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Crítica - Cumbres Borrascosas (2011)

Poster

'Un torbellino en el corazón'

30/03/2012 - Por José Hernández

(4/5)

Cumbres Borrascosas (2011)
Director: Andrea Arnold
Intérpretes: Kaya Scodelario (Catherine Earnshaw) / James Howson (Heathcliff) / Nichola Burley (Isabella Linton) / Oliver Milburn (Mr. Linton) / Amy Wren (Frances Earnshaw) / Steve Evets (Joseph) / Paul Hilton (Mr. Earnshaw) / Shannon Beer (Joven Catherine Earnshaw) / Solomon Glave (Joven Heathcliff)
Duración: 129 minutos
Sinopsis: Basada en la novela clásica de Emily Brontë. Un niño pobre inglés llamado Heathcliff es acogido por la acaudalada familia Earnshaw. Pronto comienza una tortuosa relación con su hermana de acogida, Catherine, que no será bien vista por los que les [...]
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Estreno en España: 30 de Marzo de 2012

CRÍTICA



El cine de época ha variado muy poco en los últimos 60 años. Su estilo formal se suele calificar como ‘clásico’ a falta de otra palabra que lo defina mejor, pero que en la práctica es una mezcla de sosería, estatismo y soluciones teatrales que, en el cine del siglo XXI, quedan anacrónicas en más de una ocasión. Quizá sea debido a que retraerse a una época literalmente encorsetada provoca automáticamente una respuesta academicista en los directores, o quizá sea porque muchas de las cintas de este tipo que nos llegan se basan en obras ‘inmortales’ de la época que pocos autores se atreven a reformular por completo, por miedo a escandalizar a los puristas de los clásicos literarios. Esta película, sin embargo, es una excepción.


(Más imágenes en su galería)



El filme, basado en la novela homónima de Emily Brontë, cuenta la historia de Heathcliff, un joven vagabundo que es adoptado por la familia Earnshaw, dueños de una granja en medio de la campiña inglesa. Pronto Heathcliff y la hija mayor del clan, Catherine, comienzan una tormentosa relación sentimental. Con este argumento se puede hacer fácilmente un folletín de encaje con vestidos almidonados, escenarios lujosos, limpieza formal por doquier y un marcado acento en lo envarado de las actuaciones. Sería el enfoque de manual. Afortunadamente, Andrea Arnold no está educada en estas artificiosidades, sino en un cine social de atmósfera cargada y opresiva, como demostró en sus dos anteriores cintas, Red Road y Fish Tank. Su bisturí no es el de un Ken Loach político y feísta, ni el de un James Ivory relamido y tradicional, sino el de una cuidadosa observadora de los rincones más oscuros y complejos de las almas humanas, los que nos hacen humanos y débiles, que nos llevan a realizar actos de enorme amoralidad.

Con estas credenciales, Arnold desnuda por completo la historia de la mediana de las Brontë y la lleva a su terreno, al de la disección de los sentimientos más turbulentos, de los que la obra original tiene en abundancia. Sus personajes son llevados al extremo más visceral, sus emociones toman un cariz animal, su amor y su odio se vuelven fuerzas más allá de toda lógica para convertirse en torbellinos procedentes del corazón, que los sacuden sin piedad. La violencia en sus comportamientos está a menudo soterrada, agazapada como un felino en la postura tensa de los actores, pero otras estalla como un vendaval para expresar el dolor, la ira, el rencor, la pasión sexual más primitiva y básica.

Y la puesta en escena de la directora británica no escatima en recursos para intentar reforzar esta sensación de puñetazo a la boca del estómago. Desde esa cámara inquieta que sigue a los personajes como un actor más, que se pega a ellos cuando resoplan como caballos o se revuelca con ellos en el omnipresente barro de la sucia y desangelada campiña; hasta esa eterna niebla que oculta cualquier horizonte más allá del pequeño mundo de la granja, o esos etéreos rayos de sol que iluminan la artificialidad del mundo de oro en el que la joven Catherine termina enjaulada como un bello pájaro, abocado al precipicio; pasando por el viento, el verdadero protagonista del filme. Un viento que azota a los personajes, los sacude, los maneja, los ensordece; tornados de aire que reflejan de forma física y atronadora el tumultuoso interior de esta pareja consumida en el deseo y en un juego de poder que no son capaces de controlar.

Otro de los aciertos de este diamante en bruto de Andrea Arnold, tan tosco como contundente, ha sido el de convertir a Heathcliff (en el libro, de origen gitano) en un joven negro, lo que le permite jugar aún más que en la obra original con el sentimiento de exclusión y rechazo hacia el extraño, el diferente. El Heathcliff de la película se ve a sí mismo como hombre, pero es tratado como menos que eso (incluso como animal) por los que le rodean, precipitando su caída en el lado más salvaje y su abandono en el odio visceral. Y de esta forma, una tragedia romántica se convierte también en una parábola racial de plena actualidad en el Reino Unido, habida cuenta de los disturbios entre razas y clases sociales que han azotado el país en los últimos años, prueba de que las semillas del prejuicio se esconden en el pasado, pero se ramifican hasta nuestro presente más inmediato.

 

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