Paige (Julia Stiles) es una jovencita que siempre ha luchado por conseguir sus objetivos, y ahora lucha por doctorarse en medicina (en la Universidad de Wisconsin) y ser la mejor médico del mundo, lo que la convierte en una persona con todo el tiempo dedicado a trabajar y a estudiar (y por ende, sin tiempo para amores). Contra lo que no puede luchar es contra lo que le depara el destino, que no es ni más ni menos que conocer a un chico que resulta ser un príncipe.

El Príncipe Edgard (Luke Mably) sale de Dinamarca para ir a la misma universidad que Paige Morgan, y así liberarse un poco de la presión que vive en su país porque vaya a ser rey. Con cierta familla de ligón y amante de la velocidad se presenta a Paige como Eddie, ocultando su verdadero nombre para pasar inadvertido y vive en sus propias carnes que la joven no es fácil de camelar... hasta que un buen día ella comienza a sentir algo por él. Y tendrá que elegir si ser reina o si seguir sus sueños.

El maremagnum de cambios que percibe Paige en su vida (salir con este chico, ruedas de prensa, cambios de ropa,...) son el envoltorio del bombón, que no es otra cosa que TODA MUJER SUEÑA CON ENCONTRAR A SU PRÍNCIPE;¿Y POR QUÉ NO ENCONTRARLO Y TENERLO BAJO SUS PROPIAS NORMAS?, justo lo que da un toque de modernidad a la típica historia de amor.

Aparte de ese toque "nuevos tiempos, nuevas reglas", esa lucha chico-chica y viceversa está conducida (por Martha Coolidge en la dirección) de tal forma que el espectador (joven fundamentalmente) se encuentre ante una película que no se parece prácticamente en nada en su enfoque a otras películas semejantes.

Es una película en la que el entretenimiento está asegurado y el sopor descartado, eso sí, si a uno le gusta este tipo de comedias.