En el imparable mundo de las películas de animación por ordenador la constante ha sido ofrecer películas que, además de una técnica cuidada y siempre sorprendente, el espectador tiene a su servicio guiones de mayor calidad que la media de la animación tradicional, con unas estructuras y situaciones para amenizar no sólo a los pequeños sino también a sus inevitables compañeros de sala de cine: los adultos. Como si fuera así de natural, como si hubiera una lógica relación entre ordenador y madurez argumental, se fueron sucediendo las películas de Pixar y la aparición de Shrek de la mano de Dreamworks. Sin embargo ya con Ice Age se recuperaba el tufillo infantil que ahora en Madagascar supone el mayor lastre a una película con muchas más posibilidades de las que finalmente desarrolla.

En primer lugar hay que reseñar que la película es suficientemente entretenida. Tiene cuatro personajes con mayor o menor carisma aunque sin duda desaprovechados, y una situación de partida interesante a lo Chicken Run: la búsqueda de la libertad por una serie de animales, en este caso en un zoo de Nueva York. Se le añaden los acostumbrados secundarios cachondos, unos cuantos guiños a otras películas (American Beauty, El planeta de los simios, etc.) y listos para empezar. El naufragio de Madagascar supone el diseñar dos partes demasiado diferenciadas y demasiados golpes obvios y facilones, y todo ello no hace sino dejar traslucir la falta de trabajo en un guión que sin duda podía haber dado para más. A pesar de que los lemures son una buena incorporación a la película, en la segunda parte el argumento principal se ha cerrado y el nuevo que aparece, además de descolocar al espectador, pierde bastante interés. A uno se le ocurren unas cuantas maneras muy distintas de desarrollar la película, haciendo interactuar más a los personajes con los pingüinos o quién sabe, pero a buen seguro los pequeños de la casa no son tan exigentes y se lo pasarán de maravilla.

Algo que es mucho más de agradecer en Madagascar es el estilo de animación, que se aleja del perfeccionismo natural de Pixar para recuperar un poco el espíritu de la animación antigua modelando a los protagonistas con bastas rectas que le dan personalidad y simpatía a los personajes. En este aspecto Dreamworks reinventa un poco un aspecto que, de tanto hiperrealismo, estaba empezando a no sorprender a las audiencias. Pero se echa de menos la mano de Pixar en todo lo demás, desde la construcción de los personajes hasta en la imaginación desbordante de los ex-compañeros de Disney.

Mención aparte merecen los dobladores, que en la versión doblada al castellano dejan tanto que desear como últimamente sucede con estas películas. Ni Alexis Valdés destrozando a la cebra, ni Paco León ni Belén Rueda aprueban en sus "interpretaciones". Tan sólo Gonzalo de Castro como la hipocondríaca jirafa pone una nota no discordante en la película.

En definitiva una película de animación para los niños, por fin, y no para los adultos, divertida al modo slapstik (golpes, puñetazos...) salvo en las parodias a otras películas que tanto explota la Dreamworks y que funcionan casi siempre. Pixar nos ha malacostumbrado y se echa de menos una mayor elaboración de la historia y mayor carisma en sus personajes, pero no todas las películas pueden ser Los Increíbles, claro.