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Crítica - Melinda y Melinda

Poster

'Interesante y sugestiva'

06/11/2004 - Por TXILI

(3/5)

"Melinda y Melinda” es una película de Woody Allen, con todo lo que ello significa. El neoyorquino es uno de los selectos cineastas americanos que tiene un sello de autor inequívoco. Podrá gustar más o menos el resultado de su trabajo, pero no se pueden discutir la honestidad ni el amor con que lo desarrolla. Woody Allen siempre describe en sus obras la realidad tal como él la percibe, muestra su propia autenticidad. Se siente cómodo describiendo situaciones que le son familiares, generalmente protagonizadas por neoyorquinos de clase media o alta, educados, cultivados y neuróticos, porque ese es su mundo, el que mejor conoce, donde mejor se desenvuelve. Pero siempre lo hace experimentando en algún campo cinematográfico (técnico, de género, de personajes, narrativo, de construcción, etc.) mostrando una clara voluntad de divertirse mientras trabaja.

En “Melinda y Melinda” utiliza como excusa la discusión entre dos intelectuales neoyorquinos sobre la naturaleza de la vida (cómica dice el uno, trágica según el otro), para narrar una misma historia (la de Melinda) desde dos ópticas contrapuestas, como dos caras de una misma moneda. En la extensa filmografía de Woody Allen podemos encontrar comedias y dramas de diversas intensidades, pero nunca hasta ahora nos había ofrecido explícitamente ambos géneros a la vez, entrelazados pero claramente diferenciados.
Para guiar al espectador dentro del montaje, Allen utiliza un casting distinto para cada una de las versiones, con la única excepción de Melinda, interpretada siempre por una extraordinaria Radha Mitchell. La historia (los efectos que produce en un matrimonio neoyorquino la inesperada irrupción de Melinda, una antigua conocida de ambos, recién salida de una tormentosa relación sentimental) le sirve al director para diseccionar una vez más los enredos en las relaciones sentimentales de su entorno, pero ya no sorprende ni aporta nada nuevo a lo que él mismo nos ha mostrado magistralmente en anteriores trabajos. Sin embargo las interpretaciones (especialmente las femeninas), la fotografía, la banda sonora (básicamente piezas de jazz clásico), el original entrelazamiento de ambas narraciones, las localizaciones (nadie como Allen consigue hacernos vivir en Nueva York desde la butaca del cine) y los diálogos (a veces irónicos, otras críticos, hilarantes o emocionantes) hacen que el resultado sea interesante y sugestivo.

Es cierto que en algunos momentos de la película resultaría difícil distinguir la versión cómica de la dramática si no fuera por las situaciones absurdas (la escena de Hobie - Will Ferrell en batín en el rellano de la escalera o el descubrimiento de la infidelidad de Susan - Amanda Peet) de la vis cómica. Pero ello no deja de tener cierta lógica si se tiene en cuenta que la intención del autor es mostrar que ninguna historia es cómica o trágica por si misma, sino que depende de quien la vive y en cierta medida también de los ojos que la observan.

No es difícil descubrir que Will Ferrell es el alter ego de Woody Allen: Hobie es el personaje que habría interpretado él veinte años atrás. Con ello, al haberlo situado en la versión cómica, la que nos hace sonreír, la del final feliz, Allen nos indica por cual de las dos visiones se decanta él.

Un último apunte: se agradece desde aquí, el guiño a Barcelona, citada dos veces como destino intelectual. La relación entre Woody Allen (condecorado el año 2.003 como “Amigo de Barcelona” por el alcalde Joan Clos) y la ciudad condal sigue pues viento en popa.

 

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