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Crítica - American Psycho

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'Estoy hecho una mierda, pero mi aspecto es excelente'

02/08/2004 - Por Hattie Carroll

(3/5)

American Psycho es una película rara y no gusta demasiado. Para los lectores del libro puede resultar demasiado light al prescindir de la violencia extrema que inunda buena parte del relato. Y los que desconozcan la novela tal vez se sientan decepcionados ante una película sin una trama argumental clara.

En mi opinión es una buena película y una más que correcta adaptación de una novela difícil de llevar a la pantalla. El libro de Bret Easton Ellis (creo que es necesario analizar el libro para comprender mejor la película) supone una disección brutal de un estilo de vida vacío y carente de significado, basado en las apariencias y el dinero.

La novela, narrada en primera persona, arrastra al lector al interior de la cabeza de Patrick Bateman, joven yuppie triunfador del Wall Street de finales de los años 80. El abuso de detalles y de descripciones, el ritmo lento y pesado en algunas partes del libro, el contraste entre la falta total de emoción y la emoción desbordada que supone cada asesinato, consigue que el lector experimente los mismos vaivenes y desequilibrios que el propio Bateman. Las relaciones vacías e impersonales de los personajes, la obsesión por reservar mesa en el mejor restaurante, el ejercicio físico, las cremas faciales... todo se vuelve asfixiante hasta que Patrick comete un nuevo crimen. Cada nuevo acto de violencia supone un “respiro” tanto para Patrick como para el lector. La violencia con todo su valor emotivo (emotivo en el sentido de que provoca una emoción, aunque sea negativa) consigue que salgamos por un momento de ese mundo vacío y hueco que conocemos ya a la perfección. Tras ese primer momento de alivio la violencia se vuelve insoportable, se convierte rápidamente en una emoción hueca y carente de sentido. Y leer el libro se convierte en una experiencia odiosa. Pero también resulta enriquecedora, porque todo ese odio se dirige hacia un estilo de vida supuestamente apetecible.

La novela se convierte así en una experiencia opresiva y a la vez liberadora, en la que los valores tradicionales se invierten, los supuestos triunfadores de la sociedad se convierten en seres fríos y mecánicos y el lector únicamente se conmueve por los macabros destinos de la supuesta escoria: mendigos, putas, homosexuales... Y se conmueve también por el destino de Patrick Bateman (no en vano se pasea por su cabeza durante páginas y más páginas), un ser condenado a tratar de llenar sus huecos de una forma mezquina y ruin, en busca de una emoción que no encuentra en su vida cotidiana. Un ser cuya incapacidad para ver a los demás como seres humanos le convierte en un monstruo, pero en esto no se diferencia en nada de sus colegas yuppies. Hay un paso abismal entre despreciar a los desfavorecidos y matar mendigos, entre valorar a las mujeres únicamente por su físico y descuartizarlas, pero es un paso espeluznantemente lógico.

La película, rodada con un impecable buen gusto, se contempla desde una cómoda distancia, falta la brutal implicación emocional de la novela, y esa frialdad resulta enfermiza una vez que ha terminado el visionado. El final de la película, en el que se tiene la sensación de que nada ha sucedido, deja al espectador descolocado, perplejo, y supone una afirmación brutal y desgarradora: lo cierto es que no ha sucedido nada, y uno se queda con la duda de si todo era producto de la mente desquiciada del protagonista... o qué. En realidad no importa. Bateman cobra sentido no como persona de carne y hueso sino como cara oscura de una moneda que nos han obligado a desear desde nuestra más tierna infancia. Esa cara oscura se hace evidente desde el principio y alcanza su clímax, sin perderse en agobiantes escenas de violencia extrema, con la estremecedora confesión final en la que se revelan las atrocidades que leímos en el libro y no vimos en la película. Ni falta que hace. Todo queda dicho en cada gesto y en cada mirada de un impresionante Christian Bale que transmite a la perfección los desequilibrios de un personaje complejo y perfectamente definido gracias a su interpretación.

La película es valiente al no intentar darle una coherencia lógica a la historia. Conocemos a Bateman en su medio natural y ahí radica su interés. Nos permite reírnos de un personaje que en el libro maldita la gracia que tenía y la crítica a ese estilo de vida autocomplaciente permanece intacta. Y eso es lo que importa. Mary Harron supo darle el pulso necesario al film para que la esencia del libro se mantuviera a salvo, pero acercándose a la historia con otro talante, más sutil, más irónico y tan exquisito como sería el propio Bateman a simple vista. Pero logrando perturbar con escenas tan sublimes como la persecución de Patrick sierra mecánica en mano (versión yuppie de un Leatherface que aparece en el televisor de Bateman en otro momento de la película) y que se convierte en un momento perversamente cómico con el mordisco en la pierna de la chica y el ridículo enfado de Patrick cuando le pega en la cara (¡¡¡¡¡en la cara no, maldita zorra de mierda!!!!!). Esa obsesión patológica por el aspecto y las apariencias que manifiesta Bateman (o mejor dicho, la sociedad en la que vive, no olvidemos que Patrick Bateman no es más que una abstracción simbólica de ese mundo, el buen chico que por fuerza esconde oscuros secretos) resulta cómica en muchos momentos del film, cosa que no sucede en el libro. Pero, al fin y al cabo, tanto el libro como la película se resumen en una extraordinaria frase que no aparece en el film: “Estoy hecho una mierda, pero mi aspecto es excelente”.

 

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6.29

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