trama. El segundo punto flaco de Dogville estaba en su guión. La historia era excelente, pero la película se hacía lenta y pesada en algunos momentos, demasiado larga, demasiado centrada en un solo personaje. El guión de Manderlay mejora en este aspecto. Es más interesante y la participación y el desarrollo del resto de los personajes aumentan, tienen personalidad propia, ofrecen más posibilidades, más puntos de vista, más movimiento.

Las películas de Lars Von Trier son en realidad grandes metáforas, tanto en su trama como en sus personajes. Sus historias están aparentemente inmersas en el mundo real pero en cambio no pueden estar más lejos de él. El escenario desnudo es parte de esa irrealidad real, lo mismo que los personajes cuyos intérpretes son intercambiables. Grace no es la protagonista, es un personaje tipo y por lo tanto puede ser interpretado por cualquiera, puede convertirse en cualquiera.

Bryce Dallas Howard continúa con el personaje de Grace, Nicole Kidman en Dogville y, aunque en las primeras escenas parece no ser capaz de hacerse con él, su fragilidad y su inexperiencia consiguen dar un giro a la protagonista. Grace se llena de inocencia, su papel autoritario la desborda y eso es lo que nos hace acercarnos a ella. Es el benefactor que viene amablemente a meter las narices donde no debe, a cambiar cosas sin ver más allá y a evangelizar a los demás cuando es ella quien necesita que alguien la muestre el mundo. Nicole nunca habría podido ser esta Grace.

Éste es un cine dogma con matices. Ya no estamos ante Celebración, no tenemos una película rodada con una videocámara casera, estamos ante una evolución de los postulados del propio Lars. Eso es lo grande de los géneros que llegan para quedarse y para dar un vuelco al cine. Un cine localista y sin futuro se copia a sí mismo. Una nueva visión, en cambio, es autocrítica, crece y resurge sólo para llegar más alto. Quizá Lars no es un director que llegue a todos lo públicos, puede que como espectador te desconcierte, te aburra o te ofenda, pero piensa que él abre camino para los que vienen detrás. Guste o no, hay que reconocer que Lars se ha ganado el derecho a formar parte de la historia del cine. Sólo queda esperar al estreno de Washington, para saber si Lars es capaz de redondear su trilogía sobre la Justicia.


CRÍTICA NEGATIVA (Irulan)



Parece que fue ayer la última vez que nuestras pantallas se vieron sacudidas (por no decir algo peor) por el trabajo del estrambótico Lars Von Trier. En Querida Wendy, dirigida por su amiguísimo Thomas Vinterberg, Von Trier firmaba un guión tramposo que no sólo demostraba su incapacidad de establecer una estructura formal y un ritmo narrativo de forma mínimamente correcta, sino que además invitaba a una segunda lectura de los hechos que narraba (la ya cansina, vacua y superficial crítica al american way of life) que se podría califica, entre otras muchas cosas, de racista.

Y este mismo hecho nos viene al pelo para hablar de su nuevo “producto”: Manderlay, segunda parte de su Trilogía Americana que ya abriera Dogville y que precisamente se centra en el espinoso tema de la esclavitud y su abolición en los consabidos Estados Unidos de América.

Siendo sincera, Dogville no estaba tan mal. Si bien es cierto que era una película eterna y plagada de tiempos muertos, formalmente resultaba bastante interesante. No había decorados, sólo un espacio diáfano lleno de acotaciones realizadas con líneas y algunos instrumentos de atrezzo (mesas, camas,...), todo ello deudor del teatro de Brecht. Una escenografía que Von Trier quería minimizar (para él lo importante era la historia) pero que por su originalidad suplía muchas de las carencias de su película, carencias que tenían que ver precisamente con esa historia, que como siempre sucede con el danés, pretendía ser más profunda de lo que realmente era. Eso sí, el juego de manipulación para con el espectador era impecable, y para cuando llegaba ese final tan potente y efectista que aquí no desvelaré, no había quien no se quedase con la boca abierta.

El problema es que aquellos aciertos de Dogville se convierten en obstáculos de esta Manderlay. Formalmente, la película ya no sorprende, y eso hace que pierda un importantísimo punto y que sea más fácil para el espectador ver a través de esos decorados y por lo tanto darse cuenta de forma más directa de los múltiples errores de la cinta, que comienzan de nuevo con una duración desmedida que provocará aburrimiento y bostezos a más de uno. Junto a esto, la ya mencionada pretendida profundidad de la historia. Profundidad que realmente no existe y que sólo consigue que el pobre espectador empiece a pensar que quizá Von Trier es un niño con una rabieta que no hace más que gritar de la manera más irracional. Porque sí, porque esta supuesta nueva crítica a la historia de los EE.UU. se queda otra vez en el envoltorio y no ahonda donde debería.

Pero hablemos de ella de forma más concreta: Manderlay comienza allá donde terminaba Dogville. Grace, con el rostro de Bryce Dallas Howard (tras la estampida de Nicole Kidman... ¿qué les dará Von Trier a sus musas que ninguna quiere volver a trabajar con él?), va con su padre (aquí el siempre acertado Willem Dafoe) en aquel oscuro coche que la aleja de Dogville y la acerca a Manderlay, una pequeña comunidad regentada por una tirana (con el repetido rostro de esa enorme Lauren Bacall) en la que todavía no se ha abolido la esclavitud. Ante este hecho, Grace decide liberar a los esclavos (hombres de color que trabajaban para la rica familia de blancos) en un acto de bondad suprema, haciendo honor de la justicia; y decide además quedarse un tiempo para ayudarles a salir adelante como nuevos hombres y mujeres libres (a pesar de la opinión de su padre, que por si acaso le deja unos cuantos matones). Con esta premisa, se desarrollan unos hechos que al principio son ejemplares pero que según transcurre el tiempo no hacen más que torcerse, tal y como sucediera en Dogville (sí, las comparaciones son odiosas, pero más odioso es que Von Trier haga siempre la misma película), hasta llegar a un desenlace que pretende plantear al espectador –por lo menos a aquel que no se haya dormido- la “madurez” de los Estados Unidos a la hora de abolir la esclavitud y reintegrar en su sociedad a los antiguos esclavos. ¿Se es mejor esclavo o libre en la América actual?

Uno puede pensar que esta es una idea interesante, pero es que cualquier idea interesante en manos de Von Trier puede convertirse en una abominación. El director peca de algo imperdonable, y es que todas aquellas cosas que critica en sus películas son factores de los que las mismas adolecen si se reflexiona fríamente sobre ellas. Como si le fuera facilísimo ver la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el propio, Von Trier quiere darnos una lección “moral” en la que él mismo demuestra ser el primer racista (por no hablar de las posibles lecturas pseudofascistas que tienen todas sus películas) y así no cuela. No cuela porque este señor es un sinvergüenza al que yo le quitaría la cámara, el bolígrafo, el ordenador o lo que sea que utilice para desvirtuar el arte de la escritura. Hay ciertos temas muy serios de los que se puede o debe hablar en el cine, pero Lars Von Trier no es la persona indicada para hacerlo, puesto que su cine simplemente se reduce a unos ejercicios de ombliguismo (él mismo “creó” aquel Dogma 95 tan absurdo que fue el primero en dejar porque aquello no sustentaba una filmografía) y efectismo supuestamente intelectuales que no hacen más que decir tonterías y hacer creer a muchos que están viendo la panacea, al gran visionario de nuestro tiempo, cuando en realidad lo que ven son películas que hábilmente manipulan para pensar así.

 

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