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Crítica - La Cruz de Hierro

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'Gran película bélica distinta a lo normal'

05/11/2005 - Por Sycamore

(4/5)

Si a uno de los directores más violentos de la década más violenta le pones una película bélica entre las manos, ¿qué cabría esperar? Muchos pensarán que una película dura y salvaje, con acción a raudales e incluso un alegato en favor de la guerra como continuación de la política de estado. Pues nada de eso: Sam Peckinpah rodó con La cruz de hierro uno de los alegatos antibelicistas más profundos que se han rodado jamás, a la par que se sirvió de su capacidad para rodar escenas de acción para coronar una estupenda película sobre la II Guerra Mundial.

El argumento no es muy importante, ni el momento histórico ni nada. Esta guerra o cualquier otra podría haber servido para los intereses de Peckinpah, aunque éste se ocupe de situarnos temporal y geográficamente La cruz de hierro, en la Rusia que se le atragantó al ejército alemán y demostró la debilidad de su poderío. Para remarcar aún más la anécdota que supone el contexto que rodea al film, Peckinpah se atrevió a poner la cámara del lado de los malos, es decir los nazis. Prácticamente desde la extraordinaria Sin novedad en el frente nadie lo había hecho antes, y sirve ni más ni menos que para remarcar los argumentos del guión: no importa para que lado se luche, al final todos somos humanos y los soldados luchan principalmente para sobrevivir. Así piensa el cabo Steiner, interpretado con carisma por James Coburn, que está al frente de un pelotón especializado en realizar escaramuzas y salir indemne. Cuando llega al frente alemán un oficial llamado Stransky e interpretado por Maximilian Schell con el pulso perfecto, la tensión salta entre ambos hombres. Uno, de guerra y apegado a los honores más inútiles, y el otro, preocupado por sus chicos y literalmente asqueado por la guerra.

En este choque de carácteres se encuentran las mejores líneas de un guión plagado de frases lapidarias en contra de los altos mandos, de los señores de la guerra y de la inutilidad de la guerra en sí misma como representación de lo más zafio del género humano. Curioso para un hombre que defendía la violencia como instinto natural ante las injusticias, Peckinpah pone el dedo en la llaga y puntualiza su filosofía con esta aparente contradicción. No obstante, Peckinpah era un maestro a la hora de rodar escenas de acción y violencia y una película bélica sigue siéndolo y dejando una oportunidad magnífica para rodar las escenas de mayor tensión con un toque perfecto, manejando con la misma naturalidad un enfrentamiento verbal y un ataque al enemigo. Sin los métodos y facilidades con las que por ejemplo Spielberg rodó perfectamente su Salvar al soldado Ryan, Peckinpah nos mete la guerra en los ojos con facilidad a la par que nos agita a base de personajes carismáticos y diálogos contundentes.

Una gran película bélica muy distinta a casi todo lo que uno se puede encontrar sobre la II Guerra Mundial aunque sólo sea por el punto de vista, sin malos ni buenos, sino simplemente el de personas asustadas y que no entienden para qué sirve realmente todo lo que hacen.

8/10

 

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